
La hazaña de la Selección Argentina en Qatar –una de las más impresionantes y emotivas en la historia de nuestro deporte- ya tuvo su correspondiente repercusión mediática, a la altura de la comunicación moderna. También merecía que esa memoria se prolongue, como lo harán desde las crónicas de aquel momento, archivos de papel y digitales, y hasta en su correspondiente literatura. Algunos de los libros editados desde entonces abarcan desde “Sueños de Selección” (de Adrián Michelena y Nahuel Lanzillota) sobre la construcción del equipo, “La Tercera” (de Alejandro Wall y Gastón Edul) y la crónica pasional de Andrés Burgo en “Nuestro mundial”, hasta un actualizado perfil del líder en “Messi, el genio completo” de Ariel Senosiain. La literatura alrededor de aquella gesta se enriquece ahora con la biografía de Lionel Scaloni que presentó el periodista Diego Borinsky, fruto de dos años de giras y entrevistas con el “mundo” que rodea al DT, dejando testimonio también de cada uno de sus territorios: desde su Pujato de la infancia hasta la isla de Mallorca, donde se afincó. Y el significado especial que para Scaloni y su equipo tiene el complejo de Ezeiza donde se planificó, construyó y elevó este incomparable ciclo de nuestras selecciones nacionales.
El libro de Borinsky es una cronología que abarca desde hechos ya conocidos y sus aventuras deportivas, pero también su intimidad y la profundidad de su credo futbolístico. Allí resalta la herencia de los dos DTs que anteriormente llevaron a la Selección Argentina a las cumbres del fútbol mundial: César Luis Menotti en cuanto a su concepción de juego y sus virtudes de planificador –fue quien en la década del 70 colocó a la Selección como prioridad con una base de organización- y Carlos Salvador Bilardo, en su aspecto obsesivo por el detalle. La relación con Menotti fue más directa -se convirtió en un consejero de Scaloni y su staff- pero también en la preparación de cada juego hay sintonía con el sistema de Bilardo.
Más allá de los aspectos técnico-futbolísticos que se describen en el libro, aparece una vez más la figura de un hombre que, en todos los testimonios, combina y armoniza atributos admirables: liderazgo, llegada a los jugadores, frialdad para las decisiones y, al mismo tiempo, un alto contenido emocional. ¿O no serán eternos aquellos festejos luego del penal de Montiel? ¿No será eterno el conmovedor recibimiento, hasta las lágrimas, en los partidos de homenaje en el Monumental, con los jugadores y sus familias? Fueron momentos impagables, como también el reencuentro con la maestra Chichita al volver al colegio o los desfiles de admiradores por Pujato simplemente para una foto, un saludo o un autógrafo. Y que él siempre se organiza para que a nadie le falte.

Borinsky tuvo acceso a la intimidad de Scaloni y así uno podrá conocer lo que significan sus padres, hermanos y colegas, los que significan sus amigos cosechados desde Pujato hasta los centros futbolísticos europeos, también quiénes son su esposa y sus hijos, y como los aspectos familia-compañerismo-unidad-lealtad-compromiso son valores que vienen desde abajo, desde su misma infancia y su formación. Se describe su recorrido futbolístico que alcanzó sus mejores momentos con la coronación en el Mundial Juvenil y, ya en profesionales, con el Deportivo La Coruña, las vivencias, tensiones, alegrías y penurias de cada día, hasta que el karma de las lesiones le fue indicando el declive.
Todo surgió en aquellos días cuando, recuerda, “mi mamá trabajaba en el juzgado de paz, desde las 7 de la mañana hasta el mediodía, mi viejo estaba arriba del camión y en la primaria nosotros íbamos a la escuela a la tarde, así que con mi hermano y mis primos nos criamos con nuestra abuela Lucía, ella nos cuidaba. Mi abuela me hacía la milanesa Maryland, con choclo, banana fría, papas, a mí me encantaba”.
La biografía de Scaloni abarca todos los detalles técnicos del fútbol y así uno puede comprender, por ejemplo, que los momentos mágicos que se vivieron en la final con Francia (la belleza del gol de Di María o la atajada inmortal del Dibu ante Ranal Kuolo Mani) no fueron casualidad, sino que eran consecuencia de estudios profundos y horas de trabajo.
Apuntó Diego Markic, su ex compañero y luego DT: “El fútbol tiene algo de particular, no existen verdades absolutas y se puede ganar de muchas maneras. La experiencia te va a dar un apoyo importante en ciertos momentos, pero Lionel tuvo capacidad de gestión de grupo, algo que se le reconoce bastante y quizá muchos no se detienen en el tema táctico. Y lo que hizo Leo con Di María en la final fue genial”.
Más allá de esos detalles para los fans futboleros, hay un recorrido por la psicología del protagonista y en cómo comprender que, básicamente y en todo lo que significa deporte, la frontera entre el triunfo y la derrota es tan frágil: cómo procesar el éxito es, tal vez, el desafío más difícil. Y Scaloni lo plantea, entre sus propias decisiones y dudas (por ejemplo, en la incertidumbre posterior al triunfazo contra Brasil en el Maracaná).

Y allí están testimonios de todos: Rafa Nadal, Valdano, Pekerman, Saviola, el equipo de colaboradores, jugadores de su época y actuales. El brasileño Mauro Silva, campeón mundial del 94 y emblema del Depor La Coruña junto a Scaloni, lo describe: “Siempre irradiaba muchas ganas de ganar. También me llamó la atención que era un chico sencillo, simple. Los futbolistas tenemos una gran responsabilidad y me gusta cuando no perdemos contacto con la realidad. Tenemos que causar un impacto positivo en la sociedad y muchos futbolistas no son capaces de entender eso. No porque juguemos bien al fútbol somos mejores que el resto, me gusta cuando la gente mantiene los pies sobre el suelo. Y Lionel mostró esa sencillez con la gente en todo momento y veo que sigue igual. Eso me encanta”.

El Ratón Ayala sintetiza el sentir de su staff: “No lo vemos como un jefe, sino como un referente que nos ayuda a crecer. Te escucha, te da un lugar, nos sentimos muy cómodos en el grupo de trabajo. También es muy inquieto, necesita gastar energía y te motiva todo el tiempo a que hagas algo”.
También profundiza Matías Manna: “Scaloni No establece una comunicación jerárquica, sino que es horizontal, aunque obviamente la decisión final es siempre de él. El clima de trabajo es ideal ad participación a todos, una participación real, toma en cuenta las cosas que los decimos”. Y agrega: “En ningún trabajo es fácil lograr un buen clima de trabajo y menos con tantas presiones. Lo mejor que tiene Scaloni es que reconocen la esencia del juego. No es rebuscado, no crea problemas dónde no los hay, es simple y directo en lo que hay que hacer. No anda queriendo demostrar que sabe. Tiene buen ojo, sabe mucho de jugadores, reconoce las características de cada uno y la sinergia que se puede generar cuando los asocia. Así potenció a muchos chicos, es clave en la construcción de un equipo”.
Pero es el propio Scaloni es el que le baja los decibeles a tantos elogios (que se acumulan con la misma cuota que recibía de escepticismo al momento de su sorpresivo nombramiento): “El tren estaba… Lo único que hicimos fue colocarlo en las vías y que pudiera andar”.
La investigación es completa, desde los mismos orígenes familiares ya que los Scaloni vienen de la región de las Marcas, en el corazón de Italia: la misma región desde la cual llegaron los abuelos de Messi y Manu Ginóbili, por ejemplo. Entre estos y otros acontecimientos sorprendentes o casuales que se fueron dando en la vida del DT, el autor podía apuntar con frecuencia: “sí, creer o reventar”.

Un hombre que lo ha ganado todo y no ha perdido su esencia. Era un chico, uno más casi de campo, de aquellos que se apasionaba por las carreras de TC o el folclore de su infancia y que hoy descarga su energía deportiva en las pruebas de ciclismo. Que para millones de argentinos ya es la estatua pero él mismo escapa de ese lugar o del “extraterrestre” y más que ninguno, disfruta de sentirse el hombre común… Porque él mismo, en aquellos ya entrañables momentos –en la gloria o el desencanto- nos aconsejó a todos no preocuparnos tanto: “Ganes o pierdas, mañana sale el sol”
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