
“Cuidado, boludo, Diego vigila”, no es una frase cualquiera en nuestro país. Porque para sus enemigos, Maradona aún sigue vivo.
Seguramente, quienes lo fraccionan a conveniencia saben -hace cinco años- que no habrá una respuesta en el momento. Pero un archivo seguramente ubicará la cuestión.
Y ese D10S no tiene nada que ver con el fútbol. Lo que molestaba era su política de vida, con sus desbordes y contradicciones a cuestas, pero la certeza de que hablaba con el corazón, y exigía un contrapunto con argumentos.
Desde aquel 25 de noviembre de 2020 que mucha gente, en Argentina, en Nápoles pero también en las lejanas Asia y África, cada día se conmueve y busca consuelo por tal pérdida.
Sigue vivo en cada historia desconocida que fluye pese a que se acumulan sus aniversarios fúnebres, pero también en cada adolescente o joven de La Matanza que lo eligió para nombrar a su propio colegio, pese a la distancia temporal.
Aquel evento aciago interrumpió la pandemia, la cortó. Y excedió largamente al discurso facilista de organizar un velorio en medio de restricciones sanitarias. Es que los sentimientos que despertó se tornaron indisimulables, imposibles de ocultar. Porque “Diego ya no está”.
Si teníamos dudas respecto a qué hacer a la hora de visitar o no a familiares y allegados entrados en años o con “comorbilidades” que el coronavirus podría complicar cuando no había vacunas, o concurrir a lugares masivos, sólo hubo certezas a la hora de la partida del “10”.
Viajes organizados con rapidez, algunos frustrados por el recorte del velatorio, y muestras de afecto múltiples de quienes siquiera llegaron a verlo en vivo una vez.
Ese sentimiento no se apagó con el tiempo.
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