
Vaya si no hay creación tan memorable como las máquinas de coser Singer. Si bien el fundador de esta compañía no inventó tal artefacto, su diseño revolucionó el mercado. Y, entre tantas anécdotas, dejó un legado arquitectónico que fue centro de sospechas por supuesto espionaje.
El estadounidense Isaac Merritt Singer hizo nacer un imperio comercial en base a uno de los productos más vendidos de la historia. Es que la practicidad de estos aparatos allá por 1851, junto a la posibilidad de adquirirlas mediante un pago en cuotas, cambiaron los ritmos de producción y la forma de trabajo de las costureras.
No tan conocidos como los recuerdos que dejó en las familias, son sus emblemas arquitectónicos. Uno de ellos fue el Edificio Singer, un rascacielos neoyorkino que alcanzó los 187 metros de altura y fue demolido en 1968.
Otro símbolo estuvo en su fábrica de Clydebank, Escocia, donde se alzaba un inmenso reloj de cuatro caras, también tirado abajo tiempo después.
Pero el que se mantiene en pie y recibe una apabullante cantidad de visitantes en la actualidad es la Casa del libro, en San Petersburgo, Rusia, antigua Casa Singer. Quienes encargaron su construcción probablemente no se imaginaron que terminarían haciendo la librería más grande y famosa de esta ciudad rusa.
Las tensiones entre el cliente estadounidense y el arquitecto ruso
Ubicada entre dos sitios únicos –está enfrente a la Catedral de Kazán y a unas cuadras de la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada-, la Casa del libro se encuentra sobre Nevsky Prospekt, la principal avenida de la urbe.
Su inauguración en 1904 se logró después de superados algunos conflictos entre las pretensiones de sus inversores -los propietarios estadounidenses de la empresa Singer-, y el arquitecto ruso Pavel Suzor.

Este último, que ya había participado en la construcción de un centenar de casas en San Petersburgo, insistía en que la altura del proyecto no podía sobrepasar los 23,5 metros.
Sucede que la ciudad fundada por Pedro el Grande, en sintonía con las normas internacionales de protección al patrimonio arquitectónico, no permitía que se superase al mítico Palacio de Invierno.
De los ocho pisos ambicionados por el cliente, finalmente se construyeron seis, con fachadas revestidas de granito de alta calidad en tonos rojos y grises. Eso sí, se colocó una cúpula acristalada en la esquina del complejo, donde se destaca en la punta un globo terráqueo.
De todos modos, aquella no fue la única diferencia de criterios, generadas en buena parte porque la compañía tenía como modelos los edificios en Nueva York.
Pero Suzor, que estuvo durante un año haciendo el diseño de la obra, se mantuvo firme en su estilo ecléctico que mezclaba el art nouveau –reflejado en sus interiores- y el clasicismo.
Así se fue tensando la relación, al punto de que para el verano de 1901, el arquitecto ruso presentó tres diseños a los dueños del terreno.
Tuvo que pasar otro año de discusiones hasta que fue aprobado –contó con el permiso del zar Nicolás II-, y se impuso la visión local. Aun así, el resultado final no evitó las críticas de algunos habitantes.
Qué había en la Casa Singer de San Petersburgo durante sus inicios
El interés de invertir en un país tan lejano a su casa matriz se basaba en cuatro décadas de comercio: las máquinas de coser Singer –procedentes en este caso de Alemania- ya estaban en Rusia desde la década de 1860.
Antes de la gran obra arquitectónica que se convertiría en un monumento histórico, la empresa industrial había abierto un taller en Volgogrado, y a fines de 1890 construyeron una fábrica en Podolsk, cerca de Moscú.

Finalizada la ambiciosa construcción, que contó con las tecnologías más avanzadas de la época -entre ellas una novedosa estructura metálica y un suministro automático de vapor para la limpieza de la nieve en el tejado-, la representación comercial de Singer ya tenía disponibles sus oficinas.
Pero en el edificio también alojó un importante centro de negocios: se instalaron bancos, sociedades comerciales, y la New York Insurance Company. Además, se vio envuelto en acusaciones de espionaje, que derivaron en una determinante decisión.
Entre acusaciones de espionaje, un lugar para el consulado estadounidense
Transcurría la Primera Guerra Mundial y los beligerantes que se enfrentaban eran, entre otros, el Imperio alemán contra Estados Unidos y el Imperio Ruso. Los susceptibles ánimos bélicos entre la población rusa asociaron a Singer con el Segundo Reich, por el mero apellido alemán de su fundador.
El edificio, que contaba con símbolos de la nación del norte de América, e incluso tenía su águila en la fachada, no dejaba de causar reacciones negativas en la opinión pública.
Si bien la compañía se dedicó a la confección de uniformes para el ejército ruso, las sospechas no dejaron de crecer. ¿Qué sentido tendría mandar a los representantes de la empresa a realizar actividades de espionaje a favor de las Potencias Centrales, vistiendo al mismo tiempo a los soldados enemigos?
Las imputaciones, antes de convertirse en un polvorín, fueron erradicadas con una rotunda decisión: hacia el final del conflicto, la dirección alquiló la planta baja al consulado estadounidense por un breve período.

El propio cónsul norteamericano, North Winship, se refirió a los rumores, en un telegrama dirigido al Secretario de Estado de su país el 20 de marzo de 1917.
“He tenido que defender el águila estadounidense en lo alto del edificio, ya que se creía que era un águila alemana y la multitud pretendía derribarla, hasta que expliqué en ruso la diferencia entre el águila estadounidense y la alemana”, dijo en un documento por entonces confidencial.
La Casa del libro y su resistencia durante la Segunda Guerra Mundial
Cinco años después de la revolución rusa de 1917, la compañía abandonó la Unión Soviética y en el edificio se abrieron una editorial y una librería a cargo del Estado.
Siendo de las más populares en la URSS, la librería solamente cerró tres meses durante la Segunda Guerra Mundial. Más concretamente en noviembre de 1941, cuando la explosión de una bomba en un inmueble cercano rompió los vidrios de la tienda.
La reacción de los empleados fue impresionante: usaron madera para tapar las aberturas en las ventanas y continuaron trabajando, según cuenta Ekaterina Chernoberezhskaia, una guía local.
Terminado el conflicto bélico –conocido por los rusos como Gran Guerra Patria-, se restauró la edificación dañada por los bombardeos.
Actualmente la librería ocupa tres pisos y se pueden comprar souvenirs. Además, funciona el Café Singer, con una inigualable vista a la bella Catedral de Kazán.
Algunos de sus tantos adornos exteriores son valquirias, que representan la industria y la navegación. Una de estas deidades femeninas, de la mitología nórdica, tiene a su lado una máquina de coser. Una imagen que une el sustento económico por el que se pudo erigir la obra, con las ayudantes del dios Odín, quienes elegían a los caídos en batalla más heroicos.
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