
Nadie sabe dónde habrá quedado la revista escolar Colmena para la que escribió en su colegio, San Martín, de Avellaneda, ni el primer contrato que firmó, a los 14 años, un acuerdo laboral “mentiroso” como violinista de la orquesta juvenil de Radio Nacional, emisora en la que arrancó como redactor de informativos.
Se desconoce también la suerte de la Olivetti Lexicon 80 en la que aprendió a teclear con dos dedos, o el destino de los libros usados que compraba de adolescente gracias a la venta de plomo, bronce y botellas que dejaban los inquilinos de la casa de su tía, en Sarandí.
Sin embargo, muchos otros pequeños objetos de Jorge Lanata, de valor incalculable, están en manos de sus amigos, piezas que resucitan a ese periodista que a los diez años buscó al escritor Conrado Nalé Roxlo en la guía telefónica para entrevistarlo para una tarea escolar.
El periodista Gabriel Levinas, por ejemplo, “heredó” una corbata azul y un sillón del mismo tono. El humorista Ariel Tarico se jacta de un viejo video al que digitalizó y le abrió una puerta mágica… La periodista Romina Manguel plastificó una foto que atesora en su habitación y a cuyos “ojos” mira todos los días. Facundo Mendoza, su chofer y asistente 24 horas, lo encuentra en los giros de las agujas de un reloj azulado que Jorge le entregó en agradecimiento.
No se trata de una oda a lo material, pero sí un consuelo para ponerle tacto a lo intangible. Lejos del importante patrimonio en inmuebles y derechos intelectuales, cuatro particulares historias que abren paso a una selección de recuerdos. Tributo al fumador empedernido que repetía “soy periodista porque tengo preguntas. Si tuviera respuestas sería político”.
Levinas y una corbata especial
“Un hombre solo, en una canoa endeble, cruzando un río plagado de cocodrilos”. Así describió el cuadro poco más de un año atrás su amigo Gabriel Levinas. A 365 días de la muerte de Jorge Lanata, el lienzo no está vacío. Una corbata y un sillón componen la pintura de la ausencia.
“Tengo una corbata azul de él que me regalaron sus hijas y ya usé un par de veces. Y me siento en un sillón que Jorge me terminó regalando, en realidad cambiando por un cuadro”, detalla el fundador de la revista El porteño. “El tenía que pagar una guita por un cuadro de mi hermano y casi fue un intercambio. Ahora, cuando me siento a laburar, aparece Jorge en esa silla ergonómica reclinable”.
Amigos desde El porteño. Lanata y Levinas, una unión hasta el final. “Lo que extraño es estar tomando Campari, fumando y matándonos de risa. No hacía falta ni que habláramos. El hecho de estar simplemente sentados juntos era un gran plan”, admite melancólico Levinas, a quien Lanata llamaba Tía. Aquel apodo, en realidad, era un modo amigable de ida y vuelta, nacido de un rito de Gabriel.
A los encuentros, Levinas solía llevar masitas, bombones o palmeritas, “como hacen las viejas”. Así fue como empezaron a llamarse mutuamente tía, revela el que pasó la última Navidad de Lanata custodiando la cadencia de su respiración en la sala del Hospital Italiano.
“El sonido característico y monótono de los aparatos de terapia intensiva nos acompañó durante todo el tiempo que me quedé sentado a su lado. Me ofrecí a cuidarlo en la noche de Navidad para darle un descanso a sus familiares. Soy judío y generalmente no festejo la Navidad. Quería que, al menos esa noche, sus hijas y su esposa pudieran celebrar con los suyos”, había escrito horas después de la muerte Levinas en Clarín. “La apreté la mano, no para despertarlo, sino para que supiera que no estaba solo. Al hacerlo me di cuenta que era yo quien no quería quedarse solo”.
En este primer aniversario de la falta, del vacío, Levinas añora, por ejemplo, los horizontes que veían juntos en el piso 15 de una terraza de Maipú esquina Uruguay (Sky Bar), o esos debates de pintura sobre Macció, Magariños, Melé, Berni, Kosice…
“No hay nadie tan disruptivo como él”, repite Levinas, que no puede convencerse de la muerte de ese que salía de cada internación. “Habia sobrevivido tantas veces que me había hecho la idea de que no se iba a morir. Yo pensaba que era indestructible. Tenía la esperanza de que hiciera lo que hizo siempre: resucitar”.
Su chofer y las lecciones de arte
Facundo Casanova tiene “gemas” en su teléfono: videos de Lanata con pedidos insólitos en horarios extraños. Fue más que su asistente personal y chofer, era el confidente que podía vigilar su sueño en hospitales de Nueva York o entablar conversaciones profundas en Finlandia.
Pasaba tres meses cada año haciéndole “marca personal” en Uruguay, por lo que ya no puede pisar José Ignacio sin imaginarlo “sentado fumando y mirando al mar”.
Jorge Lanata y su chofer y asistente Facundo.“Lo extraño todos los días de mi vida, era su compañero de lunes a lunes, las 24 horas”, se emociona en un alto de su nuevo trabajo, también como chofer. “Me acuerdo de ese extraño temblor del piso cuando él venía caminando y desparramaba su perfume Armani con esa mezcla con olor a pucho”.
Hijo de María Alejandra Mendoza, quien fue la secretaria de Lanata durante tres décadas, lo conoció cuando acompañaba a su madre a la oficina, con tan solo 10 años. Más tarde, Lanata le ofreció ser “el clon” de Máximo Kirchner en los sketch de PPT, y finalmente lo contrató como chofer de reemplazo, hasta que le pidió que lo acompañara permanentemente.
“Fueron ocho años. Viajé con él a Helsinki, a Miami, a Nueva York, a París“, enumera. “Yo pasaba Navidad o mis cumpleaños, cada 6 de diciembre, con él. Recién hace poco volví a pasarlo con mi familia. Una tarde se levantó de la siesta y mientras se vestía me preguntó si quería ser el testigo de su casamiento (con Elba Marchovecchio) y le dije que era un honor”.
Casanova guarda un reloj Seiko azul que le obsequió “el patrón”. También una remera cuyo cuello dice “Lanata”, un sillón aviador modelo aviador de aluminio y cuero marrón, y algunos trajes a los que achicó y luce en “eventos importantes”.
Inseparables, Lanata y su asistente y chofer Facundo.“Hablábamos de arte. Aprendí muchísimo gracias a él, me explicó sobre pintura, mi hizo aprender cada obra que tenía en su casa para que yo explicara a los visitantes en un ‘tour’. Su sueño era tener un Rothko (una obra del estadounidense Mark Rothko)”.
“Yo lo veía más que a mi papá. Su partida me mató“, cierra Facundo con un nudo en la garganta. “La única vez que lo vi llorar fue en terapia intensiva, después de una intervención en la que me dijo que pensaba que se iba, pero se recuperó. Era sensible, super cariñoso, amable. No te das cuenta al principio, pero son maestros de vida que se te cruzan”.
Tarico y una grabación mágica
El humorista Ariel Tarico, por ejemplo, cuenta que no volvió a imitarlo, pero no cierra la puerta a un homenaje en teatro. Después de todo, para ese “templo” periodístico de lo sarcástico como fue Lanata, la muerte no habilitaba al tabú del humor, más bien funcionaba como vía libre para el homenaje.
Tarico dice que extraña “su potencia para comunicar y para hacer del trabajo un lugar divertido” y ahora que repiensa la figura de Lanata a un año de su partida agradece al tipo al que -de algún modo- lo ayudó a ingresar a Radio Mitre: “En 2003 yo estaba trabajando en LT10 Radio en Santa Fe y recién empezaba a imitarlo. Un día lo conectan y dialogamos en un Lanata versus Lanata. Se cagó de risa. Mucho más tarde incluí esa grabación en un demo para ingresar a Mitre. O sea que Jorge fue como una guía”.
Ariel Tarico y la última foto grupal con Jorge Lanata en PPT.“Vos tenés que hacer televisión, boludo”. Cada vez que Lanata cruzaba al joven Tarico lanzaba la misma frase. Finalmente, trabajaron por primera vez juntos en Canal 26, en 2009, en el ciclo DDT (Después de todo). “Al principio eran colaboraciones, él se enojaba porque me pedía que me consiguiera un buen teléfono para salir al aire, me llamaban a mi casa todas las noches para hacer la apertura del programa”, se ríe Tarico. “Jorge llamaba a la Pink House y yo hacía de Néstor Kirchner en ese momento”.
A pesar de que en 2012 Tarico le dijo “no” a sumarse a su ciclo de El Trece, cada tanto Lanata insistía. En 2022, lo consiguió. “Yo estaba a full los fines de semana con las giras de teatro y no me sentía maduro artísticamente para el desafío de hacer los domingos en vivo. Tenía mucho miedo de fracasar”, admite el humorista.
“La interacción con él era dificil porque él de por sí era gracioso y rápido, entonces llamarle la atención y sostener un diálogo con él no era sencillo. Pero él daba libertad para hacer y decir. Le gustaba que la gente se luciera”, se emociona el también caricaturista y locutor, que atesora una imagen del último día que vio a Lanata, en 2023, de traje rosa: Jorge decidió mostrar las caras de todos los imitadores de PPT y el grupo quedó inmortalizado en una foto.
Manguel y la espalda que ya no está
El cementerio de madrugada, una caminata entre tumbas, intentando leer nombres en lápidas, encontrando sonajeros o cartas junto las cruces… Romina Manguel no puede quitarse la sensación de esos paseos periodísticos en penumbras que Lanata le imponía para llevar adelante el programa televisivo Viaje al fin de la noche.
“Él te desafiaba intelectualmente todo el tiempo, terminabas exhausto. Fue el tipo más audaz y creativo de los medios de los últimos 40 años”, juzga esa amiga que plastificó una foto no posada de su casamiento (2005) en la que ambos ríen cómplices.
Romina Manguel el día de su casamiento, junto al invitado estrella, Lanata.La imagen está en su habitación y no hay día en que no le traiga a la mente al hombre con el que estuvo breves temporadas sin hablar, pero al que siempre volvía como a un puerto seguro: “No podíamos estar peleados. Mi pelea más fuerte con él fue cuando quedé embarazada de mi primera hija, en 2007, porque yo ya no tenía la disponibilidad 24 horas y él era demandante. Era durísimo trabajar con él, pero después te juntabas a fumar un pucho y nada era tan grave”.
“Empezamos a trabajar juntos para su libro Argentinos, después en el libro Cortinas de humo, sobre el atentado a la AMIA. Nos hacía ir al lugar del atentado a encontrar objetos. Su frase era: ¿Si entro a la redacción y la gente sigue acá, en su escritorio, algo anda mal'”.
Manguel dice que lo que más extraña son “esas espaldas” de quien también fue su compañero en la revista Veintiuno y en Radio del Plata. “Él salía a bancar a los suyos. Daba la cara por vos y como periodista te daba esa seguridad. Desde chica tuve esa fantasía de que laboralmente tenía la espalda de Lanata, la certeza de que pasara lo que pasara él iba a defenderte. Me animaba a hacer sabiendo eso. Siento que le faltó más vida. Me engañó con eso de que era eterno. Me la creí”.
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