
En dos momentos en nuestra existencia nos hallamos necesariamente solos, al nacer y al morir. Tras el nacimiento, nos rodean afectos, relaciones y vínculos. Pero no siempre permanecen: tarde o temprano, la soledad se reinstala.
¿Es “el infierno tan temido”? Víctor Hugo sostuvo que el infierno todo estaba en una sola palabra, soledad.
En realidad, la soledad tiene múltiples formas de manifestarse y de ser vivida, al punto tal que también se ha dicho lo contrario, que el infierno pueden experimentarlo aquellos que, solicitados por todos lados, nunca pueden encontrar un momento o un lugar de soledad en que detenerse, por lo que no podrán ni asumirla ni descubrir de ella su fuerza.
Afirma Marie de Hennezel (“Diccionario amoroso de la Soledad”) que ese sentimiento nos permite “entrar en nuestro jardín interior, dialogar con nosotros mismos y profundizar en las preguntas existenciales y espirituales que cada uno se hace”. Y que también, agrega, nos permite aprender a ser amigos de nosotros mismos.
Para comprender este sentimiento es esencial comenzar por diferenciarlo del aislamiento, que si puede ser un infierno.
Entre múltiples otros casos se halla de los niños migrantes, aquellos que, aislados de sus familias son depositados en manos desconocidas por sus doloridas madres, en frágiles embarcaciones para surcar los mares en busca de la costa europea; de los niños ucranianos, aproximadamente 30.000, que han sido secuestrados, deportados por la fuerza a Rusia, despojados de su identidad y reeducados en otro idioma; y de los huérfanos de guerra, víctimas silenciosas de los conflictos en Ucrania, Gaza, Sudán, Yemen, el Sahel, y otros.
También es el caso de prisioneros de ciertos regímenes penitenciarios; el de los condenados a muerte en Estados Unidos, alguno de los cuales ha pasado 30 años antes de la ejecución; y los del actual régimen de El Salvador, con presos bajo continua vigilancia, sin contacto externo alguno; y el del actual horrible aislamiento de los secuestrados del 7 octubre de 2023, en Israel, impuesto por el perverso y fanático accionar de Hamas y la Jiyad Islámica, a quienes mantienen en la inhumana situación que los mismos terroristas han documentado en fotografías y videos difundidas por todo el mundo.
Ello no es soledad, es aislamiento: un veneno, una plaga, un infierno.
La soledad es distinta; si bien puede ser consecuencia de una pérdida, de un duelo, una desconexión afectiva u otras causas no deseadas, también puede ser ansiada, querida, buscada como un camino espiritual, para reencontrarse consigo o como un espacio propicio para la creación sin la contaminación del mundo exterior.
Si bien la mitología griega representaba tres tipos de soledad: la de Artemisa, que la elige pues prefiere ser independiente; de Ariadna, que se rescata de la soledad a pesar de la traición y abandono de Teseo, y de Ananke, que toma la soledad como un destino inevitable, pero la realidad demuestra ser más prolífica, una verdadera fuente inagotable.
Desde tiempos remotos
En la antigüedad la soledad era un camino que emprendían los anacoretas -del griego anachōrētēs (“el que se retira”)- eremitas o ascetas, que elegían vivir aislados, en silencio, y se retiraban a las montañas, desiertos o cuevas, dedicándose a la oración, la contemplación o el autoconocimiento.
Con el transcurrir del tiempo, la soledad ha ido cambiando de significado y de percepción, impactada por los cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos. Dejó de existir la comunidad de patio y escalera en la que vivían las familias; aumentó el número de hogares unipersonales; y entre otros múltiples cambios, se incrementaron las rupturas de los lazos matrimoniales y mayor propensión a vivir la vida en solitario.
La soledad puede también ser consecuencia de una auto imposición, e incluso de una realidad ficticia o imaginaria. Le sucedió a Hiro Onoda, oficial del ejército imperial japonés quien se mantuvo solo, por décadas, en el destino que se le había asignado en la isla filipina de Lubang, donde debía realizar actividades de guerrilla y sabotaje, con la orden de no rendirse.
Como no fue informado de la finalización de la guerra, y se negó a creer en la rendición de su país, a pesar de que se habían lanzado panfletos desde aviones informando de ello, por lo que siguió en la selva hasta que lo encuentra un joven japonés explorador, Norio Suzuki, a quien le hizo saber que exigía una orden directa de su superior para abandonarla. El gobierno japonés localizó al Mayor Taniguchi, su comandante, y lo hizo ir a Filipinas para emitir la orden formal de rendición, y recién entonces, luego de 30 años, en 1974, regresa a Japón.
La historia de este soldado hace pensar en lo que advirtiera Aristóteles en su “Política”, que aquel que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada porque se basta a sí mismo, “es una bestia o un dios”.
También existe una soledad urbana, que es la que padecen millones de personas, en especial en las grandes ciudades. Hay una multitud de solos: hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, divorciados, viudos, jubilados, migrantes sin red social, muchos de los cuales comparten una misma condición y necesidad vital: interactuar con otros. Lamentablemente las sociedades no son generosas en las oportunidades que brinda.
¡Los supermercados acuden al auxilio!
Los supermercados, es sabido, realizan lo imposible para maximizar la utilidad y recurren para lograrlo a las más ingeniosas formas, entre ellas, la de suprimir y sustituir personal a través de la automatización y digitalización de las etapas del proceso de compra, inclusive la facturación y el pago, que pone a cargo de los propios consumidores.
Tal ha sido el grado de despersonalización al que se ha llegado, que las propias cadenas, en ciertos países, han debido recurrir a un innovador recurso. Han creado “cajas conversacionales”, o “islas de proximidad”, en las cuales se ofrece, al pagar, la oportunidad de conversar, incluso en algún rincón habilitado especialmente.

Existen las “blablabla caisses” en Carrefour en Francia. También sus homólogos en los Países Bajos, establecidos por Jumbo; en Suiza, la cadena Migro ha abierto “Cajas de charla” y puesto a disposición voluntarios para acompañar al cliente a tomar un café para prolongar la conversación; en Canadá, en los slow checkout lanes se destina tiempo a conversar con clientes; y en supermercados más digitalizados, se experimenta con chatbots.
Ilusión de compañía
Es esta una época en la que estamos más hiperconectados digitalmente que nunca, nos hallamos ante una verdadera paradoja, la de estar al mismo tiempo, más desconectados humanamente, más solos. No es una ilusión, es real: este mundo super tecnologizado nos ha deshumanizado, pues, como notara Byung-Chul Han (“La sociedad del cansancio”) el flujo interminable de mensajes es mayor que el de los encuentros reales.
El home-working o teletrabajo, que ha remplazado los entornos laborales relocalizándolos lejos de ellos y que fue en gran parte estimulado por la aun no concluida experiencia del Covid-19, es una demostración incontrastable.
En ciertos países la masificación de la hiper-conectividad ha dado lugar, incluso, a curiosos y preocupantes fenómenos.
En Japón, que padece un alto índice de envejecimiento poblacional y de suicidios, se encuentran los hikikomori (traducible literalmente como “apartarse” o “encerrarse”). Se trata de jóvenes o adultos que durante meses o años se encierran en sus habitaciones, digitalmente hiperconectados con videojuegos, redes, foros, etc., completamente aislados y desconectados del mundo real y social, aunque no pocos de estos consumidores lúdicos de tecnología dependen no solo de ella, sino también de sus padres.
Otro fenómeno es el de los kodokushi (“morir solo”), ancianos que habitan principalmente en las grandes ciudades y que fallecen en completo abandono, por lo que sus cuerpos recién son hallados días o semanas después.
Tal es la magnitud del problema que se han creado ONGs y empresas dedicadas a instalar sensores en hogares, con la función de detectar si existe una inactividad prolongada de algún servicio como agua o electricidad a fin de evitar tales desenlaces.
En dicho país, en el cual cerca de un millón de personas vive aisladamente, esta “epidemia silenciosa” se atribuye al tipo de sociedad hiper exigente, competitiva y hostil, y ha llevado a que el gobierno creara un Ministerio de la Soledad, así como a organizar campañas para intentar se recompongan los vínculos sociales o lazos comunitarios desaparecidos.
En Corea del Sur ocurre algo similar, donde la sociedad se caracteriza igualmente por imponer una intensa presión social, laboral, escolar, y temor al fracaso, circunstancias que llevan a desconectarse del medio. La solución en dicho país ha sido crear una plataforma digital que une a personas mayores con mentores jóvenes para aprender habilidades tecnológicas y crear lazos, instituyendo “compañías virtuales” para aquellos que se hallaren impedidos de salir de sus domicilios.
En Occidente, los casos de fallecimientos en soledad también conmueven. A fines de febrero de 2025, el actor Gene Hackman y su esposa, Betsy Arakawa, fueron hallados sin vida en su residencia de Santa Fe, Nuevo México. La noticia reavivó el debate sobre el retiro extremo y la desconexión social en la vejez: aun en figuras muy conocidas, la vida discreta puede volverse invisibilidad. Las autoridades investigaron la cronología y las circunstancias del caso en los días siguientes.
Distintos países ya han tomado conciencia del problema intentado medidas. El Reino Unido ha creado su Ministerio de la Soledad y emprendido metodologías y campañas en redes y TV para intentar reconectar generaciones e impulsando los “cohousing communities”, mezclando viviendas privadas y espacios comunes para fortalecer los vínculos vecinales. España, Alemania, Francia, Nueva Zelanda y otros países, también se han preocupado por implementar políticas para reconectar generaciones y prevenir el aislamiento social.
La Organización Mundial de la Salud considera a la soledad crónica una amenaza sanitaria comparable al tabaquismo y la obesidad, y sostiene que sentirse solo de manera prolongada puede equivaler, en términos de riesgo para la salud, a fumar 15 cigarrillos al día.

En su informe “De la soledad a la conexión social”, el Organismo sostiene que alrededor de una de cada seis personas en el mundo sufre soledad, y que ésta causa 871.000 muertes anuales. El aislamiento, previene, no solo afecta la salud mental, sino también la física, e incrementa el riesgo de accidentes cerebrovasculares, cardiopatías, diabetes, deterioro cognitivo y mortalidad prematura, y considera que es transversal a las edades.
La conclusión que resulta es que la soledad no es un fenómeno aislado sino una epidemia, una plaga actual. Ningún gobierno podrá considerarse marginado del deber social de implementar políticas y programas para fortalecer la interconexión e interacción personal en salvaguarda del bienestar general.
Soledad & Compañía.
“Her” (Ella) fue un filme estrenado en 2014 escrito y dirigido por Spike Jonze, en el cual su protagonista, Theodore, trabajaba escribiendo cartas personales para terceros y atraviesa una separación amorosa. Algún tiempo después descubre a Samantha, que le brinda compañía y consuelo, y con la cual desarrolla una relación romántica íntima y profunda.
Pero sucede que ese amor no se sostiene en la realidad física, pues “Ella” es intangible, no humana, es un sistema operativo de inteligencia artificial, carente de materialidad, que solo tiene voz, aunque está dotada de la singular capacidad de ir “aprendiendo” a ser cada vez más humana.
Curiosamente, tal vez influido por la metáfora que encierra el filme, una reciente creación de GrokxAI, empresa fundada por Elon Musk, integrada en el chatbot Grok bajo el modo Companion, ha dado a luz a una “compañera digital” llamada Ani, cuyo diseño, inevitablemente, recuerda a Samantha, pues tiene la misma función de acompañamiento emocional.
Ani es un avatar virtual, tipo anime, estilo “goth” (apariencia gótica), vestida con corset y medias altas, que actúa como compañera de chat, con interacciones “flirty”, ofrece compañía personalizable y está disponible en cualquier momento para conectarse y vincularse para paliar la soledad y sus derivas.
Con ella es posible ir también más allá de una simple conversación, y puede asumir roles de amiga, pareja o confidente, estimular fantasías y hasta simular relaciones románticas o sexuales. Es más, cumpliendo procesos de verificación de edad, esas últimas experiencias -activables en un modo NSFW (contenido para adultos)- pueden personalizarse y hacerse todavía más inmersivas.
Este avatar virtual tiende a cautivar a las personas solitarias, que buscan contención, consejo o una presencia con la que compartir su vacío afectivo. La masa crítica de este tipo de usuarios se halla en los jóvenes nativos digitales, nacidos y criados en un mundo de pantallas, redes, videojuegos y conexiones, con cuyo lenguaje compatibilizan.
Pero como toda actividad, sustituir la alteridad real tele transportándose a una “realidad virtual” a través de artilugios tecnológicos, comporta riesgos. En el caso, no menores según han advertido expertos: dependencia emocional, despersonalización de los afectos y normalización de la soledad como estado permanente. No es poco.

Además de Ani, la programación algorítmica de Replika, Anima, Character.AI, Botify AI, o Kajiwoto, entre otras, tiene un acelerado ritmo de producción de robots con los cuales es posible mantener conversaciones intimas o diálogos ligeros, interactuar con personajes ficticios o históricos, o incluso entrenar un chatboat propio como compañero.
Además de ello, en el seno de la fértil imaginación e inventiva de Elon Musk, ya está concebida y en gestación quien sería el compañero virtual masculino de Ani, el cual, como se ha anticipado, estará inspirado en las novelas ‘Crepúsculo’ y ’50 Sombras de Grey’. Una gran actividad se despliega en una de las más difundidas redes sociales en busca del nombre.
Aun antes de que se generara la perturbadora figura virtual de “Ani” y similares, el mundo mágico de Disney ya se había anticipado, como lo explicara Matthew B. Crawford, filosofo norteamericano (Realidad Virtual como Ideal Moral). En los “viejos Mickeys”, afirma, el cuerpo y la materia eran protagonistas, pero la serie Mickey Mouse Clubhouse (2006) introdujo un profundo cambio desde que le permite a este ajustar la realidad a su voluntad mediante gadgets tecnológicos.
Me pregunto si todo este relacionamiento no-humano, realmente responde a alguna necesidad legítima… y creo que esta simulación de relación sentimental o afectiva, del todo ajena a la vida real, es un producto virtual tóxico que puede erosionar nuestra capacidad de aceptar y habitar el mundo tal como es.
La soledad, cualquiera sea su origen, no requiere “realidad virtual” sino del otro, de la otredad, del tú, para realizarse plenamente, pues ningún algoritmo, avatar o inteligencia artificial podrá, jamás, reemplazar la experiencia irrepetible de un vínculo humano real.
Al menos, eso espero.
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