
Alejandro Urueña
Ética e Inteligencia Artificial (IA) – Founder & CEO Clever Hans Diseño de Arquitectura y Soluciones en Inteligencia Artificial. Magister en Inteligencia Artificial.
María S. Taboada
Lingüista y Mg. en Psicología Social. Prof. de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas de la Fac. de Filosofía y Letras de la UNT.
Nuestro cerebro, para llevar a cabo las funciones complejas que nos caracterizan como homo sapiens (pensar,interpretar, analizar, tomar decisiones etc.) requiere aproximadamente el 20 por ciento de la energía metabólica. Por eso se insiste en la necesidad de que los bebes y los niños pequeños tengan la alimentación necesaria para su desarrollo cognitivo y se alerta sobre los efectos en contrario. Uno de los saltos cualitativos del proceso de hominización fue precisamente poder derivar el consumo de energía del intestino al cerebro a partir de los cambios de alimentación que se produjeron de manera correlacionada con otros factores evolutivos.
El objetivo de emular el cerebro humano con el que nace la IA, autoriza a interrogarnos qué ocurre en este caso y si hay alguna analogía con el consumo energético humano. Más aún, cuando es un argumento recurrente de quienes analizan críticamente tanto sus aportes como los problemas de su implementación y su exponencial desarrollo.
En un artículo publicado en MIT REVIEW Calculamos el impacto energético de la IA. Aquí está la historia que no conocías , J. O`Donell y C. Crownhart sacan a la luz una investigación al respecto.
Se propusieron calcular la energía que consume la IA partiendo de las interacciones con los chatbots. Encuadran su indagación en las inversiones que los gigantes tecnológicos planean: “Meta y Microsoft trabajan para impulsar nuevas centrales nucleares. OpenAI y el presidente Donald Trump anunciaron la iniciativa Stargate, cuyo objetivo es invertir 500 000 millones de dólares (más que el programa espacial Apolo) en la construcción de hasta 10 centros de datos (cada uno de los cuales podría requerir cinco gigavatios, más que la demanda total de energía del estado de Nuevo Hampshire ). Apple anunció planes para invertir 500. 000 millones de dólares en fabricación y centros de datos en EE. UU. durante los próximos cuatro años . Google prevé invertir 75 000 millones de dólares solo en infraestructura de IA en 2025”
Los datos anuncian un panorama, hasta el presente inimaginable, que se inicia en 2017 cuando se construyen centros de datos que llevan a duplicar el consumo elèctrico en 2023. Hoy la IA insume el 4,4% de la energía producida por todo EEUU. El parangón con el consumo de nuestro cerebro es inevitable: la IA duplica en porcentaje los requerimientos en relación a todo un país. Se prevé que para dentro de 3 años la IA consumirá anualmente tanto como el 22% de los hogares.
Pero la problemática no para allí porque además se trata de energía contaminante, con mayor intensidad de carbono. En otras palabras, el perjuicio del medio ambiente donde vivimos las inteligencias humanas es inversamente proporcional a los beneficios para que se desarrollen las inteligencias artificiales
No es casual entonces que éste sea un tema eludido a la hora de pontificar los aportes de la IA, que sin duda son enormes, como lo son también sus amenazas en varios planos, si no tomamos la problemática por las astas. Porque las empresas, por razones obvias, la cubren con un manto de silencio
Los autores advierten que tan sólo el entrenamiento( o sea la fase inicial) de GPT-4 consumió 50 gigavatios hora, la energía que consume San Francisco en tres días. A ello hay que sumar el procesamiento concreto del lenguaje que hace el chatbot ante los requerimientos de los usuarios, que sería entre 80 y 90 % de la potencia que requiere la IA.
OpenAI ha señalado que opera con 1000 millones de mensajes al día . Llevando la proyección a un año, significarían 109 gigavatios hora de electricidad: suficiente para abastecer 10.400 hogares estadounidense.
En 2024 los centros de datos en EE. UU. consumieron alrededor de 200 teravatios-hora de electricidad, aproximadamente lo que se necesita para abastecer a Tailandia durante un año. Y estos datos -siempre relativos- se computan al desarrollo presente de la IA con los usos actuales. ¿Qué pasará cuando entren en juego cotidiana y cooperativamente los agentes de IA, que se prevé requieren 43 veces más energía? A la hora de abrir las cifras de consumo, las empresas son reticentes. MIT Technologie Review señala que Open AI y Google se negaron a proporcionarlas; Microsoft a compartir detalles específicos
Otro ribete de la problemática es quién paga este consumo. Los autores del artículo señalan que todas los consumidores de electricidad podrían pagar el costo de la revolución de la IA, aun sin tener acceso a ella. Y la argumentación se basa en que investigadores de Harvard han advertido que las empresas de servicios ofrecen a las big tech descuentos considerables que a la larga aumentarían las tarifas de todos los consumidores quienes terminarían subsidiando el negocio privado.
Algunos interrogantes para tener en cuenta hoy y con miras al futuro: ¿por qué hay empresas tecnológicas interesadas en instalar centros de datos en países como el nuestro? ¿Cual sería la relación costo-beneficio, teniendo en cuenta, por un lado, el déficit de los servicios eléctricos en relación a las tarifas y por otro, la ausencia de políticas públicas que fomenten el acceso y dominio crítico de la IA en todos los sectores de la población? ¿Cuáles son los riesgos del planeta en el camino de la creación y desarrollo de esta nueva “especie” y en qué espacios se va a debatir y se van a tomar previsiones sobre la complejidad de la problemática? ¿Quiénes deciden y por qué?
Así que, no hay de qué preocuparse. Mientras nos maravillamos con la deslumbrante promesa de una inteligencia que resolverá nuestros problemas más complejos, estamos, con una eficiencia digna de aplauso, desconectando sigilosamente el enchufe del planeta que esa misma inteligencia debería, en teoría, ayudarnos a salvar. Un legado fascinante para nuestros hijos, sin duda. Quizás no tengan acceso a los vertiginosos avatares de la IA ni a sus respuestas instantáneas, pero podrán heredar la invaluable habilidad de encontrar la Osa Mayor en un cielo nocturno libre de contaminación lumínica; principalmente porque podría no quedar mucha electricidad para generarla. Al final, la gran ironía sería que, en nuestra carrera por crear un cerebro artificial para iluminar el futuro, terminemos dejando a las próximas generaciones, sencillamente, a oscuras.
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