Lacroze y Conde. Parada del 42. La primera mujer de la fila habla desesperadamente por teléfono como si en media hora fuera a quedarse muda. El Señor Mayor, a su espalda, no llega a oír nada de lo que dice por el ruido del tránsito, aunque por eso mismo se pregunta cómo hará ella para escuchar a su interlocutor, en caso de que se trate de un diálogo y no de un monólogo. Después de diez minutos aparece el colectivo. La mujer sube, marca el pasaje con la tarjeta y se ubica de pie junto a un asiento individual sin dejar de hablar.
El Señor Mayor se olvida de ella, consigue asiento en una butaca del fondo, abre el libro que lleva en la mochila (la novela de una joven que se desangra) y se pone a leer.
A la altura de Chacarita, advierte que la mujer del teléfono se le sienta al lado. Pese al traqueteo de la marcha, pese a los bocinazos, pese a que sólo quiere sumergirse en el mundo de la joven cuyo cuerpo expulsa coágulos como medusas, ahora sí el Señor Mayor escucha la interminable perorata de la pasajera. Son frases sueltas que se le cuelan en medio de la lectura: un baby shower, una invitación que acepta de mala gana porque no se siente cómoda, un asado al que fue y en el que todos murmuraban a sus espaldas. “Imagínate cómo podía sentirme yo después de todo lo que pasó, de todo lo que sé…”
La atención del Señor Mayor pasa del libro a la conversación. ¿Y si hay una novela en ese relato que le llega a la fuerza? ¿Qué le pasó a esa mujer? ¿Qué es todo lo que sabe? ¿Por qué aceptó ir a un baby shower en el que no iba a sentirse cómoda? ¿Fue antes o después del asado? También lo intriga la persona del otro lado de la línea. ¿Habrá conseguido meter un bocadillo? ¿No tiene otra cosa mejor que hacer? ¿O será parte activa del drama íntimo (ya no tanto) de la mujer del teléfono?
Todos los cuentos, de Raymond Carver (Anagrama).
Al Señor Mayor se le viene a la cabeza un cuento de Raymond Carver: “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?” Es la historia de Ralph, un profesor casado con la atractiva Marian, también profesora, con la que tiene dos hijos chicos. Vive feliz a no ser por un “nubarrón” de dos años atrás que reaparece en su pensamiento cada vez como mayor frecuencia. Cree que su esposa le ha sido infiel. Y el tema vuelve a salir a flote esa noche, tan apacible y dichosa como cualquiera.
Cuando la verdad puja no hay dique que la frene, y Ralph, que primero se muestra tolerante y abierto a entender a su mujer, luego pierde la cabeza, se va furioso de la casa, se emborracha, deambula por la ciudad y regresa a la mañana sin saber muy bien qué hará con su vida ahora que la duda se le transformó en certeza.
La mujer del teléfono se baja del colectivo en Directorio y José María Moreno. Nunca corta. El Señor Mayor la ve cruzar la calle y alejarse, siempre hablándole al celular, como si ella también necesitara despejar un nubarrón o al menos confirmarlo. Todos somos un cuento de Carver, piensa. Y sabe que ya no podrá volver al libro, al menos por un rato.
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