
La noción de libertad ha atravesado la filosofía durante siglos, pero el existencialismo de Jean-Paul Sartre marcó un antes y un después en su comprensión. Para el pensador francés, la libertad no era un concepto abstracto ni una mera posibilidad futura. Era una experiencia inevitable que atraviesa la vida cotidiana.
Sartre sostenía que el ser humano no es únicamente un producto de las circunstancias. Aunque el pasado, las heridas y el contexto influyan, cada persona siempre conserva un margen de elección. Esa es la esencia de su célebre frase: “la libertad es lo que haces con lo que te han hecho”.
La idea resulta exigente porque no admite excusas. No se trata de negar el dolor ni de desconocer los condicionamientos externos, sino de asumir la responsabilidad de elegir una respuesta. En este sentido, el filósofo entendía la libertad como una carga, pero también como la base de la autenticidad humana.

En su propuesta existencialista, la libertad aparece como un punto de partida y no de llegada. Se manifiesta incluso en medio de situaciones adversas. Lo que cambia no es la circunstancia externa, sino la manera en que el individuo decide enfrentarse a ella.
Libertad y responsabilidad en la filosofía existencialista
Para Sartre, no existe destino escrito ni un plan trazado de antemano. Cada acción contribuye a definir quién se es y cómo se quiere vivir. La libertad está ligada de manera inseparable a la responsabilidad: cada decisión tiene consecuencias que impactan tanto en uno mismo como en los demás.
Esto significa que no hay posibilidad de refugiarse en excusas o atribuir todo a las circunstancias externas. La libertad no se mide en términos de ausencia de obstáculos, sino en la capacidad de actuar dentro de esos límites. Así, elegir no solo es inevitable, sino que define la propia existencia.

La angustia que mencionaba Sartre surge precisamente de esta condición. Ser consciente de que cada elección nos compromete con una forma de vida genera un peso que no siempre resulta sencillo de soportar. Sin embargo, esa angustia es también prueba de autenticidad: muestra que se está asumiendo la libertad en toda su dimensión.
Felicidad, resiliencia y autenticidad
El pensamiento de Sartre conecta su visión de la libertad con la idea de felicidad. Para él, la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace. Es decir, aceptar las decisiones tomadas, apropiarse de ellas y transformarlas en sentido de vida.
Su propuesta es desafiante porque desplaza el foco del deseo idealizado hacia la acción concreta. Lo que otorga bienestar no son las condiciones externas perfectas, sino la capacidad de reconciliarse con lo que se elige cada día. En esa práctica, la libertad se convierte en la base de la realización personal.
Esta visión encuentra eco en la psicología contemporánea. Investigaciones sobre resiliencia y neuroplasticidad demuestran que el ser humano es capaz de generar nuevas respuestas y modificar sus patrones de conducta, incluso después de experiencias traumáticas. En ese punto, el existencialismo y la ciencia coinciden: siempre existe la posibilidad de elegir distinto.

Para Sartre, ser libre no era una tarea sencilla. Implicaba tomar conciencia de que las decisiones personales tienen un impacto real en la vida propia y en la de los demás. En ocasiones, esa libertad exigía abandonar vínculos dañinos, cambiar de rumbo o animarse a expresar lo que había sido silenciado.
En la vida diaria, ejercer la libertad también significa desafiar patrones aprendidos, superar miedos y asumir riesgos. No se trata de decisiones grandilocuentes, sino de elecciones constantes que definen la manera de vivir. Cada una de ellas va moldeando una identidad más coherente con lo que se desea ser.
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