Pinceladas literarias: La voz del estadio un cuento de Nahuel Vázquez

Vía Tres Arroyos presenta una nueva entrega de Pinceladas literarias, en esta ocasión con un cuento de Nahuel Vázquez seleccionado por Valentina Pereyra.

La voz del estadio

Son casi las doce del mediodía y Julio ya tiene la camiseta puesta: a las cuatro de la tarde comienza el partido. Parque, el club del que es hincha desde siempre, juega de local por la última fecha del campeonato; si gana va a ascender por primera vez en su historia a la Primera División. Martín, uno de los amigos con los que va a ir a la cancha, lo está por pasar a buscar. Estas son las empresas que auspician la campaña de Parque: Lácteos El Hogar, Ricardo Regalos, Carnicería Los tres hermanos… De la cancha, que está solo a una cuadra de la casa, llega la prueba de sonido de la voz del estadio.

A las siete de la mañana, Julio ya no podía seguir acostado. Aunque no había dormido más de cuatro horas, no tenía sueño. Sobre el respaldo de la silla colgaba la azul y blanca, de mangas largas, que anoche sacó del armario antes de acostarse. Es la que actualmente usa el equipo y la que el papá le regaló en el último cumpleaños. Se la puso y salió al pasillo.

El cielo recién empezaba a clarear y parado frente a la puerta cerrada de la habitación de los padres deseó que la mañana pasase rápido. El papá al rato ya tenía que levantarse. Fue hasta el comedor; en un rincón había una pila de diarios, y por la puerta de vidrio del garaje, Lule lo miraba moviendo la cola. Julio salió, agarró del suelo el pote de plástico y le sirvió unos puñados de balanceado. Después, agarró la pelota y se puso a hacer jueguitos, hasta que se aburrió y empezó a dar pelotazos contra el tapial y a relatar cada movimiento imaginando que jugaba el partido que a la tarde iría a ver.

La puerta de vidrió abriéndose lo alertó. ¿Vos viste la hora qué es? preguntó el padre. Es que no tengo sueño, respondió Julio. Anda para adentro por favor… ponete no se… a jugar a los videojuegos. Entró al comedor detrás del papá, quien volvió a meterse en el dormitorio, y conectó la play. Dos horas más tarde ya eran las nueve. El padre, que es la voz del estadio cada vez que Parque juega de local, apareció en el comedor: a las diez tenía que estar en la cancha para probar el sonido. Desayunaron medio a las apuradas, y, antes de irse, el papá le dijo: Después nos vemos para festejar.

Son las doce en punto y tocan el timbre; es Martín. Julio busca la entrada en la cajita de metal que esconde adentro del armario. Se asoma por la puerta del patio y saluda a la mamá que está haciendo jardinería. Cuidate, grita ella, y pásenla lindo. En el comedor, antes de salir a la calle, agarra la pila de diarios. Martín también trajo diarios.

Armando telefonía, Pinturería del Cantero… La voz del estadio sigue nombrando a las empresas que aportan económicamente a la campaña de Parque. Camina con Martín un par de cuadras hasta lo de Facundo. Desde la primera fecha y cada vez que Parque juega de local la previa la hacen ahí. Son un grupo de siete y se conocen de siempre. Facundo y Pablo están sentados en la vereda. En el suelo, hay dos bolsas de arpilleras y una pila de diarios. Facundo trae de adentro dos sillas. Julio agarra una y se pone a cortar papeles. No muy lejos explotan unas bombas de estruendo. ¡Vaaaamo Parque viejo y querido nomá! grita un viejo que pasa en bicicleta.

Julio va metiendo los papeles cortados en una de las bolsas. Los otros hacen lo mismo. Hay que llenar las dos bolsas para el recibimiento del equipo. Al rato, llegan juntos los tres que faltaban: Esteban, Marcos y Darío, y se suman al trabajo. El viento sopla para este lado. Tu equipo volvió a ganar, se prendieron mil bengalas hoy, llega por el altoparlante de la voz del estadio. Julio siente un cosquilleo en el cuello. Un día iba con el papá en el auto; escuchaban un cd que él había grabado. El padre, que en esos días estaba armando la lista de canciones, le preguntó cómo se llamaba ese tema. Acaban de cerrar las dos bolsas y se preparan para ir a la cancha.

La fila para entrar a la popular alcanza las tres cuadras. Desde donde está parado, Julio alcanza a ver una parte de la tribuna. Hoy va a explotar la cancha, piensa. Dale dalé dale Par, hoy te vinimo’ a alentar, para ser campeón, hoy hay que ganar… Cantan todos, los que ya están adentro y los de afuera. Julio se filtra con los amigos entre la fila de gente que espera para entrar. Facundo y Martín van adelante con las bolsas. Los primeros partidos del torneo no tenían que esperar, en la tribuna eran los mismos de siempre y podían quedarse afuera hasta cinco minutos antes del inicio del juego. Los bombos con platillos se acercan; por la izquierda, las banderas de la hinchada que va llegando. Las bombas de estruendo explotan de nuevo. La fila avanza. Llegan al cacheo policial; un policía les indica que se corran a un costado de la fila. ¿Qué tienen en las bolsas? interroga. Martín le dice que solo son papeles. El policía ordena que vacíen las bolsas. No, no, no, qué vaciarlas, gritan los siete. Son papeles noma’. El policía, inmutado, insiste. Son pibes, grita un señor que pasa al lado. Dejate de joder. El policía ignora lo que el señor acaba de decir y sentencia: Vacían las bolsas o las bolsas se quedan afuera. Los papeles van cayendo, algunos se amontonan en el suelo, la mayoría se vuela por el viento; el policía da media vuelta y se va sin revisar nada. Los siete se agachan y, como pueden, en medio de la gente que va entrando, tratan de volver a meter en las bolsas los papeles que quedaron amontonados. Logran llenar una y algo de la otra.

En el campo de juego los dos equipos acaban de finalizar el precalentamiento y corren a los vestuarios. Así formará Parque el día de hoy, anuncia la voz del estadio.En el arco, con el número uno: Marcos Bertoya; en la defensa: con el cuatro… En la tribuna ya no cabe ni un alfiler. Los siete logran filtrarse entre la muchedumbre y consiguen llegar al sector donde van desde el inicio del campeonato. Con el número nueve: Martín “El tanque” Bustos. Julio se encuentra con Edelmiro que, como siempre, vino con la portátil. En un rincón de la cancha ya está la ambulancia. La manga por donde saldrá el equipo se empieza a inflar. Julio agarra un puñado de papeles. Parque mi buen amigo, esta campaña volveremos a estar contigo… Nuevas bombas de estruendo explotan en la calle; suenan los bombos con platillo y flamean las banderas a un costado de la tribuna. Te alentaremos de corazón, esta es tu hinchada que te quiere ver campeón.

Seis años tenía Julio ese domingo a la tarde en el que fue por primera vez a ver a Parque. Hacía un rato que habían terminado de almorzar, y el papá, quien ya se encargaba de la voz del estadio, le preguntó si quería ir a la cancha. A Julio todavía no le interesaba el fútbol, como sí las carreras de autos y sobre todo la de camiones, pero le dijo que sí. No se olvida más. Subieron a la cabina: en la mesa apoyaban unas planillas con los nombres de las empresas que auspiciaban la campaña de Parque y con las formaciones de los equipos. El papá conectó el micrófono, y a los minutos Julio oyó que su padre nombraba el once inicial de Parque: cada nombre salía por el altoparlante y todo el estadio podía oírlo. Esa tarde, a su vez, Parque ganó dos a cero, y desde ese día Julio no dejó de ir a la cancha. Con el tiempo fue haciéndose de amigos y más tarde empezó a ir con ellos a la tribuna. Cuando Parque metía un gol él miraba, y todavía hoy mira, a la cabina para festejarlo con el papá. Esta tarde de mayo, nublada, parece que en cualquier momento se va a largar a llover… No es cualquier tarde. Hoy Parque, un club de barrio, del interior, del interior del país, puede ascender por primera vez en su historia a la primera división, dice el relator en la radio portátil de Edelmiro.

El primer tiempo termina y el partido está empatado sin goles. Edelmiro acaba de escuchar que Atlético, el segundo en la tabla de posiciones, gana dos a cero. Con este resultado supera en puntos a Parque, quien está obligado a ganar, aunque sea uno a cero para poder ascender. El rumor del resultado de Atlético corre por toda la tribuna y es de lo único que se habla hasta que los jugadores salen de nuevo para el segundo tiempo.

Diez minutos después, Edelmiro dice Gol de Atlético, otro más. Desde hace un rato llueve y la cancha se está tornando pesada. Los nervios se trasladan de la tribuna a los jugadores; el equipo está muy replegado y Julio teme que se les escape el ascenso, que en cualquier momento el equipo visitante mete un gol y ya está, toda la ilusión al tacho. Se aferra a las palabras que el papá le dijo esta mañana: Después nos vemos para festejar. Surge un pelotazo, el nueve de Parque, “El Tanque” Bustos, cae dentro del área rival y el árbitro no duda: cobra penal. Julio se abraza con Martín, con Edelmiro y con el resto de los amigos. Después, se sienta en la tribuna: esconde la cabeza entre las piernas. Martín está al lado y hace lo mismo. Silencio… Priiiiiiii… Silencio… Gooooool… Julio vuelve a abrazarse con Martín, con Edelmiro y con el resto de los amigos. Dale Paaaaar dale Paaaaar dale Paaarque dale Paaaaar… canta toda la cancha. El papá no está en la cabina y Julio imagina que debe estar en la platea.

Ya estamos en tiempo cumplido, dice el relator en la radio. Julio insulta, al igual que todos los que están en la tribuna, al ver la mano del árbitro extendida hacia arriba que muestra los cinco dedos. El árbitro acaba de anunciar cinco minutos de adición. Un gol del equipo rival, más la victoria de Atlético segarían el ascenso. Llueve ahora con más intensidad y la cancha es un barrial. La pelota la maneja el equipo rival. Parque está replegado en su campo de juego, resiste la diferencia de un gol. Un pelotazo en diagonal sale en dirección al área de Parque. Unas cuantas cabezas luchan por alcanzar esa pelota. La pelota todavía en el aire empieza a descender al área. Las cabezas se preparan para impactar esa pelota que amenaza con robar una ilusión. Pero unos puños aparecen por encima de las cabezas y la amenaza es despejada hacia un costado. La pelota cae en los pies de un jugador de Parque y empieza el contraataque. Ataca Parque por la izquierda, por el medio ya son dos los jugadores que están pisando el área rival, comenta el relator. Final electrizantecentrooooogoooolgooooooolgoooooool… de Parque, de Parque, de Parquecampeooooon, goooooooool, sí, gol, señoras y señores… sí ¡campeoooon! Parque es el nuevo campeón.

Julio corre, al igual que los amigos y el resto de los hinchas, por la tribuna intentando entrar al campo de juego y así dar la vuelta olímpica con los jugadores. Por el altoparlante no suena música ni la voz del papá, quién tampoco está en la cabina. Imagina encontrarlo adentro de la cancha. Dale campeoooon, dale campeoooon, dale campeoooon, dale campeoooon. Lo busca entre la gente. Martín se acerca y le dice algo que él no logra entender. ¡¿Qué?!, le pregunta. Un plateista acaba de decir que a tu viejo lo llevaron en ambulancia al hospital, grita Martín. Julio corre hacia uno de los portones de la salida. Ya en la calle, la gente sube a los autos, van a seguir los festejos en el centro de la ciudad. Él solo quiere llegar al hospital. Una camioneta repleta de pibes en la chata pasa justo delante de él. Subí, subí, le gritan.

Al rato, baja en la plaza principal, cruza corriendo la calle y entra por la guardia. Una mujer le indica que vaya al cuarto piso. Sube por escaleras y se encuentra con la mamá en el pasillo. Ella le cuenta que el papá tuvo un infarto; está delicado, pero está despierto. Julio entra a la habitación. El padre llora al verlo. Y antes de que diga nada, Julio se adelanta y le dice: ¡Ganamos papá, somos de primera!

Sobre el autor

Nahuel Vázquez es comunicador social, periodista y docente. Desde hace más de seis años, coordina Claraboya, un espacio de escritura para la exploración y la producción narrativa y literaria.

fuente: VIAPAIS

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