Pinceladas literarias en Vía Tres Arroyos: La rosca

Vía Tres Arroyos te presenta un nuevo cuento de Pinceladas literarias, en esta oportunidad “La rosca” de Valentina Pereyra.

LA ROSCA

El Gato nació rosquero. El país en llamas y él negociando sus servicios al mejor postor. Todos éstos vienen del mismo agujero, como dijo Disépolo: “en el mismo lodo, todos manosea’os”. Mirá que mandarme a buscar a la Ñata para que les haga el trabajo sucio.

No aprenden más, tiran y tiran de la soga, algún día se les va a cortar. Encima, como está la cosa el jefe me manda a meterme a los andurriales. Por eso me vine en el Renault 12. Los locos estos lo conocen porque les traemos la mercadería en esta lata. Son capaces de dejarme en bolas si no voy con la venia del jefe. La cagada es que en estos barrios si ponés a jugar el amor y el odio, se pudre todo.

En la cuadra donde vive la Ñata el olor a caballo muerto es insoportable. Busco en la guantera algún trapo para ponerme en la nariz. “Sos finoli, eh. Decile al jefe que nos tramite las cloacas si no querés aguantar el olor a mierda”. El Gato me llamó a las 6.30 de la mañana. El muy turro no vive y no deja vivir. Me pidió que escuche al flaco Pérez que, desde la apertura de su programa radial, vocifera sobre los saqueos en Capital y dice que se nos viene.

Por si las moscas, el jefe y el Gato se preparan para sacar buena tajada de este quilombo. La Ñata es la mejor para armar bardo. Ella va a saber a quién mover para apretar a los turros de la Municipalidad. Me dijo el jefe que la convenza para que vaya a la plaza San Martín y los haga cagar en las patas. El Gato, mientras tanto, arregló con el flaco Pérez un reportaje, “la exclusiva”, como le dicen.  A papá mono con bananas verdes, mirá que le va a dar aire por nada. Se la pasó diciendo que él se ofrece para dialogar con la gente “por si pasa algo”.

Antes de salir para este barrio de mierda terminé de escuchar la radio y prendí Crónica para saber de qué se trata. ¡Na! ¡Lo que vi me puso la piel de pollo (a las otras no las nombro ni por puta, soy bostero a morir)! Unos chabones descamisados, revoleaban las remeras subidas a los árboles de la Plaza de Mayo; otro pobre tipo mostraba cómo los milicos lo habían cagado a palos en la redada; le caía sangre por la frente, se tapaba el ojo derecho con un trapo mientras el notero le preguntaba qué sentía.

De vez en cuando mostraban el estudio del canal y los periodistas rosqueban como el Gato.  Tiene razón mi viejo, los periodistas son oficialistas de todos los oficialismos y opositores de todas las oposiciones.

Lo que es cierto es que el quilombo es grande. La gente golpea la puerta de los bancos y pide que les devuelvan la guita que tienen encanutada.  Dicen que se los metieron en un corralito. A mí eso no me pasa; no tengo ni para comprar el pan dulce de nochebuena. Ayer acompañé al Gato al Banco Nación, fue a hacerle el mandado al jefe. Salimos con una valija llena de dólares.

No podía dejar de mirar la tele, cambiaba los canales, pero en todos lo mismo: corridas de milicos a caballos, gente ensangrentada, minas revolcadas en el piso, militantes y personas gritando: “que se vayan todos”. Los que golpeaban cacerolas frente a los bancos, se desgañotaban diciendo la misma frase.

¿El Gato también tendría que irse? Me preocupa porque me quedo sin laburo. Por las dudas le di bola y, aunque sale fuego del asfalto, salí perdiendo las alpargatas para este barrio de mierda corriendo por las calles. La cosa debe estar jodida porque la Ñata está como sargenta en la puerta de su casa.

-¿Tenes la tarasca? Si no, ni muevo- dice.

-Tomá, te manda el Gato- digo y le alcanzo una bolsa de residuos negra que pasé a buscar por el tugurio que usan para reunirse. De adentro del rancho sale el Gorila y otros secuaces que conozco bien; son los que sondean los movimientos del centro del barrio donde se cocina todo. Revisan la bolsa y me rodean.

-Vamos pal centro- dicen y me empujan para el medio de la calle.

Suben a mi auto: la Ñata en el asiento de adelante y dos de los secuaces del Gorila atrás. Los demás lo siguen a él. Paramos en la casa del Sapo, en la del Gitano y en la de la Zorra. Ella se baja, no escucho bien, dice que todo está en marcha.

-Prendé la radio a ver qué dice el flaco Pérez y si cumple con su parte.

Aprieto varias veces la botonera, yo siempre clavo el dial en la FM, así que tuve que buscar la AM hasta que reconocí la voz del dueño de la radio que otra vez, vociferaba:

-La gente está harta. Falta el pan en la mesa. ¡Qué van a comer en Navidad! Estamos a un paso del saqueo de la Cooperativa Obrera –dice.

– ¡Pero este es más turro que el jefe! ¡Qué yunta! –dice la Ñata y larga un gargajo por la ventana.

El Gato me llama al Nokia y me dice que no pase por el tugurio, que deje a los pasajeros en la esquina de Colón y Betolaza, cerca del supermercado. No le alcanzo a preguntar nada porque cuando quiero acordar, me corta. La juntada debe ser afuera de la salita del barrio porque cuando paso la Ñata les pega el grito y arrancan. Se ordenan como en la formación de la escuela.

Enfilan a pata para el centro. Son todos los de la Ñata y otros que habrán rejuntado de los barrios cercanos. Ella ni los registra, sigue con la mirada fija en la calle y de vez en cuando me hace un gesto con la mano izquierda para que siga derecho o que doble, según su antojo.

Por el retrovisor miro a las columnas que salen como hormigas de sus ranchos, listas para la batalla. Hacemos las veinte cuadras en silencio. De vez en cuando la Ñata sube el volumen y mira de reojo a los otros dos que sudan como chanchos. Freno en la esquina convenida y se bajan. Los pierdo de vista cuando dan la vuelta y escucho el griterío que baja desde la calle Colón al mil, en contramano.

Intento comunicarme con el Gato, pero no me contesta. Me bajo y me voy para la Municipalidad. Cruzo la Plaza San Martín con la cabeza gacha, no sea cosa que alguno de éstos me reconozca y me quieran hacer cagar a mí. Alrededor de la fuente están todos los secuaces del Gordo que maneja a los de la Municipal, los de la Turca de la Villa Italia, los del Tosca de Ruta 3 y los de Maidana de Boca.

Los hombres revolean las remeras como los de la tele, las minas levantan unos carteles pedorros que dicen: queremos pan dulce, y los pibes corren desaforados pisando cuanta planta se les cruza.

En el centro del tumulto está el jefe que gesticula, mueve la cabeza, señala para el Palacio municipal. En el primer piso está la oficina del Gato que se asoma al balcón y me hace señas para que suba. Agarra el teléfono fijo y se pone el dedo índice en la boca. Me sirvo un mate tan frío que me revuelve las tripas. Arregla con el flaco Pérez y me dice que prenda la radio. Señala la ventana para que la abra. Los gritos se cuelan al toque. “Que se vayan todos”; “Si no nos dan mercadería rompemos todo”; “Sin pan dulce y sin sidra no hay navidad” …

Golpean la puerta. Es el jefe de gabinete.

-Arregláme esto- le dice a Gato. Y sácame a tu jefe de circulación.

Los gritos se mezclan con los redoblantes y los pitidos de los chifles que le dejé a la Ñata cuando la pasé a buscar. La gente se arrima a la puerta del supermercado, mientras otros rodean la Municipalidad. Me asomo al balcón de la oficina del Gato, el que da a la calle de atrás de la Municipalidad y a la Plaza San Martín y me fumo un pucho. No quiero ni escuchar lo que hablan. Desde la terminal de ómnibus llega más gente, también desde la cancha de Colegiales, no los reconozco, deben ser pobres en serio. Justo abajo del balcón se juntan algunos y los escucho decir que todo se fue al carajo y que hace un rato un helicóptero se llevó al presidente De la Rúa de la Casa Rosada.

Se quejan de la falta de laburo, de las sequías, del uno a uno, de que la guita no alcanza para nada. Mientras, en la oficina, el jefe de gabinete rosquea con el Gato. Giro la cabeza y trato de leerle los labios, hablan bajito. Afuera, las voces suenan cada vez más fuerte, la de los punteros y la de los laburantes. Los primeros listos, a la espera de que la Ñata dé la orden para romper todo; los otros esperando el milagro. El jefe de gabinete me saluda antes de irse.

El Gato baja y sale para la plaza. Habla con la gente, Llama a la Ñata que espera arriba del Renault que estacioné en la esquina del supermercado; pide calma y les dice que ya arregló para que tengan su caja navideña. Me pide que le avise a la Ñata que desarticule la saqueada. Los laburantes, mientras tanto, pierden las esperanzas.

SOBRE LA AUTORA

Valentina Pereyra nació en Tres Arroyos el 1 de enero de 1965. Como redactora de La Voz del Pueblo de Tres Arroyos recibió dos menciones de ADEPA por las notas “Las Gringa” y “Las casas mueren de pie”. Obtuvo mención en los concursos Expedientes en Letras por “Salir de Pobre”, en el Concurso de la Fundación Banco Provincia por “La Cruz” y por “El horno” en el concurso “Mar Abierto”.

fuente: VIAPAIS

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