
Adentro, la oscuridad del interior de la sala ubicada en el séptimo piso de Arthaus daba comienzo al recorrido literario alrededor de “Paisajes”, una obra del grupo artístico Mondongo compuesta de doce paneles exhibidos de modo circular alrededor del recinto donde recrean con su habitual técnica de modelado de plastilina diversas escenas naturales litoraleñas. Agua, ramas secas, vegetación, aves y algunos secretos ocultos.

Afuera, carteles con consignas como “No nos pasamos tres pueblos” o “No hay víctimas buenas o malas, hay femicidios” abundaban en las inmediaciones de Plaza De Mayo ante una nueva convocatoria del Colectivo Ni Una Menos que reunió a cientos de miles de mujeres para repudiar el triple crímen de Morena Verdi, Brenda Del Castillo y Lara Gutiérrez.
“Estamos particularmente afectadas por Brenda, Lara y Morena. Decidimos adherir de este modo”, proclamaron desde la organización del Filba mientras le dieron paso a Julieta Correa, una de las autoras que formó parte de esta actividad, a leer a modo de prólogo el poema “Por qué grita esa mujer” de Susana Thenon.
Enfoques singulares
Mientras algunos bombos se escuchaban de fondo, explicaron la dinámica de la jornada: cuatro autores contemporáneos fueron invitados a escribir a partir de esta obra y a leer sus textos en la lengua madre de cada uno. Lo curioso fue, justamente, el enfoque que cada cual eligió. Cada uno de los cuatro, la argentina Correa, la brasileña Ana Paula Maia, la inglesa Sheena Patel y el catalán Paul Guasch, se dispersaron en distintos rincones de la sala.
Primero fue el turno de Maia. Editada en nuestro país por el sello Eterna Cadencia, su literatura suele ser cruda, ominosa y brutal. No sorprendió que su texto haya ido por esos carriles, oscilando con el fantástico.
Con la particular cadencia y musicalidad del portugués, leyó mientras muchos de los participantes seguían la lectura de la traducción de su texto gracias a un código QR que habían escaneado previamente. “El musgo le cubrió los pies y subió por sus piernas. Al amanecer, ya no era posible verlo. Estaba completamente cubierto por el manto verde del musgo. Si se mira con atención, aún es posible distinguir sus brazos como ramas de árboles y sus piernas, como troncos. Ahora es parte del bosque”, concluyó antes de pasarle el micrófono a la siguiente escritora.
Luego llegó el turno de Correa. La autora leyó una suerte de itinerario verborrágico pero sutil. una especie de catálogo de aves y especies nativas entremezclada de reflexiones. Ella solía hacer estos puntos de ideas a borbotones en newsletters o artículos publicados en medios web. De a poco fue puliendo un estilo propio y goza ahora de una merecida atención por el campo literario cultural argentino.
Hace tiempo que dejó de ser reconocida sólo por ser una habitual agente de prensa cultural y pasó a ser una autora con peso propio también debido a su notable debut literario ¿Por qué son tan lindos los caballos? (Rosa Iceberg), una novela inclasificable que combina la poesía, la prosa y el registro de diario para narrar su relación con su madre y derivas en torno a la enfermedad, la muerte y el cuidado.

En lo que leyó hubo ternura, humor y juego. Sonrió mientras describíó un año nuevo en Entre Ríos o mientras confesaba que su pájaro favorito era el churrinche. “Una parte de conocer es nombrar”, leyó mientras advirtió también acerca de la escasez de menciones a flora y fauna en la literatura contemporánea con cierta preocupación.
Verborrágico y melancólico
Los aplausos le dieron tiempo a desenredarse el micrófono y darle paso a la inglesa Sheena Patel. De paso por Buenos Aires por primera vez, luego del éxito de su primera novela, Soy fan (Alpha Decay), ella leyó algo muy a tono con su prosa. Su tono fue verborrágico, melancólico pero no nostálgico. No hubo regodeo del pasado sino una excusa para propulsarse hacia adelante e indagar en sus miedos.

En este caso a partir del recuerdo de sus primeros juegos con plastilina de niña y la naturaleza llegó a una reflexión sobre la mano humana en lo natural. “Qué triste es no estar rodeado de otras formas de vida, plantas y animales, sino de tu propia especie”, dijo sobre la ciudad de Londres dónde vive. Su conclusión fue, fiel a su estilo, conmlcionante y bella: “soy quien saquea la naturaleza y la arruina para mi placer personal. Es un espectáculo, hay que construirlo, soy una consumidora. Seré consumida”.
Por último Paul Guasch contó que un panel de “Paisajes” en dónde se ve una laguna le hizo recordar a una escena de su novela En las manos, el paraíso quema (Anagrama), por eso decidió leer un fragmento de esa escena. Fue sobre una pareja que se desmorona, en un tono poético, elegíaco.
“Era como si, muy despacio, hubieran ido buscando los paisajes que podían acompañar el débil vínculo que los unía: el lago en el que podrían dejarse hundir, si se entregaban”, leyó con su particular cadencia catalana y le dió vida a los últimos aplausos.

Momento de dispersión. Las personas continuaron su recorrido. El Filba siguió su curso. Mientras tanto, afuera, los bombos de la marcha mantenían su grito por aquellas mujeres que ya no están.
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