El segundo verso del himno ucraniano – “el destino/la suerte todavía nos sonríe, compatriotas ucranianos”- tristemente ya no es válido y, lo que es mucho peor, deberíamos extender ese retroceso de la suerte a la propia Europa: el destino/la suerte ya no nos sonríe, compatriotas europeos. La situación es ahora tan grave que hay que repetir una y otra vez los mismos planteos de siempre: quizá estos planteos encuentren más eco hoy que la crisis ha estallado abiertamente. Para cualquiera que siga nuestros medios de comunicación es más que evidente cómo el nuevo gobierno de Trump ha dislocado nuestra época tanto en política interior como exterior… pero, ¿por qué debería ser precisamente Europa la elegida para poner las cosas en orden? La razón no es sólo que parezca ser la gran perdedora de la nueva política global de Trump.
Algunos aún recordamos el famoso comienzo de El manifiesto comunista: “Un espectro recorre Europa: el espectro del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa han entrado en una santa alianza para exorcizar ese espectro: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los espías de la policía alemana…”. ¿No podríamos utilizar estas mismas palabras para caracterizar la situación de “Europa” en la percepción pública actual? Un espectro recorre el mundo: el espectro del eurocentrismo. Todas las potencias de la vieja Europa y del nuevo orden mundial han entrado en una santa alianza para exorcizar ese espectro: Farage y Putin, AfD y Orbán, antirracistas proinmigrantes y protectores de los valores tradicionales europeos, izquierdistas latinoamericanos y conservadores árabes, sionistas de Cisjordania y comunistas “patrióticos” chinos…
Hay una profunda similitud entre los ataques de Trump a la tríada ecologismo/PC/LGBT+ y el conflicto entre Rusia y Europa. Es decir, habría que hacerse una sencilla pregunta: ¿qué civilización encapsula hoy plenamente la tríada atacada por Trump? Sólo una: la civilización europea como última forma de la Ilustración. En una entrevista del 15 de julio de 2018, justo después de asistir a una tormentosa reunión con los líderes de la UE, Trump mencionó a la Unión Europea como la primera en la línea de “enemigos” de Estados Unidos, por delante de Rusia y China: lo que Trump trata de hacer es disolver la unidad europea, y sus esfuerzos encuentran eco en cada vez más estados europeos (Hungría, Alemania, Austria, Reino Unido…). Durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, el primer acto del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, fue lanzar un brutal ataque ideológico contra Europa, acusando a sus líderes de reprimir la libertad de expresión, de no frenar la inmigración ilegal y de huir despavoridos de las verdaderas creencias de los votantes. Se preguntó abiertamente si los actuales valores europeos merecían ser defendidos por Estados Unidos.
“Europa” es hoy un terreno de lucha ideológica y política. Muchas ideas de Europa compiten y están en una especie de superposición: la noción conservadora de Europa como un espacio de estados soberanos cristianos; la visión tecnocrática de Europa como una unidad económica; etc. Entonces, ¿qué Europa molesta tanto a Trump como a los populistas europeos? Es la Europa de la unidad transnacional, la Europa vagamente consciente de que, para hacer frente a los retos de nuestro tiempo, debemos superar las limitaciones de los estados-nación; la Europa que también se esfuerza desesperadamente por mantenerse de algún modo fiel al viejo lema de la Ilustración de la solidaridad con las víctimas, la Europa consciente de que la humanidad es hoy Una, de que todos estamos en el mismo barco (o, como decimos nosotros, en la misma Nave Espacial Tierra), de modo que el sufrimiento ajeno es también problema nuestro.
Esto nos lleva al escandaloso espectáculo llamado Conferencia de Seguridad de Múnich. Timothy Garton Ash planteó la pregunta a propósito de la conferencia de Múnich: “¿La paz será como la de Chamberlain para nuestra época?” Mi respuesta es que podría resultar incluso peor porque nuestra época es una nueva época de multipolaridad de los BRICS. Las dos perspectivas de paz en las que está inmersa ahora la administración Trump -Gaza y Ucrania- son casos ejemplares de cómo funcionará el mundo BRICS que está surgiendo ahora: sí, será multipolar, pero en el sentido de un par de estados fuertes que definen cada uno su propia esfera de influencia y limitan la soberanía de sus vecinos más pequeños. La política exterior de Trump encaja perfectamente en el mundo BRICS: reconoce que Ucrania está en la esfera de influencia de Rusia, mientras insiste en que Canadá, Groenlandia, México y Panamá están en la esfera de influencia de Estados Unidos. Así pues, la realidad de los BRICS se asemeja extrañamente a la de 1984 de George Orwell, que transcurre en un mundo dividido en tres superestados en guerra constante: Oceanía, Eurasia, Estasia. Ese mundo coincide con la realidad actual con algunos cambios: Estados Unidos se apodera de América Latina y Rusia de Europa occidental, excepto del Reino Unido (que forma parte de Oceanía).
Por eso Trump de inmediato entabló una negociación con Putin, excluyendo abiertamente a Europa de las conversaciones de paz: aunque Trump y Putin discrepen en muchas cosas, ya hablan el mismo idioma. El (para algunos sorprendente) respaldo de Putin al plan de Trump de anexar Groenlandia refleja su visión común de un nuevo orden mundial. Los dos comparten también la participación en grandes crímenes de guerra: Gaza y Cisjordania, Ucrania. Sin embargo, China es aquí una excepción: es mucho menos expansionista, está interesada en el comercio abierto y parece ser incluso mucho más apta para abrir el espacio al capitalismo innovador (productos digitales, medicina, autos eléctricos…). Aunque Europa es bastante fuerte económicamente, en el aspecto geopolítico está cada vez más marginada e ignorada. Si quiere sobrevivir, tendrá que afirmar enérgicamente su soberanía no sólo frente a Rusia, sino principalmente frente a Estados Unidos.
Ahora que está claro que a Europa ya no se la trata como el principal aliado de EE.UU., una de las opciones a considerar es una alianza estratégica con China contra el nuevo gran eje formado por EE.UU., Rusia e India: aunque China está más cerca de Rusia en la guerra de Ucrania, da señales claras de no respaldar totalmente la agresiva política rusa. Sí, hay muchas críticas que hacer respecto de China (y también respecto de Europa), pero ni Europa ni China son estados neofeudales oligárquicos como Estados Unidos y Rusia. Tal vez, nuestra supervivencia misma dependa de ello.
Una carroza de carnaval, en la que aparecen el fundador y consejero delegado de SpaceX, Elon Musk, y Alice Weidel, de AfD, se presenta antes del tradicional desfile de Carnaval del Lunes de Rosas en Colonia, Alemania, 25 de febrero de 2025. REUTERS/Jana Rodenbusch
No es de extrañar que Trump también dijera que Rusia debería reingresar al G7, lo que es una señal de una re-normalización general de Rusia. De modo que no se trata sólo de que Europa se una para convertirse en una gran potencia más dentro del espacio BRICS; debería convertirse en una excepción, un lugar que ofrezca apoyo a las víctimas de las nuevas superpotencias BRICS, cada una de las cuales define su propia esfera de influencia.
La anunciada toma de control de Gaza por parte de Estados Unidos demuestra lo que sucede dentro de la esfera de influencia de una superpotencia: para decirlo sin rodeos, hace lo que quiere, dejando de lado toda simulación. Cuando Trump anunció su plan de tomar el control de Gaza, nos encontramos de nuevo ante la solución de dos estados rechazada por Israel, sólo que con el cambio de un pequeño detalle: los dos estados no son Israel y Palestina, sino Israel y Estados Unidos. Entonces, ¿qué pasará si Trump tiene éxito y la paz impera en el gran Israel étnicamente purificado? Shakespeare escribió: “El mal que hacen los hombres vive después de ellos; el bien suele ser enterrado con sus huesos”. El horror en el caso de Trump es aún peor: si sus malas acciones tienen éxito, serán recordadas como buenas, como algo que trajo la paz.
Trump recibe a Benjamin Netanyahu a su llegada a una reunión en el Ala Oeste de la Casa Blanca en Washington, D.C., EE.UU., el 7 de abril de 2025. Foto: EFE/SHAWN THEW
El plan de paz que propone EE.UU. dejará a Ucrania atrapada entre las dos colonizaciones: la parte oriental pasará directamente a formar parte de Rusia, mientras que la parte occidental se convertirá en una colonia económica de hecho, con gran parte de su tierra fértil ya en manos de corporaciones occidentales, sus recursos naturales expoliados, etc. “Garantía de paz” es para Trump la garantía de ambas partes (Ucrania y Rusia) de que EE.UU. tendrá libre acceso a los recursos naturales de Ucrania para cubrir los costos de su ayuda militar a Ucrania. De modo que Rusia se quedará con (una parte de) su torta y EE.UU. se la comerá (o al menos una parte de ella), quedándose Ucrania sin nada… o como mucho con unos títulos simbólicos.
Entonces, ¿qué puede hacer Europa en una situación que Yanis Varoufakis describe mejor como “la última oportunidad de Europa para arrebatar autonomía a Estados Unidos”? Muchas cosas. En cuanto a Gaza, Europa fácilmente podría ir un paso más allá de limitarse a condenar la toma de poder de Trump y simplemente organizar una gran operación de ayuda, trayendo desde el mar y desde Egipto una gran cantidad de la ayuda que allí se necesita: alimentos, equipos médicos, tiendas de campaña… Si Estados Unidos, y no sólo Israel, bloqueara esa ayuda, la verdad -que ya es evidente- sería mucho más difícil de ignorar, y Trump tendría que elevar su sofisma a un nuevo nivel, argumentando que la ayuda concreta a los palestinos de Gaza los hace sufrir más innecesariamente… En cuanto a Ucrania, no hay más que sacar las conclusiones de lo que dijo Zelenski el 15 de febrero de 2025 en Múnich: “Seamos sinceros. Ahora no podemos descartar la posibilidad de que Estados Unidos le diga que no a Europa en una cuestión que la amenace. Muchos, muchos líderes han hablado de que Europa necesita sus propias fuerzas armadas, un ejército de Europa”.
Volodymyr Zelenskiy, y Trump reunidos mientras asistían al funeral del papa Francisco, en el Vaticano el 26 de abril de 2025. Foto: Ukrainian Presidential Press
Es la propia Ucrania la que se enfrenta ahora a una difícil disyuntiva entre Estados Unidos y Europa. Hasta ahora, podía confiar en ambos polos, pero la grieta se ha abierto de par en par. El mensaje de los representantes del gobierno estadounidense es claro: las negociaciones comenzarán sólo con Estados Unidos y Rusia, Ucrania se unirá a ellas más tarde… En suma: su papel será firmar lo que los otros dos grandes decidan, con la amenaza de que, si se atreve a decir que no, se quedará sola… y con Europa, que ahora simplemente queda fuera de las negociaciones aunque la guerra tenga lugar en Europa. Las declaraciones de J.D. Vance contra Europa dejan más que claro que el verdadero blanco del giro de la política estadounidense con respecto a la guerra de Ucrania no es Ucrania, sino la propia Europa, su herencia emancipadora. La pregunta que subyace a todo esto es: ¿se tomará Putin en serio las negociaciones o son sólo un paso más en la continua expansión rusa? La respuesta a esta pregunta no está escondida en lo más profundo del alma de Rusia, depende mucho de cómo reaccionen los demás ante la política rusa.
Por lo tanto, repito, ¿qué debe y puede hacer Europa si quiere afirmarse como potencia autónoma? En primer lugar, Europa tendrá que (re)definirse claramente, y aquí ya surgen problemas con los estados y las fuerzas populistas que están en contra de una Europa unida, así como de su legado emancipador. En segundo lugar, parte de esta redefinición es también la autonomía militar. John Bolton predice que Trump retirará a EE.UU. de la OTAN. Esperemos que esto ocurra y que la OTAN se convierta en la fuerza armada de la Europa unida. En tercer lugar, Europa tendrá que replantearse su política económica para tender hacia una mayor coordinación y -para usar la palabra prohibida- planificación, una planificación obligatoria a gran escala, no sólo una vaga “coordinación” o “colaboración”.
Un soldado del ejército estadounidense de la 3.ª Brigada, 10.ª División de Montaña maneja un dron Skydio X2 durante el ejercicio militar Combined Resolve 25-1 en Hohenfels, Alemania, el 3 de febrero de 2025. Foto: EFE/MARTIN DIVISEK
Sencillamente, no hay otra forma de afrontar las crisis que amenazan nuestra supervivencia misma. La planificación en los momentos de crisis múltiples tiene que combinar características que pueden parecer mutuamente excluyentes: su resultado no puede predecirse y menos aún planificarse, pero por esa misma razón tenemos que estar bien organizados cuando se acercan… en suma, aunque no puedan planearse, nos exigen mucha planificación: tras delinear cuidadosamente las tendencias enfrentadas, tenemos que actuar con plena conciencia de que quizá debamos cambiar de posición debido a las consecuencias inesperadas de nuestros actos. ¿Suena utópico? En absoluto: basta recordar algunas de las economías más prósperas del mundo en las que la economía está sumamente regulada y dirigida por aparatos estatales, desde Suiza y Singapur hasta Corea del Sur.
En otras palabras, la postura que Europa debería adoptar hoy es la de un pragmatismo basado en principios. Groucho Marx dijo: “Éstos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros”. Ésta es la fórmula del pragmatismo sin principios: cuando los que están en el poder cambian sus principios sólo para mantenerse en el poder. En las negociaciones en curso para la paz en Ucrania, Trump se presenta como un realista pragmático que propone a todas las partes elegir el mal menor; sin embargo, como dijo nada menos que Jerry García: “Elegir constantemente el mal menor sigue siendo elegir el mal”. Luego tenemos la defensa dogmática de los principios: nos atenemos a ellos aunque ello suponga trastornos económicos y sociales. El pragmatismo de principios no es la búsqueda de una especie de justo medio entre dos opuestos, significa algo mucho más preciso: cuando una situación cambia radicalmente, tenemos que cambiar muchas de nuestras posiciones particulares precisamente para seguir siendo fieles a nuestros principios básicos.
Los principales líderes europeos, como el canciller alemán, Olaf Scholz; el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (c-d); y los primeros ministros de Países Bajos, Dick Schoof; de Polonia, Donald Tusk, y de Italia, Giorgia Meloni, Macron, además de los máximos representantes de la UE y de la OTAN, reunidos en París en una cumbre informal el 17 de febrero de 2025. Foto: EFE/ Pool Moncloa
En lo que respecta a Europa, el aspecto de los principios se refiere a la fidelidad incondicional al legado de la Ilustración, y el aspecto pragmático a muchas decisiones imprevisibles y difíciles. Europa debería aprovechar la crisis actual como oportunidad para reafirmarse y cobrar nueva fuerza. Macron hizo bien en organizar la urgente cumbre de líderes europeos en París, pero el problema aquí es, una vez más, hasta dónde puede llegar este grupo. ¿Será sólo otra declaración que sirva de excusa para no hacer nada? En las últimas décadas, en Europa se multiplicaron las declaraciones de este tipo. Así que mi conclusión no es cautelosamente optimista sino pesimista con la esperanza de que ocurran milagros. La batalla está casi perdida, pero aún no del todo. Oímos decir todo el tiempo que Europa está rezagada respecto de EE.UU. y China en digitalización e IA. Sin embargo, a veces es bueno llegar tarde: así permitimos que otros cometan los errores inevitables y entramos en el proceso de forma más adecuada. Es aquí donde deberíamos recordar la máxima de Nietzsche: “Lo que no me mata me hace más fuerte”.
Esta es la elección a la que se enfrenta hoy Europa. No hay tiempo para un modesto realismo pragmático. Para que Europa sobreviva del todo, tendrá que actuar como una superpotencia. No sólo como una superpotencia más en el nuevo multilateralismo de los BRICS, sino también como un aliado potencial de todos aquellos estados que son víctimas de la coexistencia de grandes potencias en los BRICS. En pocas palabras, como la única civilización que se mantiene fiel a la noción de solidaridad global de las víctimas. Esto suena utópico, pero mi planteo es que Europa sólo puede sobrevivir de esta manera. Si sólo quiere convertirse en uno de los nuevos actores fuertes de los BRICS, sumando su nombre a la lista de EE.UU., Rusia, China, India…, desaparecerá.