
“Oasis me cambió la vida”, dijo Noel Gallagher.
“Si no fueran ellos, no existiría Oasis”, remató Liam, sin anestesia.
Mientras la banda vuelve a sacudir River en este 2025 y el nombre Oasis estalla otra vez, reaparece una historia subterránea del rock británico: la de Second Coming, el disco que prometía coronar a Stone Roses y terminó convertido en un “Titanic millonario”: un hundimiento que abrió, sin quererlo, un espacio generacional para que Oasis irrumpiera con velocidad supersónica.
La caída de Stone Roses que abrió el camino para Oasis
A mediados de los 90, Inglaterra esperaba el regreso triunfal de Stone Roses. Su debut había impactado: un disco luminoso, juvenil, insolente, que mezcló espíritu de club y rave con guitarras y que le dio a la rockera Manchester un nuevo capítulo.
Hasta Pete Townshend, de The Who, quedó deslumbrado cuando escuchó a Stone Roses por primera vez. Llegó a decir que su baterista era el mejor de su generación.
Ese primer álbum llegó con canciones que pavimentaron al Britpop: “I Am the Resurrection”, “She Bangs the Drums”, “Fools Gold”. Incluso su tapa —con los limones que en el Mayo francés del ’68 se usaban para aliviar los ataques del gas lacrimógeno— quedó como un símbolo de actitud. Rock de barricada. Un tanto indulgente y desentendido también.
Stone Roses en sus primeros años, cuando su debut marcó a toda la escena de Manchester.Earn Ian Brown al frente, John Squire en la guitarra, Mani Mounfield en el bajo —hoy toca con Primal Scream— y Reni Wren en batería: un cuarteto con química propia, clave para el sonido de ese debut.
Oasis heredó eso: la frescura, el desenfado, la arrogancia pop… el flequillo.
Pero el siguiente disco de Stone Roses, Second Coming tardó cinco años en aparecer. Hubo peleas con el sello, cambios de productor, un presupuesto sin techo, discusiones internas. Cuando salió, ya era tarde. Muchos lo leyeron como el hundimiento del barco que parecía más sólido de su generación.
Y sin embargo la historia no termina ahí.
Stone Roses, la banda del Titanic
Lo que prometía ser un renacimiento terminó siendo “el Titanic del rock británico”. Pero Second Coming, escuchado hoy, es otra cosa: un disco enorme, exigente, raro y adelantado.
La espera se anuncia desde el inicio: los once minutos de “Breaking Into Heaven”, una entrada que funciona como obertura y como declaración de principios: si no te gusta, andate. Del folk a la electricidad —la delicadeza de “Tightrope”, la tensión de “Tears”— y “Driving South”, donde John Squire mete fraseos de Hendrix en clave “posmoderna”: no como homenaje, sino como relectura.
Liam y Noel Gallagher en sus etapas solistas, antes del regreso de Oasis a River.“Love Spreads” se convirtió en un clásico absoluto. El riff tiene algo del espíritu de “Moby Dick” de Led Zeppelin y, por extensión, de esa tradición de solos y grooves de batería que va de Gene Krupa a Buddy Rich.
En “Begging You”, con loops y guitarras, el crítico Simon Reynolds vio “un torbellino que captura el instante en que el sueño rave empieza a deshacerse”. Y más de un crítico comparó su pulso circular y psicodélico con “Tomorrow Never Knows” de los Beatles.
Y la tapa. Nunca un disco se pareció tanto a su portada: un collage que parece un cuadro de Pollock, con salpicaduras, recortes, capas y texturas. Así es Second Coming: capas de guitarras, detalles escondidos, mezclas densas que se entienden mejor con el tiempo que con la urgencia del lanzamiento.
Por eso hoy, sin la sombra del debut perfecto, Second Coming suena más actual que muchos discos de su época. No busca la inmediatez de un “like”: es un álbum horizontal, un paisaje musical que se extiende, para volver, no uno vertical para scrollear rapidito mientras hacemos otra cosa.
Un disco adelantado a su tiempo
Pero en 1994, fue demasiado. Demasiado ambicioso, demasiado libre, demasiado largo.
Manchester venía de Joy Division, de The Smiths, de una tradición que no le tenía miedo a la incomodidad. Stone Roses entregó un disco que miraba hacia atrás —Hendrix, Zeppelin— y hacia adelante —loops, ritmos rotos, electrónica incipiente— a expensas del consumidor.
Y el día anterior a la muerte de Kurt Cobain, Oasis lanzó su primer simple, “Supersonic”. Y meses después, el “suicidio artístico” de Stone Roses
Second coming, de Stone Roses, el disco esperado que los hundió por completo.Fue un golpe de realidad: mientras todos hablaban del final de Nirvana, había una banda nueva empezando a correr más rápido que el resto.
Mientras Second Coming se hundía bajo su propio peso mediático, Oasis lanzaba Definitely Maybe con la velocidad y hambre de banda nueva. Canciones enormes, melodías inmediatas, actitud callejera y un pulso que recuperaba Manchester para todo el Reino Unido.
Lo que vino antes y después de Oasis
En un año Oasis pasó de pubs mínimos a estadios. El espacio que los Roses dejó vacío —por desgaste, por demora, por expectativas imposibles— fue ocupado de inmediato por la banda de los hermanos Gallagher.
Antes de la disolución oficial en 1996, John Squire se bajó del barco. Hasta Slash de Guns N’ Roses se ofreció a reemplazarlo para la gira final de Stone Roses. Décadas más tarde grabaría un disco entero con Liam Gallagher, como si la historia necesitara cerrar esa vuelta.
En “She Bangs the Drums”, del primer disco de Stone Roses, Ian Brown canta:
“El pasado es tuyo, pero el futuro es mío.” Una línea que terminó siendo literal, pero para Oasis.
Es que definitivamente, o acaso tal vez, el rock no avanza en línea recta.
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