
Milei ganó desarmando las certezas políticas.Hizo inhabitable la oposición. Y ahora todos —votantes, opositores, aliados— se mueven en ese territorio incierto.
No se sabe aún si su triunfo cierra un ciclo o abre un vacío. Milei, en su elección presidencial, logró organizar una fuerza de desencantados, mientras el resto del sistema se miraba a sí mismo en cámara lenta. Una vez en el poder, como mostraron varios colegas analistas, LLA fue dejando atrás su transversalidad: terminó recurriendo a la tradicional lógica binaria peronista antiperonista que organiza desde 1945 el sistema político argentino.
Milei blandió su motosierra polarizadora y le dio entidad al kirchnerismo como un cuco a exorcizar. Axel Kiciloff, luchando por su cuotita de podercito, metió un golazo en contra: el desdoblamiento de las elecciones de la Pcia de Buenos Aires funcionó como una especie de ¨primera vuelta virtual¨. La prueba está en que en las elecciones del 26 de octubre quedaron pocos votos para terceras fuerzas. Milei finalmente se recibió de político: utilizó la vieja estrategia electoral polarizante para barrer contrincantes moderados y captar votos de un electorado argentino que, en general, más allá de las etiquetas, está en el centro. Ese centro es hoy el verdadero campo de disputa del poder.
El sistema político desarmado
Quedan muchas identidades partidarias, líderes y electores que no decantan aún en un espacio propio o ajeno, evidencia de la inercia electoral centrífuga que quitó capacidad de agregación a fuerzas menores. Muchos personajes políticos importantes no lograron sus candidaturas (de Ricardo López Murphy a Florencio Randazzo y María Eugenia Talerico. Martín Lousteau quédó el filo). Está por verse cómo se alinean gobernadores radicales y peronistas racionales y de movimientos locales, y si cada una de las partes de ¨Provincias Unidas¨ (como Santa Fe, Córdoba y Patagonia) termina siendo más fuerte volviendo a sus espacios de origen de lo que demostró ser desde el todo.
El kirchnerismo terminó atrincherado en la tercera sección con una tía mechera en el barrio de Constitución, que para suerte de LLA, vetó toda renovación del peronismo, que quedó atrapado entre la nostalgia del orden y el vértigo del cambio. Veremos si el peronismo, largando lastre K, puede convertirse en Ave Fenix.
La gran incógnita es cómo jugarán las alianzas en el senado y entre las provincias. Una vez pasadas las elecciones, la política se juega en el centro. Milei, después de primer gran acto político, se deberá arremangar para seguir practicando su nuevo oficio, dominar el arte de la negociación, la escucha, la obra pública, además de las ya anunciadas reformas estructurales.
El votante pragmático
Entre los votantes de LLA hay libertarios convencidos, pero también un amplio grupo de anti K menos comprometidos con Milei que con evitar el regreso del kirchnerismo. Hay entusiasmo, pero sobre todo hay alivio. Una gran parte del país aún está probando a Milei porque no es ni fanático ni militante, sino pragmático. Algo que parece estar observando el mismo Presidente.
Además hay otros observadores más silenciosos. La participación fue una de las más bajas de la historia reciente -apenas el 68 %. En la actitud de los no fanáticos, que votaron a LLA con la nariz apretada, y en la abstención, esté probablemente la clave de la gobernabilidad y del futuro de la Argentina. Los extremos para ganar, el centro para gobernar. Milei deberá descubrir si puede habitar el centro electoral sin perder su identidad ganadora de outsider.
Gran parte del electorado, ese observador silencioso que no milita, pero tampoco se resigna, hoy mira al gobierno como quien mira un incendio: con una mezcla de fascinación y distancia. La gobernabilidad se adivina en la demanda de esas tres minorías silenciosas; en los votantes que apostaron a lo nuevo pero sin el rugido estridente del león, en los que no fueron a votar, y en los perdedores que aceptan un nuevo rumbo si les duele un poco el orgullo pero no el bolsillo o el futuro de sus hijos. Y también en los gobernadores que tienen que pagar sueldos. La clave del éxito a largo plazo está en la estabilidad, la previsibilidad, la construcción de acuerdos que trasciendan gobiernos. Apoyada en un colchón de dólares y una geopolítica favorable.
Legitimidad electoral y legitimidad social
En las presidenciales de noviembre de 2023, llamados a vencer al kirchnerismo, muchos votantes dieron el presente. En las de medio término de 2025, cuando se trató de apoyar al gobierno, se necesitó más que la baja de la inflación para ganar elecciones. El plato del ajuste vino mal condimentado con recortes a bastiones que forman parte del ADN argentino, la salud y la educación pública, el sistema universitario, la ciencia, la cultura del Estado como garante de inclusión. Parece venir al caso la máxima popular: si no está roto, no lo arregles. El discurso anticasta se dio de bruces con la realidad, con sospechas de corrupción y una mesa chica, literalmente, demasiado pequeña, que deberá dejar lugar al diálogo más amplio y la construcción de consenso.
Muchos dicen que la Boleta Única Papel no dejó que el fraude colara unos votos. Incontrastable. Lo que sí es cierto es que Trump dolarizó su respaldo, mientras que Axel Kiciloff proporcionó la ayuda necesaria para despertar (otra vez) el fantasma del kirchnerismo.
Milei tiene caudal político, y puede conseguir tan ansiadas mayorías para aprobar las reformas impositiva, laboral, provisional. ¿Hasta dónde llega el permiso social?
En la Argentina hay instituciones que funcionan como un factor higiénico de la simbología nacional: nadie las defiende todo el tiempo, pero todos las dan por supuestas. Milei desafió precisamente esas certezas compartidas. Ahí radica uno de sus límites más profundos: puede ajustar las cuentas, pero no puede romper los consensos que todavía dan sentido de pertenencia sin quedarse sin país. La gobernabilidad en Argentina no depende sólo de los votos o del Congreso, sino de la legitimidad simbólica que los gobernantes conservan ante su propia sociedad.
La política sin épica
El país que lo mira sin intervenir —que no sale a la calle ni aplaude ni protesta— es hoy el que define los márgenes del poder.
La mayoría no quiere épica: quiere orden, horizonte, sentido de dirección. Si algo puede volver a aglutinar a distintos sectores para crear un horizonte compartido, no es una bandera ideológica, sino una sensación: la de que el país volvió a funcionar. El contexto internacional apoya, nuestra inserción estratégica en un mundo que valora nuestro petróleo, gas, minerales, y otros recursos naturales y posición complementaria y estratégica es un gran apoyo para integrarnos en cadenas logísticas, subir en la cadena de valor, comerciar libremente mientras no sobrepasemos los límites de los Estados Unidos (o China?).
En esa búsqueda silenciosa de normalidad se juega el futuro político de Milei. Si logra convertir su poder electoral en estabilidad, habrá dado un salto histórico. Si insiste en gobernar desde la fractura, esa indiferencia que hoy lo sostiene puede volverse, de pronto, distancia.
A Milei lo sostuvieron la baja de la inflación, el relativo orden en las cuentas públicas, Trump, la esperanza, la polarización y un vacío en el espacio peronista. Tiene que encontrar una base de sustentación propia justamente en lo que se espera de un gobernante.
Después de décadas de promesas de transformación, la sociedad argentina parece dispuesta a premiar a quien logre algo mucho más elemental: que nada se rompa. El Milei economista y ahora flamante político tiene las “fuerzas del cielo” alineadas en su búsqueda de reformas integrales, pero debe a la vez conservar los recursos simbólicos de educación, salud, ciencia y tercera edad. La Argentina lo ve avanzar, con el escepticismo cerca del botón de pausa.
—



