Massa y sus medidas: un poco de agua para que alcance el champú

Opinión de nuestra sección #OtraMirada



Con el aval del FMI, Sergio Massa acaba de agregarle un poco de agua al champú. Como para que dure un poco más.

La parábola describe la coyuntura que atraviesa hoy el país, con un ministro al frente de #Economía que pretende ser alternativa de gobierno para 2024.

El ministro-candidato anunció un programa que cuesta alrededor de 500 mil millones de pesos, para paliar marginalmente los efectos de la inflación que acaba de generar el lunes post Paso, cuando dispuso un aumento del tipo de cambio del 22%. En una semana, todo pasó a precios y hasta hay gremios que cerraron aumentos paritarios bajo esta lógica de devaluación y aceleración inflacionaria.

Massa pretendía llegar a diciembre piloteando un imposible: no devaluar.

En aras de eso –prohibición expresa de Cristina– rifó las reservas del Banco Central, quemó yuanes, ayuda de organismos bilaterales varios y hasta de Catar, hasta que no se pudo más. El lunes posterior a las elecciones primarias devaluó 18% el peso y fijó el dólar oficial a $ 350 hasta octubre. De paso, le endilgaron las turbulencias a que el libertario Javier #Milei picó en punta.

En el Council of American Javier Milei volvió a plantear que la Argentina necesita un cambio de actores para modificar el estado de situación. (Federico López Claro)
En el Council of American Javier Milei volvió a plantear que la Argentina necesita un cambio de actores para modificar el estado de situación. (Federico López Claro)

Abandonado ya ese imposible que era no devaluar, lo que pretenden ahora Massa y compañía es que la devaluación no pase a precios. No hay manera. O sí, sólo en aquellos segmentos donde los prestadores están altamente concentrados. Lo puede hacer a medias, a puro garrote, dejando que se le compliquen más las cosas al siguiente. Para que este plan funcione, se necesitan altas dosis de monopolio.

¿Por qué no pueden controlar el precio de la carne? Porque hay por lo menos 30 mil carnicerías minoristas en todo el país y es imposible regular ese precio, más allá de la tendencia que marca la hacienda en pie. En cambio, los prestadores de gas, de medicina prepaga, de electricidad, laboratorios o expendedoras de combustibles no son más de 10 en cada rubro. Se los puede relativamente controlar y/u ofrecerles medidas de compensación fiscal.

LA INFLACIÓN REPRIMIDA

El problema es que eso incrementa la inflación reprimida que en algún momento habrá que sincerar. Desde diciembre de 2019 hasta julio pasado, es decir en todo el mandato de Alberto Fernández, la inflación general minorista acumuló 565%.

Sin embargo, el rubro textil y del calzado aumentó en el mismo período 788%, seguido de restaurantes y hoteles con el 722%. En el otro extremo, el rubro vivienda, que concentra las tarifas de gas y electricidad, aumentó 345% en el período, y comunicación, donde también se regulan tarifas, subió 348%. Ahora se atrasó prepagas, se congeló naftas, se pisó el boleto de colectivo. Se puede un rato, porque son pocos los prestadores, hasta que colapse el sistema.

Además de monopolio, para que este plan llegue a fin de año y no se desvíe tanto de las metas acordadas con el FMI (se ha “descarrilado” dijo el organismo en su última revisión) necesitará altas dosis de inflación. Muy altas dosis.

Cuando haya que pagar los anuncios de Massa (que, a decir verdad, son muy acotados), es probable que alcance con la recaudación adicional que hayan recibido los estados (Nación y provincias) por efecto de la devaluación.

Como cobran una porción de los precios (21% Nación, 5% las provincias), cuando las cosas suben (aunque ninguno lo diga en voz alta), el Estado festeja porque sube la recaudación sin haber movido un pelo. Así, de arriba, con el trabajo de otros.

A los municipios se les complica un poco más, porque deben cobrar tasas por servicios prestados y no pueden (o no deberían, porque muchos le encontraron la vuelta) subirse con un cobro que represente un porcentaje del producto o servicio. Por eso protestan.

Esa es la famosa licuación de los gastos fijos que abona el Estado, que son jubilaciones y salarios. Da aumentos, sí, pero contra inflación pasada; y cada cuatro meses, con suerte. Mientras tanto, se queda con todo el excedente que recauda porque subieron los precios. Por eso es que el déficit cae: es a fuerza del deterioro de quienes tienen ingresos fijos.

Así, haciendo daño, es probable que cierre la meta de 1,9 puntos de déficit fiscal con el FMI. Todas las demás –acumulación de reservas, emisión acotada para financiar déficit, unificación del mercado de cambios y un largo etcétera– no se van a cumplir. Lo sabe el FMI, que se ha resignado, y lo sabe también Massa. Ambos fingen demencia y siguen para adelante, a la espera de que el champú alcance.


Nota de Laura González, para LAVOZ

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