Más allá de la promesa: La IA y su impacto competitivo – El Economista

La inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una promesa futurista a una realidad cotidiana. Con herramientas como ChatGPT o Midjourney, se ha abierto un mundo de posibilidades, desde la optimización de procesos hasta la creación de nuevos productos y servicios. La sensación de que la innovación está al alcance de cualquiera es innegable.

Pero, más allá del entusiasmo y hype por la tecnología, ¿cuál es su impacto competitivo? Para responder a esta pregunta, es útil mirar hacia atrás.

El florecimiento actual de la IA se parece muchísimo a la euforia de hace una década con el “Uber para x”: Todo el mundo tenía una idea de negocio que se convertiría en una aplicación. Daba la impresión de que la digitalización democratizaba la oportunidad de crear un negocio multimillonario. Y, en algunos casos, lo hizo, pero ¿quiénes fueron los verdaderos ganadores de ese proceso?

La realidad es que, en poco tiempo, la economía digital se concentró enormemente, con jerarquías bien establecidas a nivel global. Las principales ganadoras fueron el puñado de empresas -los gigantes tecnológicos de Silicon Valley, las Big Tech- que diseñan y controlan el hardware y los servicios fundamentales sobre los que opera toda la economía digital: la infraestructura digital. En una segunda capa están las plataformas regionales/nacionales y otras empresas de base tecnológica, que si bien dependen de las Big Tech, lograron consolidar modelos de negocio muy exitosos. Y en una tercera capa está la vasta red de empresas tradicionales, pymes, emprendedores y trabajadores de plataforma que dependen de esos ecosistemas para operar.

Esta concentración no fue casual, sino el resultado de rasgos inherentes a los mercados digitales: los efectos de red hacen que el valor de una plataforma crezca con cada nuevo usuario, crean un fenómeno de concentración donde el “ganador se lleva todo”. A esto se suma el poder de gobierno de quienes controlan la infraestructura digital, que no solo facilita las interacciones, sino que implican un diseño unilateral de las reglas de juego. La gestión algorítmica y la automatización permiten lograr economías de escala y de alcance sin precedentes. Finalmente, la captura y monetización de datos se convirtió en un activo estratégico, permitiendo a las plataformas expandirse a mercados adyacentes con una facilidad asombrosa, reforzando su dominio.

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Ante este escenario, la política de defensa de la competencia tradicional, diseñada para mercados de mitad del siglo XX, ha demostrado ser insuficiente. Ha habido un autoasumido fracaso global de las autoridades de competencia para limitar los abusos de poder asociados a la concentración de estos mercados. Fusiones y adquisiciones, como la compra de pequeñas startups que podían parecer inofensivas en el papel, estaban en la práctica orientadas a eliminar a potenciales competidores, impidiendo la innovación y la renovación de los mercados.

Estos rasgos de los mercados digitales son igual o más importantes en esta era de la masificación de la IA, lo que nos permite anticipar una profundización de la concentración y las jerarquías que ya observamos.

En su declaración del 8 de agosto pasado frente al Congreso de Estados Unidos, Sam Altman identificó tres insumos críticos para competir en IA: poder de cómputo, investigación y desarrollo en algoritmos, y disponibilidad de datos para entrenamiento de las IA. Las Big Tech son hoy líderes indiscutibles a nivel global en los tres factores, controlando la infraestructura digital que sirve como vehículo para el uso y la difusión de las herramientas de IA. En contraste, las empresas especializadas en IA, como OpenAI, no tienen estos ecosistemas propios. No es casualidad que busquen la mayor integración posible con las aplicaciones y sistemas operativos existentes, ya que su valor en última instancia dependerá de la capacidad de llegar de forma directa a millones de usuarios. Finalmente, las empresas restantes -ya sean adoptantes o desarrolladoras de nuevos productos y servicios basados en IA- aumentarán aún más su dependencia de quienes hoy controlan los mercados digitales.

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En este contexto, tenemos que entender a la infraestructura digital como un factor cada vez más importante tanto para la competitividad como la soberanía Argentina. Un estrategia que está siendo cada vez más impulsada, incluso por países de ingreso medio, es el desarrollo de una infraestructura full-stack pública, incluyendo cloud, datacenters, y plataformas. Es una política viable porque no es necesario que esta infraestructura esté en la frontera tecnológica para tener un impacto económico transversal positivo. Generaría demanda y nuevos encadenamientos productivos para el sector tecnológico, una de las estrellas de la economía argentina, y serviría como base sobre la que actores públicos y privados puedan construir y proveer productos y servicios. La cuestión no es si la IA tendrá un impacto, sino cómo nos posicionamos para que sirva como motor de desarrollo inclusivo. 

fuente: GOOGLE NEWS

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