
Si usted tuviera que enfrentar una intervención quirúrgica en un futuro cercano y pudiera elegir: ¿desearía que la operación la realice un profesional con años de formación y experticia, o bien, un robot muy bien calibrado y entrenado a partir de la lectura de miles de millones de datos? Este interrogante que en el presente parece no tener mucho sentido, puede que en un tiempo sí lo tenga. Esta semana, en el mundo científico se comunicó un caso que llamó la atención: un nuevo sistema basado en inteligencia artificial realizó con 100 por ciento de éxito buena parte de los procedimientos quirúrgicos que practican los médicos en una extirpación de vesícula. Claro, la novedad fue probada en cerdos y no en humanos, pero bien se sabe desde tiempos de Favaloro que los porcinos constituyen un excelente modelo, y que puede servir de puente para que la ciencia realice el próximo gran salto.
Las cirugías de las que participan robots no son una noticia en sí misma. De hecho, todo el tiempo, desde hace décadas, se realizan intervenciones a distancia en donde los médicos de carne y hueso, indican a las máquinas cómo realizar el trabajo. De todos los sistemas, el Da Vinci es uno de los más populares: desde una consola, el profesional manipula un robot que realiza movimientos milimétricos, con una precisión alucinante. Las operaciones se vuelven menos invasivas, se reduce la posibilidad del temblor de las manos humanas y se habilita una ampliación visual para acceder a la zona de interés con mayor resolución.
Ahora bien, ¿qué pasaría si se utiliza IA generativa y aprendizaje automático para que sea un sistema informático y no una persona la que comande el Da Vinci? Es decir, ¿qué sucede si una máquina muy entrenada aprende a usar otra máquina, en este caso el robot? Ahí sí, entonces, el futuro se hace carne y el planeta está en condiciones de afirmar la presencia de máquinas cirujanas.
Esas preguntas, en parte, ya fueron respondidas esta semana por un equipo de científicos de las universidades de Stanford y Johns Hopkins. Publicado en Science Robotics, el artículo describe cómo un nuevo sistema realizó varios de los pasos que, tradicionalmente, se efectúan en una extirpación de vesícula biliar. Lo hizo de manera 100 por ciento autónoma: sí, la IA aprendió a realizar las tareas de un cirujano por sí sola, luego de analizar videos de humanos operando.
En concreto, la IA fue entrenada a partir del visionado de demostraciones de cirugías de vesículas en tejidos de cerdo realizadas por dos cirujanos con años de trayectoria. Un total de 34 vesículas y 17 horas de datos fueron suficientes para que la máquina pudiera incorporar pasos elementales y le indicara al robot cómo actuar durante el procedimiento. De un total de 17 tareas, según lo clasificaron en el estudio, los robots fueron capaces de realizar varias de las más importantes, con un 100 por ciento de eficacia sin intervención humana.
Luego del entrenamiento recibido, la máquina fue capaz de reportar conductos y arterias, sujetar con firmeza, colocar clips y cortar con tijeras como tradicionalmente lo hacen cirujanos y cirujanas cada día en cada rincón del planeta. Como toda máquina que se entrena con IA, se evidenció que, incluso luego de errores, fue capaz de corregirse y mejorar su performance en las instancias que seguían. De manera similar a lo que ocurría con Chat GPT: en un principio se trataba de una IA imprecisa y luego fue adquiriendo rigurosidad en sus intercambios conforme transcurrió el tiempo de aprendizaje.
¿Máquinas reemplazan a humanos?
Tres años atrás, el equipo de la Johns Jopkins había dado un primer paso de relevancia, ya que su robot había conseguido realizar la primera laparoscopia en un cerdo vivo. En aquel momento, a diferencia del experimento del presente, existía un plan quirúrgico prestablecido, por lo que el tejido tenía marcas que el robot podía reconocer. En el caso publicado esta semana, la máquina hizo todo el trabajo desde cero, sin marcas ni pistas previas de ningún tipo.
En abril de 2023, en el Hospital Vall d’Hebron de España, un robot consiguió realizar una cirugía de trasplante pulmonar casi sin intervención humana. A partir de las bondades de la robótica, la incisión que tradicionalmente era de 30 centímetros se redujo a 8, y como resultado se disminuyó el dolor y los riesgos posoperatorios que afrontó el paciente. En esta oportunidad, el robot, sin embargo, siguió las órdenes de los galenos que, prácticamente, no interfirieron manualmente en el cuerpo del paciente, aunque sí lo hicieron de manera indirecta ya que la máquina no trabajó de forma autónoma. Xavier, el español de 65 años que fue trasplantado dijo al diario El País en aquel momento: “Valoré los pros y los contras y acepté. Confié totalmente en las máquinas porque reducen el fallo humano”.
A pesar de ello, el camino está trazado: la meta es conseguir cirugías cada vez menos invasivas y peligrosas. Si las máquinas, con mayores dosis de autonomía, pueden garantizar ello mejor que los humanos, ¿por qué no aprovecharlas?
Quedan las dudas obvias, comunes a la mayoría de sistemas informáticos inteligentes. Si se supone que una IA incorpora todos los conocimientos habidos y por haber sobre cirugías, ¿de qué forma podría responder a los imprevistos que suponen la variabilidad de la biología humana en una operación concreta? ¿Dónde quedan la experiencia, la intuición y sobre todo, los conocimientos de los profesionales de la salud? ¿Qué rol se les reservará en una intervención quirúrgica? Si la máquina autónoma falla, ¿asumirá la responsabilidad por sus errores? Si la IA supera a la inteligencia natural de las personas, y los cirujanos del futuro son mejores a los de carne y hueso, ¿quiénes podrán acceder a uno y a otro servicio?
Juntos y a la par
Más allá de los interrogantes y de saber si finalmente las máquinas reemplazarán a los humanos, lo interesante es evaluar cómo funcionaron, por el momento, las experiencias en que tecnologías y personas trabajaron en conjunto.
En 2001 recorrió el mundo el caso de Jacques Marescaux, cirujano francés que, desde Nueva York, extrajo la vesícula biliar a un paciente que se encontraba en un quirófano de Estrasburgo. En tan solo 45 minutos, el robot Zeus hizo todo lo que debía hacer al seguir de manera cuidadosa cada una de las indicaciones que el médico le comunicaba a más de 6 mil kilómetros de distancia y con un océano de por medio.
Afortunadamente, la alegría no es solo europea. Argentina posee una amplia trayectoria en el uso de sistemas como el Da Vinci. Por caso, el Hospital Italiano (CABA) fue la primera institución que realizó este procedimiento robótico en 2008. En aquel momento, la gran mayoría de las intervenciones se practicaban en el campo de la urología y luego le seguían otras áreas como otorrinolaringología, cirugía general, pediátrica y ginecología.
El Sanatorio Finochietto (CABA) también tiene un sistema que favorece una menor tasa de complicaciones y una recuperación más rápida. El robotito comandado por profesionales de la salud se emplea, entre otras, para operaciones de cabeza y cuello, esófago, tórax, páncreas, estómago y colon. También hay experiencias exitosas desperdigadas en provincias como Misiones, que se destaca porque la tecnología de última generación es gestionada desde el hospital público Ramón Madariaga.
La relación de los humanos con las tecnologías es inevitable. Frente a la incertidumbre del futuro, no hay mejor receta que estar preparados. Y Argentina posee una amplia trayectoria en formación de recursos humanos y capacidades instaladas, suficientes para estar a la altura de cualquier desafío.
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