Leonardo Padura: Hay que intentar hacer desde el presente la memoria del futuro

Hace calor en Montería, Colombia, pero a Leonardo Padura no le preocupa, él bien sabe convivir con la humedad y las temperaturas de su Cuba natal. Sentado frente a una computadora, saluda cálidamente. “Vine a presentar el libro, Morir en la arena (Tusquets) –aclara su presencia en el país de Gabo–. Pero todavía no llegó. Se atrasó. ¿En la Argentina ya lo tienes?”.

El escritor Leonardo Padura. Foto: gentileza Junta de Andalucía.El escritor Leonardo Padura. Foto: gentileza Junta de Andalucía.

Acerco el ejemplar a la cámara y el hombre que le dio a Mantilla una vida literaria, sonríe. “Mi lugar en el mundo –dice acerca del barrio cubano–. Sabés, el año pasado presentando mi libro Ir a La Habana, me di cuenta de algo que explica mucho ese sentimiento de pertenencia a ese sitio. En el patio de mi casa, esa casa que me vio nacer, están enterrados todos los perros que yo he tenido en mi vida. Y soy uno de los hombres que ama a los perros –hace referencia a la novela que lo convirtió en el escritor cubano más reconocido desde la generación de Orígenes–. Entonces, te podrás imaginar lo que puede significar ese lugar”.

El 9 de octubre –según dicen las efemérides– el mismo día que nació John Lennon y ejecutaron al Che Guevara en Bolivia, Padura cumplió 70 años. “También es el cumpleaños de Chucho Valdés”, agrega a la lista al gran músico cubano. “Nací en la fecha en que mamá me expulsó. Y uno sale de ese lugar donde todo está resuelto a un lugar donde tienes que empezar a resolverlo todo –reflexiona–. Porque lo primero que tienes que resolver es cómo llegar a la teta de tu madre. Empiezan por ahí los problemas, ¿no? Y hay madres que tienen leche en las tetas y madres que no tienen, entonces se pueden complicar mucho las cosas. Para mí los aniversarios no son especialmente importantes, pero en esta ocasión fue distinto, quería hacer algo especial”.

–¿Por qué fue distinto?

–Cumplí 70 años, entré en un periodo de mi vida en el que tenemos una mayor conciencia, muy evidente, de que tenemos más pasado que futuro, que mi plazo vital ya tiene unos espacios que no son infinitos.

–Algo así dice Mario Conde (el emblemático y alter ego detective creado por Padura) cuando cumplió 60 en La transparencia del tiempo (2018).

–Sí, Conde es un año más viejo que yo… he ido reflexionando sobre lo que significa entrar en una edad tan adulta. Lo he visto todo, lo he padecido todo, lo he disfrutado todo; lo disfrutable por supuesto, y he padecido lo padecible. Cuando uno tiene 25, 30 años, no piensa nunca en que algo va a acabar, pero, ya con cierta edad lo hace. Esta vez quería, sobre todo, reunir a un grupo de amigos, porque, cómo recordarás en mi novela, Como polvo en el viento (2020), hablo de la diáspora de mi generación. Y tuve que hacer una selección de 50 amigos para reunirnos ese día. Muy generosamente, el embajador de México nos prestó su residencia, que tiene un espacio maravilloso. Es amigo hace muchos años, me la prestó por amigo, no por embajador. Y entonces ahí reuní a estos amigos, porque hay otros tantos que ya nunca van a estar. Es un sentimiento, por una parte, de notar las pérdidas, pero también de afianzar las permanencias. Por eso quise hacer esta celebración con estos amigos, y la pasamos muy bien.

Es esta misma generación en la que Padura pone la mirada en Morir en la arena, su última novela. “Quería escribir una historia que hablara del destino final de una generación, la que trabajó, estudió, se sacrificó, participó incluso en guerras y al final de su vida se encuentra completamente desvalida, viviendo una etapa de muchísimas carencias”.

Una crónica de la decepción, del desengaño, así se presenta su nuevo libro. Dos protagonistas que son hermanos, una especie de Caín y Abel. Uno de ellos mató al padre con ocho martillazos y está a punto de salir de la cárcel. “Novela basada en hechos reales”, se lee en las primeras páginas.

Es un parricidio que ocurrió en una familia cercana a la mía –cuenta el autor que encontró en Hemingway, Dos Passos, Salinger, y Faulkner, una gran influencia–. Una casa principal, una pequeña casa que está dividida por un muro. Ese muro significa las vidas diferentes que han tenido personas muy cercanas y que van a determinar sus destinos. Todo comienza en el momento en que Rodolfo, recién jubilado, recibe la noticia de que Geni, el hermano parricida, va a salir de la cárcel y quiere volver a vivir en su casa”.

Entre ellos está Nora, la esposa de Geni, que muchos años atrás en la adolescencia tuvo una relación con Rodolfo, una historia de amor que se revitalizó en la tercera edad. “En todas mis novelas hablo de una realidad que existe. Desde hace muchos años he intentado establecer una especie de crónica de lo que ha sido la vida cubana contemporánea y siempre lo he hecho desde una perspectiva muy de mi generación, la que hemos vivido todo el proceso revolucionario”, analiza.

–¿Por eso desde el comienzo de la novela quiso ser más bien directo con la situación que viven los adultos mayores en Cuba: “Me cago en…”, escribió en la primera línea?

–Hay toda una serie de elementos simbólicos que están incluidos en este relato que es tan realista, casi naturalista por momentos. Y yo quería hacer esta entrada muy intensa en la realidad de esta generación porque creo que hay un elemento importante a la hora de escribir y de hacer estas crónicas posibles: hay que intentar hacer desde el presente la memoria del futuro. Va a llegar el momento en que estas vidas, como la de estos personajes, que son tan comunes, tan corrientes, van a ser olvidadas, van a ser sepultadas, van a ser ignoradas y fueron parte de una realidad muy importante. Por eso al final de la novela, el personaje de Raimundo Fumero (el escritor que representa a una generación de intelectuales cubanos que sufrieron la represión y el miedo impuestos por el régimen) aclara que él podría haber escrito la historia de un parricida, que es una historia muy dramática, pero no, quiso escribir la historia de estos seres sin historia. Y por eso este tono tan naturalista que tiene la novela, que empieza con ese personaje que llega a su casa y lo primero que hace es pisar mierda de gato y se caga en… Tiene tantas cosas en las que cagarse, que no sabe cuál escoger. Entonces todo forma parte de un conjunto, en ese sentido de tratar de escribir una crónica posible de lo que ha sido la vida cubana contemporánea.  Yo digo siempre que el personaje de Mario Conde, que protagoniza varias de mis novelas, ve la realidad cubana desde una esquina de un barrio de La Habana a la altura de los ojos de un hombre.

–¿Podemos decir que Como polvo en el viento y Morir en la arena conforman un díptico?

–Sí, no fue mi intención cuando las escribí, pero el resultado fue este. Es como un díptico de los que se fueron y de los que se quedaron. El destino de unos y de otros. Y en esta novela están los que se quedaron y los que se fueron, como el caso de las hijas de los protagonistas. Y esa es una realidad cubana muy lacerante. Entre el año 2021 y 2023, salieron de Cuba alrededor de 1.200.000 personas. Eso significa casi el 10 por ciento de la población. De 11 millones y tantos, bajamos a 9 millones y otros tantos. Ha sido en muchos sentidos la respuesta que ha dado la gente a los problemas materiales, vitales, e incluso en algunos casos los problemas políticos que puedan haber existido. Y lo más curioso de esta cifra es que esos 1.200.000 son los que pudieron irse, no los que quisieron irse. Porque muchos de ellos fueron a hacer el recorrido desde Nicaragua, los cubanos podían llegar a Nicaragua sin visado, y a partir de ahí hacer todo lo que se conoce como la Ruta de los Coyotes. Centroamérica hasta llegar a la frontera con Estados Unidos. Y te digo hasta 2023, porque al llegar Trump al poder, este camino prácticamente se ha cerrado. Un recorrido que costaba 10.000 dólares promedio. Los que tenían los 10.000 dólares era porque vendieron su casa, el automóvil que tenían, o un hermano les enviaba dinero. Es un número que indica pero que no lo revela todo. Porque son los que pudieron y no los que quisieron.

Morir en la arena, de Leonardo Padura (Tusquets). Foto: gentileza.Morir en la arena, de Leonardo Padura (Tusquets). Foto: gentileza.

–En sus obras, la topografía de los lugares, los espacios, ocupan un lugar relevante y Morir en la arena no es la excepción

–Quien conozca el barrio se va a dar cuenta que la topografía de la casa donde ocurre el asesinato, el parricidio, las calles por las que avanzan los personajes, por las que salen, la calzada por donde pasa la guagua, decimos nosotros en Cuba, el colectivo, ustedes enl Argentina; es Mantilla. A mí los espacios me importan mucho. Yo necesito que los personajes se muevan en uno que conozco, en el que yo los pueda mover, y eso es un elemento que acentúa y solidifica el sentido de verosimilitud. Porque una cosa es el realismo como estética y otra cosa es la verosimilitud que tú consigas transmitir en tu relato.

El autor de la mayor de las Antillas también pisó el continente africano, lo hizo como periodista, para narrar lo que ocurría en la guerra por la independencia angoleña. De aquella época recuerda el fusil AK soviético y cuatro cargadores que tenía al lado de su cama –si pasaba algo era reserva del ejército– y el trauma acústico irreversible en su oído izquierdo. “Mirá, creo que esta novela es de un realismo descarnado –sostiene– que habla además de esa tragedia familiar y de ese contexto social y económico difícil que viven los personajes. Habla también de sentimientos viscerales como es el miedo. Habla de perdón, de redención. De muros que dividen física y sentimentalmente a los personajes”.

–Hasta el mar por momentos es un muro más…

–Ha sido amigo y enemigo; aliado y hostil. La relación es muy compleja, pero la presencia del mar es muy importante. La insularidad crea también un cierto sentimiento de encierro. Recuerda que uno de los versos más famosos de la literatura cubana es ese inicio del poema de Virgilio Piñera (La isla en peso), donde dice, “La maldita circunstancia del agua por todas partes”. Pero es que, desde José María Heredia, el primer poeta cubano, el mar es una presencia (“Cuando el fin de los tiempos se aproxime, / Y al orbe desolado/Consuma la vejez, tú, Mar sagrado, /Conservarás tu juventud sublime…”). Hay un momento en Morir en la arena en el que uno de los personajes, la hija que vuelve a Cuba que dice “se han perdido tantas cosas, pero todavía nos queda el mar”.

El escritor cubano Leonardo Padura, en una entrevista con EFE, en una imagen de archivo. EFE/Borja Sanchez-TrilloEl escritor cubano Leonardo Padura, en una entrevista con EFE, en una imagen de archivo. EFE/Borja Sanchez-Trillo

Leonardo Padura básico

  • Nació en La Habana, en 1955.
  • Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, ha logrado el reconocimiento internacional con sus novelas policiacas protagonizadas por Mario Conde: Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway, La neblina del ayer, La cola de la serpiente, La transparencia del tiempo y Personas decentes, traducidas a numerosos idiomas y merecedoras de premios como el Café Gijón, el Dashiell Hammett, el Premio de las Islas 2000, el Brigada 21, el Premio de Novela Histórica Barcino y el Premio Pepe Carvalho de 2023.
  • Las primeras han dado origen a la serie televisiva Cuatro estaciones de La Habana (Premio Platino).
  • También es autor de La novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros, Herejes (Premio de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza), Regreso a Ítaca, la monumental Como polvo en el viento, y de un libro de relatos, así como de varios ensayos.
  • En 2017 recibió el Doctorado Honoris Causa por la UNAM en México.

Morir en la arena, de Leonardo Padura (Tusquets).


Sobre la firma

Fabiana Scherer

Es periodista con más de dos décadas de trabajo, con especialización en periodismo cultural. Es autora de los libros Alzamos la voz (Urano) y Esos Raros Relatos Nuevos (Catapulta).

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fuente: CLARIN

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