
Si la catástrofe se combate con libros, si son ellos un dispositivo artesanal anti-catástrofes, un antídoto a la renuncia y la deserción, una esperanza que aun y tal vez sabiéndose fracasada insiste, que no puede y no quiere hacer otra cosa, sigamos hablando de libros. Esos objetos extraños cuentan la historia humana pero además son -ellos mismos- una tecnología ancestral y sobreviviente, fabricada para la inteligencia humana, esa inteligencia hecha de cuerpo y sensibilidad, esa inteligencia que además cuenta con poderes “mágicos”: crea cuerpo y sensibilidad, porque leer hace eso.
Vengo pensando en esa palabra: inteligencia, devenida IA. Esa existencia abstracta que idolatra a lo abstracto y que ahora se vende de manera portátil, como un suplemento capaz de ahorrarnos el trabajo de pensar pero que además reduce el pensar a la resolución y el ahorro de pasos y de tiempo, porque parece que todo es gasto si no es rédito. Esta nueva inteligencia al servicio de la productividad y entronada como negocio ilimitado -pero además entronada como ideal- es ella misma un dispositivo artificial anti-humano, un dispositivo antagónico al libro. El saber solía venir en formato carne y hueso, ahora viene en formato digital, y sabe digitar, por cierto. Si el libro es algo a leer, la IA nos lee, nos lee y más aún nos escribe. Nos lee para escribirnos.
Vuelvo a la inteligencia, esa capacidad que supo medirse y clasificarse, que tuvo destino de test marcador de destinos y posibilidades, también supo ser fuente de ficciones y nacer de ficciones. Días atrás alguien me contó una historia que yo no conocía, la de Einstein niño entrampado en los circuitos de una dislexia que lo tenía mal ubicado en la escuela, y su madre, lectora y creadora de ficciones, esos fenomenales mundos que fabrican mundos a veces con nada o con poco, en ese caso la ficción de un genio. La historia cuenta que su madre hizo de la lectura de la carta de la maestra una tergiversación actuada, y ¿quién sabe? tal vez con esa lectura la historia se escribió otra. Quiero decir, grandes “inteligencias” han nacido de equivocaciones, de errores y desvíos, de accidentes y de locuras y sueños. Sí, sueños, esos tejidos inmateriales pero sin los cuales ninguna materia tendría sentido.
Inteligencia: una palabra que supo ser sinónimo y sabe ser sinónimo de las máquinas de guerra en las que algunos países se convierten. Inteligencia como forma de la razón descarnada, desencarnada, des-subjetivada, podemos decirlo de tantas maneras. Juan Vasen, psiquiatra y psicoanalista en su último y recientísimo libro: Generación algoritmo. El desánimo y la ansiedad en la telaraña digital, dice que eso que se reproduce como inteligencia es una penosa paradoja: una inteligencia que atonta, que reduce el pensar a circulación de información y contenidos, y no es otra cosa que un panóptico interiorizado de usos múltiples y cada día y cada noche más y más sofisticado. La inteligencia que unida a lo artificial se ha vuelto artilugio o artimaña de lectura y de captura, anulando la dimensión temporal de la espera y de la esperanza, de lo incierto, de lo inédito, cada vez que lo humano se transforma en territorio de predicciones, diagnósticos y destinos. A esa inteligencia que promete progreso tanto como fatalidad podemos oponerle nuestra propia fatalidad, nuestra derrota asumida, nuestra pasividad y entrega desertora, o bien… ojalá, un capítulo más de esta historia humana sin ningún fin decretable –aunque nos digan lo contrario- pero que se sigue jugando el presente y el porvenir en cada combate que damos frente al mayor de los peligros, nuestra propia inhumana humanidad.
Mientras lo leía, abducida por el lenguaje vivo de cada página, imaginaba posibles conversaciones con su autor. Diría, sí, que es un libro extraño ¿pero qué libro no lo es?, difícilmente catalogable. Es un libro que está destinado a moverse por la biblioteca. Es un libro del campo de la salud mental escrito por un médico, psiquiatra y psicoanalista, es un libro de poesía, es un libro de historia, es un libro dedicado al futuro pero también al pasado, es un libro de hoy, para hoy. Es un libro sobre la memoria y sobre el tiempo. Su tema es el lenguaje. Su tema es el sujeto. Su tema es el mundo. Sin dudas, es un libro escrito como manifiesto para y por lo que algunos insistimos en llamar “humano”. Procura desentrañar qué permanece siendo humano, irreductiblemente humano y cuáles son las posibles resistencias frente al arrasador colonialismo algorítmico y la irrupción ensordecedora de las pantallas. El libro se atreve a mucho, incluso a decir que lo inhumano se combate con espesor poético.
Este libro dice que el algoritmo con su lógica de mediciones no es únicamente técnica, es un régimen afectivo que estimula o anestesia según el caso, como lo hacen las drogas, y para algunos las armas. Para muchos, sostiene Juan, ese régimen se ha vuelto una religión global. Los hijos de la generación algorítmica son carne de cañón para un sueño nada nuevo pero con recursos ilimitados en sus manos, el sueño del control absoluto de esa aspiración voraz de dominio, ya no solo de un territorio, un pueblo, de una religión, de una cultura o de un género en particular, el dominio de lo humano mismo. Ese control que con ambición diagnóstica, clasificatoria, guiada por selecciones y descartes, corrige desvíos y mejora nuestros rendimientos hiperproductivos. Es un régimen afectivo y es un régimen de sumisión y obediencia, que toma ropas prestadas, se camufla en nombres fakes como la libertad, la salud, la felicidad, la justicia.
Nuestra arma coincide con lo que defendemos: lo humano. Es lo que defendemos y es con lo que nos defendemos. Ningún sujeto humano llega a serlo sin la intervención, el arrullo, el interés y el asombro, el lenguaje, el cuerpo de otro humano, de muchos otros humanos. La ficción, dice Juan, es el territorio por excelencia en el que pasamos de cría a sujeto.
Para terminar, regreso a la hoja en blanco, esa que alojó estas palabras que ahora viajan de humano a humano. Ningún testimonio mejor que ese, un papel con el que conversar y usado para conversar, de que la vida –a contramano de toda artificialidad y versión de servidumbre trabajando para la derrota de lo humano- tiene, aún, mucho por escribir.
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