

De acuerdo con el siguiente artículo escrito por Javier Marquez para el portal Xataka, las grandes empresas de inteligencia artificial (IA) se enfrentan a demandas y las aseguradoras empiezan a echarse atrás. El miedo a fallos masivos hace que nadie quiera cubrir estos riesgos. OpenAI y otras compañías buscan cómo protegerse por su cuenta.
Desde finales de 2022 asistimos, en directo, a la revolución de la IA. El lanzamiento de ChatGPT abrió una etapa de inversión y de expectativas que encumbró a actores como NVIDIA y colocó a OpenAI entre las startups más influyentes. Pero toda revolución tiene un reverso. A medida que la IA avanza, también crece la lista de demandas y la pregunta que nadie puede esquivar: quién asume el riesgo cuando algo sale mal.
En Estados Unidos, cada avance tecnológico llega acompañado de una avalancha de demandas. No es sólo una costumbre: forma parte del sistema. Si una empresa hace algo que genera beneficios, pero también puede causar daños, tarde o temprano alguien la llevará a juicio. Y para eso existen los seguros, para convertir un riesgo futuro en un coste presente. El modelo funcionó durante décadas, pero la inteligencia artificial está empezando a ponerlo a prueba como ningún otro sector antes.
Casos que aprietan ahora
OpenAI y Anthropic fueron las primeras en comprobar hasta dónde puede llegar la factura del riesgo. La primera enfrenta demandas por el uso de obras protegidas para entrenar modelos y por un caso de responsabilidad civil tras el suicidio de un adolescente. En ambos casos, los costes no sólo son millonarios: marcan el tono de un litigio que amenaza con extenderse por todo el sector.
Qué cubren hoy las pólizas
Por ahora, las grandes de la IA están operando con pólizas convencionales, similares a las de cualquier tecnológica. Según Financial Times, OpenAI contrató a Aon para diseñar una cobertura que rondaría los 300 millones de dólares, aunque no todos los implicados confirman esa cifra. Es una cantidad importante, pero insignificante frente a posibles reclamaciones de miles de millones.
En la práctica, las aseguradoras reconocen que el sector aún no tiene “capacidad suficiente” para proteger a los proveedores de modelos a gran escala.
Por qué se echan atrás
El mencionado periódico señala que Aon no quiso pronunciarse sobre compañías específicas, aunque su responsable de ciberseguridad, Kevin Kalinich, admitió que no tienen capacidad suficiente para cubrir a los proveedores de modelos. Explicó además que lo que las aseguradoras temen es que un fallo de una empresa de IA se convierta en un “riesgo sistémico, correlacionado y agregado”.
Plan B: Autoasegurarse
Con las aseguradoras replegándose, las compañías de IA están buscando refugio en sí mismas. OpenAI aparentemente está considerando reservar fondos de inversores o incluso crear una captive -una especie de aseguradora propia que sirve para cubrir riesgos internos cuando el mercado no quiere hacerlo-. Anthropic ya lo hizo: destinó parte de su capital a un acuerdo de 1.500 millones de dólares con escritores. Son soluciones que compran tiempo, pero no garantizan estabilidad si el próximo fallo judicial dispara las indemnizaciones.
Qué cambia para el resto del sector
El impacto va más allá de OpenAI o Anthropic. Startups y proveedores más pequeños ya están notando cómo suben las primas, se reducen las coberturas y los plazos de lanzamiento se alargan por exigencias legales. La incertidumbre jurídica se convirtió en un coste fijo más. A falta de una fórmula clara para medir los riesgos de la IA, las aseguradoras los tratan como potencialmente catastróficos. Y eso encarece cada experimento, cada nuevo modelo y cada línea de código.
Qué mirar desde ahora
Los próximos meses serán decisivos para ver si el sector asegurador consigue adaptarse. Financial Times apunta a nuevas fórmulas que cubran errores de chatbots y contenidos generados por IA, aunque por ahora son ensayos limitados. Las empresas, mientras tanto, preparan su siguiente defensa: diversificar fondos y blindar estructuras internas.
La industria de la inteligencia artificial no se detuvo ni parece que vaya a hacerlo. Pero su expansión empieza a rozar los límites de un sistema que no sabe aún cómo medir estos riesgos. Las aseguradoras avanzan con pies de plomo, los reguladores observan desde la barrera y las empresas se ven obligadas a improvisar en ciertos casos.
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