

La pregunta difícil de responder en la era digital, según la IA
Vivimos rodeados de tecnología. Nos acompaña al trabajar, al comprar, al informarnos y hasta al enamorarnos. Pero entre tantas herramientas inteligentes, surge un dilema profundo: ¿cuánto control estamos dispuestos a entregar a cambio de comodidad? La Inteligencia Artificial no solo optimiza procesos, también redefine lo que significa ser humano en un mundo que cada vez piensa más con algoritmos.
Cuando le consultamos a ChatGPT cuál es la pregunta ética más difícil de esta era, su respuesta fue clara y contundente. Según la IA, el mayor dilema del presente puede resumirse así: “¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad a cambio de comodidad tecnológica?” Una frase breve, pero que abre un universo de reflexiones.
Cada día delegamos decisiones en sistemas que aprenden de nosotros: el GPS nos guía, las apps eligen qué comemos, las redes deciden qué vemos, y los algoritmos predicen lo que deseamos. Todo parece más fácil, pero ¿qué pasa cuando esa facilidad nos vuelve dependientes? El riesgo no está en que las máquinas piensen, sino en que dejemos de hacerlo nosotros.
Detrás del encanto de la inteligencia artificial se esconde una tensión constante entre libertad y control. Usamos estas herramientas para ahorrar tiempo, pero también porque cada vez creemos menos en nuestra propia capacidad. Si la IA “lo hace mejor”, ¿por qué no dejarla? Esa lógica, tan cómoda como peligrosa, puede conducirnos a una pérdida gradual de autonomía.
El verdadero desafío, según la IA, no está en demonizar la tecnología, sino en aprender a convivir con ella sin resignar nuestra libertad de elección. Aceptamos términos y condiciones sin leerlos, dejamos que un algoritmo defina qué noticias vemos o qué camino tomamos, y en ese gesto cotidiano cedemos poder.
El futuro no dependerá de lo que hagan las máquinas, sino de cómo decidamos usarlas. La IA sostiene que la gran prueba ética de nuestro tiempo será encontrar un equilibrio: aprovechar los beneficios de la digitalización sin dejar que el pensamiento humano quede en pausa. Porque el peligro real no es que la tecnología piense por nosotros, sino que nos acostumbremos a no pensar.
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