
Un estudio internacional mostró que quienes conviven con migraña y además sufren depresión o trastornos del sueño ven mucho más afectada su calidad de vida y su productividad. Pese a los avances en tratamientos, la mayoría de los pacientes no consulta.
La migraña es mucho más que un dolor de cabeza. Duele, aísla, agota y, en muchos casos, viene acompañada de otros problemas que agravan su impacto.
Así lo muestra un estudio publicado en la revista Advances in Therapy, que analizó a 674 personas con migraña: casi la mitad tenía al menos una comorbilidad diagnosticada, y aquellas con depresión o trastornos del sueño reportaron una calidad de vida significativamente peor.
Más allá del dolor
La investigación reveló que, aunque la mayoría de los participantes sufría migrañas episódicas (menos de 15 ataques al mes), la combinación con otras condiciones multiplicaba el impacto.
- 1 de cada 4 tenía al menos dos enfermedades asociadas, siendo los trastornos gastrointestinales los más frecuentes.
- Quienes padecían depresión mostraban mayores limitaciones en su vida diaria y laboral.
- Las que sufrían trastornos del sueño, en tanto, presentaban deterioro emocional marcado, y eran tres veces más propensas a la baja productividad en el lugar de trabajo.
- Incluso cuando el número total de días con dolor de cabeza no era excesivo, la calidad de vida podía estar gravemente afectada si coexistían trastornos del sueño o de salud mental.
“Estos hallazgos invitan a mirar más allá del dolor físico que causa esta enfermedad: detrás de cada episodio puede haber una carga emocional, social y funcional que muchas veces pasa desapercibida, incluso para los profesionales de la salud”, explicó la neuróloga Natalia Larripa, del Servicio de Movimientos Anormales y Clínica de Cefaleas de FLENI.
Una enfermedad subdiagnosticada
En la Argentina, se estima que una de cada 10 personas padece migraña. Sin embargo, más de la mitad no sabe que la sufre y la mayoría de los pacientes no consulta: en el estudio, sólo el 18% había visto a un médico en los seis meses previos. Muchas veces los síntomas se confunden con otros dolores de cabeza o se normalizan.
Además, el estigma alrededor de esta condición neurológica contribuye al subdiagnóstico: quienes conviven con migraña suelen minimizar sus síntomas o automedicarse con analgésicos, lo que aumenta el riesgo de cefalea por abuso de medicación.
Impacto en la vida cotidiana
La migraña afecta en plena etapa productiva: la mayoría de los participantes tenía entre 30 y 50 años y más del 85% trabajaba. La enfermedad limita actividades familiares, sociales y laborales. Incluso cuando los episodios no son muy frecuentes, el deterioro emocional y funcional puede ser severo si se suman trastornos del sueño o de salud mental.
“No se trata solo de dar con el medicamento correcto, sino de abordar de forma integral a la persona: detectar el impacto de la enfermedad en el estado de ánimo y en los problemas de sueño, entre otros, y trabajar con un enfoque empático e interdisciplinario”, señaló Fiorella Martín Bertuzzi, presidenta de la Asociación Migraña y Cefaleas Argentina (AMYCA).
Un llamado a la acción
La migraña está entre las principales causas de discapacidad en el mundo. En palabras de Larripa, “además de adecuar el tratamiento agudo, es imprescindible identificar y abordar la complejidad de factores que condicionan el curso de esta enfermedad”.
En la misma línea, la presidenta de la AMYCA sostuvo que en países como Argentina, donde el subdiagnóstico es alto y la carga de la migraña sigue invisibilizada, “estos hallazgos refuerzan un mensaje clave: para mejorar la vida de quienes conviven con esta condición, es necesario prestarle al problema la atención que se merece”.
“Siempre hay algo más para hacer”
En una nota anterior publicada en Clarín, Bertuzzi había resaltado que, si bien la migraña no tiene cura, es una enfermedad controlable y existen distintas alternativas, terapéuticas y focalizadas en cambios de hábitos, que permiten un alivio de los síntomas, la prevención de nuevas crisis y por consiguiente una mejora de la calidad de vida de los pacientes.
“Es importante que ningún paciente quede con la sensación de que no hay nada más para hacer o que ya hizo absolutamente todo, porque siempre hay algo más para revisar, algo más para ver, que va a mejorar su dolor de cabeza y va a mejorar su posición frente al dolor”, afirmó.

El tratamiento tiene como objetivo reducir la frecuencia e intensidad de la duración de las crisis, para que el paciente pueda tomar control de su vida.
Muchas veces se logra rápidamente con un esquema de medicación preventiva o con un ajuste en la medicación de rescate. En otras ocasiones, son necesarias modificaciones más radicales, que implican cambios de hábitos, que involucran la actividad física, la alimentación, el sueño, el manejo del estrés.
Ese enfoque integral también prevé “trabajar sobre la resiliencia, porque es muy importante aprender a convivir y a sortear tanto los desencadenantes como apoyarnos en las cosas que nos generan gusto, placer, que nos evitan el dolor de cabeza”.
“No siempre logramos el 100% de desaparición del dolor porque es una condición genética, porque depende de muchísimos factores, pero es muy importante que con el tratamiento logramos una buena gestión, recuperamos la calidad de vida, recuperamos el control sobre las crisis”, concluyó la médica.
Migraña y otros dolores de cabeza: cómo diferenciarlos
Uno de los problemas que retrasa la consulta médica es la confusión entre un dolor de cabeza común y un episodio de migraña. La cefalea tensional, por ejemplo, suele provocar un dolor opresivo y constante a ambos lados de la cabeza, pero sin otros síntomas asociados.
La migraña, en cambio, se caracteriza por ser hemicraneal —afecta a la mitad de la cabeza—, pulsátil y acompañarse de náuseas, vómitos, sensibilidad a la luz o al sonido. Incluso puede aparecer un “aura”, con destellos luminosos o alteraciones visuales que anticipan el ataque.
Ocho medidas preventivas
Los especialistas recomiendan una serie de hábitos que ayudan a reducir la frecuencia o la intensidad de los ataques:
- Mantener rutinas de sueño regulares.
- Evitar ayunos prolongados y mantenerse hidratado.
- Identificar y registrar desencadenantes (como alcohol, ciertos alimentos o cambios hormonales).
- Practicar actividad física moderada y técnicas de relajación.
- Manejar el estrés con ejercicios de respiración o mindfulness.
- Controlar enfermedades asociadas, como la depresión o la ansiedad.
- Evitar el abuso de analgésicos, que puede derivar en más dolor.
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