
Nació en un castillo histórico de Inglaterra y desde muy chico estuvo ligado al mundo de los árboles.
Ya adulto, comenzó a viajar por el mundo para “cazar” plantas desconocidas.
Pero cuando llegó a la frontera entre Colombia y Panamá, fue secuestrado por un grupo de guerrilleros, lo que cambió su vida para siempre.
La influencia de una abuela apasionada por las plantas
Descendiente de una familia aristócrata de Inglaterra, Thomas Hart Dyke se crió en el Castillo de Lullingstone, una mansión del condado de Kent en la que también vivieron sus antepasados.
Allí, desde muy pequeño, desarrolló una pasión en particular, que le fue trasmitida por su abuela.

Según ha dicho el propio Hart Dyke, cuando tenía tan solo tres años de edad, su abuela le enseñó a sembrar plantas. Además, por las noches, le relataba historias del siglo XVIII sobre los viajeros que iban a otros países a buscar especímenes desconocidos.
Todo esto, sumado a que el castillo tiene un enorme jardín para experimentar con plantas, flores y demás, despertó en Thomas una obsesión por la botánica.
Entonces, tras finalizar el secundario, el joven estudió cirugía de árboles (cómo hacer intervenciones para tratar árboles enfermos o dañados) y silvicultura (el estudio y la práctica de cultivar y cuidar bosques).
Por si lo anterior fuera poco, durante un período de la vida de Hart Dyke, su padre llevó a la familia a vivir a Botswana, África, donde el niño quedó maravillado por las avenidas de jacarandás púrpura, los baobabs y las orquídeas.
Como a Thomas también le gustaba viajar, su destino era seguro: andaría por el mundo en busca de las plantas más extravagantes.
Recorriendo el mundo en busca de especies exóticas
En 1996, cuando tenía 20 años, Thomas Hart Dyke decidió emprender su primera aventura: un viaje a Portugal, país en el que se movió en bicicleta.
La experiencia no resultó como esperaba, pues su bici no estaba preparada para las montañas del lugar, pero fue el puntapié inicial para una odisea mayor.

Más tarde, Thomas se trasladó al sudeste asiático, donde estuvo durante un año dedicado a buscar plantas que le interesaran. Esto mismo haría luego, también por un año, en Australia.
Mientras estuvo en esos países, enviaba semillas de plantas a su casa de Inglaterra y había persuadido a clubes y organizaciones hortícolas para que lo financiaran.
Asimismo, ahorró dinero para cumplir un deseo: ver los árboles de secuoyas de California, que crecen hasta más allá de los 90 metros de altura.
Tras alcanzar este sueño, y al ver que le sobraba algo de dinero, se fue a las Barrancas del Cobre de México. Desde allí, tuvo la intención de continuar hacia el sur del continente, sin imaginar lo que le aguardaba.
En ese interín, conoció a Paul Winder, otro viajero que, en adelante, lo acompañaría en su recorrido.
Fue Winder quien le habló del Tapón del Darién, una región selvática ubicada en la frontera entre Colombia y Panamá.
En ella hay una naturaleza maravillosa, pero también peligrosa, ya que habitan allí animales salvajes y, sobre todo, porque es zona en la que se mueven guerrilleros de organizaciones colombianas, como las FARC.

A pesar de estos riesgos, que les fueron advertidos por la cancillería británica, los jóvenes decidieron emprender viaje hacia el lugar, ya que les resultaba muy atractivo para su aventura botánica.
Thomas, en particular, estaba buscando una especie desconocida de orquídea, su planta favorita, para categorizarla con el nombre de su abuela, a quien él llamaba Crac.
Los amantes de los árboles, entonces, partieron, a pie y desde el centro de Panamá, hacia el Tapón del Darién.
Tras caminar solos durante una semana, se encontraban cerca de la región, por lo que aceptaron la ayuda de unos guías para ingresar sin dificultades. Juntos siguieron dos días más y, en marzo de los 2000, llegaron a destino.
Thomas estaba fascinado con las orquídeas que colgaban de los árboles, y se había olvidado del peligro que significaba la selva. Pero el 16 de marzo no solo su odisea, sino también sus vidas, cambiaría para siempre.
La vida por una orquídea: tres secuestros en la selva del Darién
Mientras se preparaban para atravesar la frontera y llegar a Colombia, Thomas y Paul fueron raptados por tres menores de edad vestidos de guerrilleros, supuestamente de las FARC, y armados con rifles M16 y AK 47.
“Nuestros guías se detuvieron en seco, se tiraron al suelo cuando les pusieron las armas en la cabeza, y colocaron sus manos detrás de sus espaldas. Mis rodillas cayeron al piso apenas sentí el M16 en mi sien”, recordó Thomas a la BBC.

Los secuestradores les dijeron a los jóvenes que iban a exigir un rescate de 5 millones de dólares por cada uno, pero al final no lo hicieron.
En general, los captores trataron bien. Según recuerda Thomas, los llevaron a un hermoso jardín de orquídeas exóticas, e inclusive le dejaron llevarse un montón de ellas al lugar de cautiverio, donde el inglés las sembró.
Los momentos feos para los viajeros ocurrían cuando eran amenazados de muerte o cuando los obligaban a moverse por el terreno para evitar ser descubiertos.
“No estamos acostumbrados a ese ambiente. Ellos eran muy fuertes y no siempre podíamos seguirles el ritmo”, le dijo Hart al medio de comunicación británico.
Finalmente, el día imaginado por los secuestrados llegó: se acercó uno de los guerrilleros y les anotició que en cinco horas serían asesinados.
Acto seguido, Paul y Thomas fueron colocados cada uno en una choza. En la soledad de su encierro, Hart decidió pasar las que suponía que serían sus horas finales de vida dibujando en un cuaderno.
En una de las hojas, graficó el jardín de su castillo de Inglaterra lleno de plantas y flores, separadas ellas por su lugar de origen geográfico.
Llegó la hora indicada y nadie se acercó a matarlo. Pasó esa noche, como pasaría muchísimos días más. Se había salvado.

Durante las seis semanas que siguieron, los viajeros fueron obligados a marchar incesantemente. Para soportar la situación, Thomas continuó con el diseño de su jardín soñado.
No obstante, ese forzado sacrificio tuvo su recompensa: llegaron al lugar donde los habían secuestrados, y allí los liberaron. Les dieron 1500 dólares y les indicaron el camino a seguir, que los viajeros tomaron enseguida.
Sin embargo, la pesadilla de los amigos no había terminado. Al llegar a un espacio donde había una antena de radio, fueron secuestrados de nuevo.
Resultó ser otra división del mismo grupo guerrillero, así que, por suerte, cuando Thomas les explicó que los habían liberado compañeros de ellos, los dejaron seguir.
Pero, como si estuvieran destinados a sufrir, aún les aguardaba otro obstáculo.
Erraron el camino de escape y terminaron en un pantano, donde pasaron varios días lidiando con el agua y rodeados de serpientes.
Tal era el estado de ambos viajeros que decidieron regresar a la antena de radio. Allí, ocurrió su tercera detención, ya que los guerrilleros pensaron que volvían con refuerzos para luchar.
Finalmente, pudieron convencer a los soldados de que simplemente no sabían como salir del lugar, y estos les indicaron cómo hacerlo.

Era el fin de la tragedia, o al menos eso creían. Al llegar a las afueras de la selva, un guardabosques los comunicó con la embajada británica. Sin embargo, el embajador no les creyó, y les dijo que esas personas habían muerto.
Finalmente, tras otra llamada, el funcionario corroboró su identidad y los transportó hasta su residencia en Bogotá. Ahora sí estaban a salvo.
El regreso a Inglaterra y un sueño cumplido
Tras 9 meses de cautiverio, Thomas y Paul regresaron a su casa el 21 de diciembre, justo antes de la navidad del 2000.
A Thomas le tomó un tiempo recuperarse de la traumática experiencia.
Sin embargo, su pasión por las plantas no había muerto. En 2002, volvió a desafiar al destino, al viajar a Irian Jaya, una región políticamente inestable de Nueva Guinea, en búsqueda de nuevos tipos de orquídeas.
Un año después, junto a Paul, escribieron el libro “El jardín de las nubes”, donde contaron su dramática experiencia.

Finalmente, lo que Thomas imaginó el día que le dijeron sería el último de su vida, se hizo realidad. En el histórico y gigante patio de su castillo, inauguró el “El Jardín Mundial”, un espacio que tiene alrededor de 8000 especies de árboles y que recibe unos 10000 visitantes al año.
Entre esas miles de plantas, se encuentra la Penstemon Crac’s Delight, un tipo de orquídea nuevo que Thomas encontró en México y que, tal como quería, bautizó con el nombre de su abuela: “Crac”.
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