
A lo largo de mis años de ejercicio profesional y en la representación gremial de nuestros colegas psicólogos y psicólogas, he sido testigo de muchos debates en torno a las distintas corrientes terapéuticas. Sin embargo, pocas veces he visto un cruce tan delicado y potencialmente peligroso como el que hoy nos plantea la creciente irrupción de la inteligencia artificial en el campo de la salud mental.
En los últimos meses, proliferan noticias, podcasts, artículos y hasta “testimonios” que sugieren que la IA podría reemplazar los tratamientos psicológicos. Algunos la presentan como una solución accesible, rápida y sin demoras. Incluso se celebran aplicaciones que, mediante un chatbot, ofrecen “terapia” las 24 horas.
Como secretario general de esta asociación, pero sobre todo como psicólogo clínico, no puedo dejar de alertar sobre los riesgos de esta banalización de nuestra práctica profesional.
La psicología clínica, un método insustituible
Nuestra asociación ha estado desde siempre comprometida con la defensa de la psicología clínica como campo profesional y método terapéutico. No sólo por razones históricas o teóricas, sino porque observamos, en nuestra práctica cotidiana, los efectos reales y duraderos de este abordaje.
La psicología clínica nos permite, a través de la escucha activa, el análisis singular, la transferencia y la construcción de un vínculo terapéutico, acompañar a nuestros y nuestras pacientes en un proceso que va mucho más allá de la reducción sintomática. La dinámica de la transferencia, con sus complejidades y sutilezas, constituye un elemento central e insustituible del trabajo clínico, para desplegar sentidos, afectos y conflictos que ninguna tecnología puede replicar.
Ayudamos a las personas a atravesar el dolor psíquico, a resignificar sus conflictos, a comprenderse en su singularidad. Ninguna máquina puede ofrecer esa experiencia.
No lo digo desde el prejuicio, sino desde la evidencia clínica y desde la convicción ética. Diversas investigaciones han demostrado la eficacia de los tratamientos clínicos bien conducidos en múltiples aspectos de la vida del paciente, desde la mejora en las relaciones interpersonales hasta el desempeño laboral o el alivio emocional. Estos beneficios, además, suelen sostenerse a largo plazo, algo que muy pocas terapias logran.
La IA: un espejismo con riesgos concretos
He leído y analizado con detenimiento varios de los estudios más recientes sobre inteligencia artificial aplicada a la salud mental. Muchos de esos trabajos advierten sobre los peligros que encierra el uso indiscriminado de estas herramientas como sustitutos del tratamiento psicológico.
Hay en la IA una incapacidad para captar el contexto emocional, el lenguaje no verbal y la transferencia afectiva que todo tratamiento implica. Los chatbots responden según algoritmos; no pueden interpretar un silencio, un gesto o un tono de voz. Tampoco pueden sostener el malestar, ni ofrecer una respuesta ética ante el sufrimiento humano.
Se han registrado casos en los que estas aplicaciones dieron respuestas inapropiadas, peligrosas o incluso violentas a usuarios en situaciones de vulnerabilidad emocional. Ninguna inteligencia artificial, por avanzada que sea, puede reemplazar el juicio clínico, la responsabilidad profesional y el compromiso humano de un psicólogo o psicóloga formada.
La propia lógica de estas tecnologías fomenta la ilusión de la existencia de una respuesta inmediata y satisfactoria para todo, reduciendo la complejidad del sufrimiento psíquico a un problema técnico. Esa expectativa, lejos de ayudar, refuerza una mirada simplista y peligrosa sobre la salud mental, cuando precisamente nuestra tarea clínica consiste en acompañar procesos donde las respuestas, muchas veces, requieren tiempo, elaboración y un trabajo conjunto entre terapeuta y paciente.
Nuestra posición como asociación
Desde la Asociación de Psicólogos del GCABA sostenemos con claridad que la tecnología no puede sustituir el vínculo clínico entre un terapeuta y su paciente.
Debemos defender y reivindicar el espacio terapéutico como un encuentro humano, donde el sufrimiento psíquico es tratado con respeto, ética y formación profesional.
Al mismo tiempo, creemos necesario abrir un debate serio y responsable en la comunidad profesional. No podemos ignorar estos avances tecnológicos, pero tampoco podemos aceptarlos de manera ingenua o acrítica. Nos preocupa, además, el manejo de los datos sensibles, la falta de regulación específica y la desprotección que esto genera para los usuarios.
Una responsabilidad colectiva
Hoy, más que nunca, como psicólogos y psicólogas debemos defender el valor irremplazable de nuestra práctica profesional. Y también debemos alertar a la sociedad sobre los peligros de depositar en una aplicación lo que sólo puede resolverse en el marco de una relación terapéutica real.
Desde nuestra asociación seguiremos trabajando para proteger la dignidad de la profesión y la salud mental de la población.
En tiempos de algoritmos y promesas tecnológicas, reafirmamos que la salud mental no es un producto ni un servicio automatizado. Es un trabajo artesanal, comprometido y profundamente humano.
Editorial del próximo número de la revista institucional.
Andrés Añón es secretario general de la Asociación de Psicólogos del GCABA.
—