La guerra ya cambió: drones, IA y la urgencia de repensar la defensa nacional

Los campos de batalla modernos ya no se parecen a los que conocimos. Hoy están poblados por enjambres de drones coordinados por inteligencia artificial que optimiza rutas, evade defensas y selecciona blancos con precisión quirúrgica. Su relación costo-beneficio es demoledora, desarticulan armas convencionales sofisticadas y generan un efecto psicológico devastador. Resultado: el creciente uso de drones e IA irrumpe como activo estratégico exponencial y se vuelve un esencial “multiplicador del poder de combate”.

La guerra se libra desde pantallas. Operadores remotos destruyen objetivos con sistemas no tripulados o municiones merodeadoras que incluso pueden regresar para ser reutilizadas. Algoritmos identifican blancos y asignan, en segundos, la mejor plataforma para destruirlos. Desde naves nodrizas no tripuladas se lanzan enjambres ofensivos, articulados con baterías mixtas de misiles y cañones con espoletas inteligentes capaces de neutralizar con un solo disparo. En el espacio, satélites privados aportan imágenes en tiempo real, comunicaciones y enlaces de datos seguros que permiten a sistemas autónomos operar más allá de la línea de visión.

Los sistemas de armas gozan ahora de mayor autonomía: se concentran para atacar desde una dispersión furtiva, lo hacen con velocidad y luego vuelven a dispersarse para sobrevivir. Un comandante táctico, frente a su computadora, revisa su plan con IA, en segundos fusiona datos multisensoriales en tiempo real, ajusta sus tácticas y las ejecuta en un entorno multidominio, enlazando activos de diversos ámbitos y plataformas. Así conforma un mosaico sistémico temporal de armas —armónico, heterogéneo, nodal, liderado en red— bajo condiciones de ambigüedad extrema.

La maniobra fluye coordinadamente por aire, mar y tierra, pero también por espectros invisibles: espacial, electromagnético, cibernético y cognitivo. En este último se disputa el control de la percepción del adversario, generándole la sensación de que ya nada podrá hacerse. En los estados mayores, la IA colabora con el pensamiento humano como catalizador cognitivo: fusiona información, introduce variables emergentes y formula hipótesis que ningún enfoque tradicional generaría con esa velocidad.

Parece ciencia ficción, pero es el nuevo campo de batalla hiperconectado: una sinapsis entre lo humano y lo sintético que cocrea algoritmos para combinar el uso cinético de la fuerza con acciones no cinéticas de efecto cognitivo, informativo y tecnológico.

La Segunda Guerra Mundial definió las lógicas militares que se transmitieron al inicio del siglo XXI: la combinación tanque-avión, el radar, el sonar, la cohetería. En cierta medida, proyectó el diseño de las Fuerzas Armadas bajo formatos más sofisticados. En Argentina, esa herencia explica la insistencia en los denominados “proyectos estrella”: tanques, cazas, submarinos. Aunque esas plataformas siguen teniendo un rol específico, su valor actual radica en cómo se integran a un ecosistema tecnológico que ya cambió radicalmente.

La evolución nos exige repensar desde cero, con un enfoque creativo y flexible capaz de adaptarse a amenazas que se reconfiguran sin aviso. Nuestras carencias pueden convertirse en ventaja, nos permiten saltar etapas y evitar inversiones masivas en sistemas costosos que, por sí solos, ya no aseguran resultados. La contracara es clara, a diferencia de países en guerra, no tenemos la urgencia existencial que obliga a innovar rompiendo patrones. Ese es nuestro desafío: contar con el coraje para desarmar lo obsoleto.

La innovación hoy se nutre tanto del ámbito militar como del civil. El nuevo arte consiste en adaptar tecnologías comerciales a esquemas militares disruptivos, bajo modelos ágiles, interdisciplinarios, público-privados y de bajo costo.

Para lograrlo, la defensa nacional debe organizarse como una “arquitectura viva”: flexible, dinámica y sin planes que se midan en décadas. Países como Gran Bretaña ya proyectan reformas estructurales con horizontes a 2035. Nuestros plazos deben ser similares: no se trata de desechar lo tradicional, sino de integrarlo con inteligencia a los nuevos multiplicadores del poder militar.

Para eso necesitamos sentir, interpretar, anticipar, adecuar tecnología y conectar al programador con el combatiente. Esto exige talento humano. Ya no alcanza con soldados entrenados en lo analógico, ni se resuelve con manuales nuevos o solo más equipamiento. Para un “Instrumento Militar Adaptativo” se requiere, prioritariamente, recurso humano capaz de dominar tecnologías digitales, interpretar entornos complejos y operar en red con relativa autonomía. Para atraerlo, hay que ofrecer algo más que vocación: salarios dignos, formación y adiestramiento continuo de punta, acceso a vivienda y salud. Si queremos jóvenes con ese potencial, debemos seducirlos integralmente, con perspectivas profesionales y personales acordes.

Toda democracia fuerte reconoce a la defensa nacional como actor fundamental, más aún en el tablero geopolítico actual. Su concreción eficaz —además de inversiones impostergables— demanda un esfuerzo multisectorial creativo y valiente, capaz de replanteos genuinos que nos liberen de viejas ataduras. Los enjambres de drones, la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías ya no son especulación, son la realidad que redefine el poder militar. ¡Atención: el futuro ya llegó! Crear sus condiciones de desarrollo no es solo parte de una política sólida, sino un acto concreto de defensa nacional.

fuente: CLARIN

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