La gran guerra | Perfil

Leo que la inteligencia artificial va a permitir que la ciencia avance exponencialmente en la resolución de problemas sin necesidad de comprenderlos. Escucho que tal vez esta sea la última generación de científicos que asocia ambas funciones, que se formó tratando de entender el mundo. Pienso que tal vez sería bueno considerar la posibilidad opuesta: que los problemas no se resuelvan, pero se entiendan. Algo así solía hacer la matemática pura: si algún problema resolvió fueron los que se planteó ella misma y no pocos matemáticos declararon que la belleza de su trabajo era que no tenía ninguna utilidad práctica. Así como hubo quien postuló el arte por el arte, también se podría postular el ideal de la ciencia por la ciencia misma. En ese caso, la comprensión sería el único fin del científico, con lo que dificultaría enormemente la obtención de becas y el aumento de los presupuestos para investigación.

De ese modo, la ciencia pasaría a ser una actividad casera en una época en la que el arte ha dejado de serlo. Siempre pienso en un francés que conocí que se dedicaba a pintar marinas en la época de las instalaciones y la pintura comprometida. Desde luego que le resultaba casi imposible vender un cuadro. Uno podría postular que tanto el arte como la ciencia planteados como actividades autónomas e inútiles, ligadas a la contemplación y a la abstracción puras serían posibles para quien sea lo suficientemente rico como para permitírselo. Pero casi no hay científicos aficionados y tampoco artistas. A los escritores, músicos y plásticos que conozco les interesa triunfar, y eso implica inevitablemente ganar dinero, como les ocurre a los futbolistas y a los premios Nobel.

Esta nota tiene toda la apariencia de estar en el aire, de ser una pura elucubración surgida de la nada: un caso de periodismo por el periodismo. Pero se me ocurrió a partir de la lectura de dos libros de divulgación filosófica. Uno de Jane Bennett que se llama La naturaleza de Thoreau, en el que postula que el autor de Walden, que odiaba la política, es secretamente un buen guía para internarse no solo en la naturaleza sino en la cosa pública, en particular como ariete contra la inteligencia artificial. Me parece que hoy no es posible escribir un libro de filosofía sin hacer alguna concesión a los tiempos. Así se caracteriza a quienes pensaron contra la sociedad como ocultos reformadores. En el caso de Thoreau, ya lo hizo Theodore Kaczynski, más conocido como el Unabomber. Pero tal vez haya usos de Thoreau más pacíficos.

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El otro libro es sobre una filósofa más radical que Thoreau. Me refiero a Simone Weil, a quien el coreano-alemán Byung-Chul Han le dedica un pequeño volumen llamado Sobre dios (Pensar con Simone Weil). Alguien describió hace poco a Byung-Chul Han como el Paulo Coelho de la filosofía, pero creo que es una afirmación algo injusta. El librito es capaz de acercar al lector a un pensamiento de tal potencia que permite identificar el arte con la ciencia, el Oriente con el Occidente y ubicar la religión, la belleza, el dolor y el vacío en el centro de una batalla contra el yo y contra lo idéntico. Byung-Chul Han hace lo mismo que Bennett: actualiza las ideas de Weil y sostiene que “los tres monstruos de la civilización actual son el capital, la digitalización y la inteligencia artificial”. A la hoguera con ellos.

fuente: GOOGLE NEWS

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