La exigencia ética de un poder al servicio del bien común

En épocas de crisis como la que estamos viviendo, el malestar social suele generar una gran desilusión con respecto a “la política” que se traduce en una profunda apatía y falta de compromiso por el bien común. Eso porque se confunde esta noble actividad con una simple lucha por el poder o por el triunfo de simples ambiciones personales o grupales. Cuando esto sucede la política se vacía de contenido y la sociedad se debilita.

Sin embargo, como enseña el Papa Francisco, la política, en su dimensión más profunda, es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y una actividad esencial para el desarrollo humano. El problema o la confusión se presentan cuando quienes la ejercen la desvían de su cauce original, y, en ese caso, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de corrupción.

Por eso, la reflexión ética sobre el ejercicio del poder, promovida por el Papa Francisco, es tan importante en estos momentos, porque nos ofrece una serie de criterios y orientaciones para discernir entre el servicio auténtico y la mera ambición personal.

En efecto, la función y la responsabilidad política, cuando se llevan a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, se convierte en una forma eminente de la caridad, la más importante de las virtudes.

La política sí entendida, se realiza a través de un programa cívico basado en las virtudes humanas que son la base de la buena acción: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad y la fidelidad. Un programa con el cual todos pueden ponerse de acuerdo y favorecer la concordia y la unidad nacional.

Mediadores que se “desgastan” contra Intermediarios que lucran

Para Francisco, el corazón del planteo ético reside en la distinción entre el político como mediador y el político como intermediario. El entonces cardenal Bergoglio ya destacaba la dimensión heroica y hasta martirial de la política para conquistar el bien común. Dimensión siempre necesaria y mucho más en momentos de crisis.

El Mediador: Es aquel que escucha la voz de su pueblo y lleva adelante las cosas para el bien común. En ese mediar, “se desgasta, muere; el mediador siempre pierde, pierde él en favor del pueblo”. Su trabajo se cimienta en el testimonio y el sacrificio personal9.

El Intermediario: Por el contrario, es quien ha perdido sus nobles ideales y solo busca su beneficio. Es aquel que, frente a un conflicto, saca provecho y “gana en función de los conflictos”. Se reduce a ser el “minorista” que compra a cuatro y vende a seis; un negociador que no está dispuesto a sacrificar su vida por el trabajo.

En esta dicotomía radica la nobleza de la política. Es un llamado a que el político entienda el poder como un don y un servicio, y no como algo que mereció recibir, pues de lo contrario, comienza la desviación hacia el “provecho propio”.

La Unidad y la Realidad como Faros

Frente a un clima de época repleto de desconfianza, la política debe ser un campo abierto, nutrido por un diálogo leal y la convicción de que cada persona es necesaria para la construcción del bien común, objetivo fundamental de la política.

Esta confianza nace de una relación personal con la gente, “en un cuerpo a cuerpo,” que no debe confundirse con el populismo, sino con una popularidad cimentada en la rectitud moral y ética.

Una política que apunta a proteger intereses de ciertos individuos privilegiados solo pone en peligro el futuro. La buena política, en cambio, se traduce en un estímulo para los talentos y las vocaciones de los jóvenes, pues ofrece un horizonte de esperanza.

En tiempos de turbulencias, es crucial volver a los grandes criterios que señaló reiteradas veces el Papa Francisco y que deben inspirar el trabajo político, buscando siempre la preservación de la unidad y la concordia:

  • La unidad es superior al conflicto.
  • El todo es superior a la parte.
  • El tiempo es superior al espacio
  • La realidad es más importante que la idea

Los proyectos políticos más auténticos son aquello que privilegian la unidad sobre el conflicto, entendiendo que el enemigo divide para reinar, y que lo que está en juego es un proyecto de nación y no el de un grupo o sector particular. Solo así podremos renovar la política, llevándola a la altura del sacrificio y del servicio heroico que nuestra sociedad reclama en estos momentos.

Juan Bautista González Saborido es profesor de la Facultad de Jurídicas de la USAL

fuente: CLARIN

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