La AMIA, y Argentina bombardeada

Alguien sabía la hora.

Alguien contó los días y eligió el momento.

Sin premuras. Sin demoras.

Y decidió la matanza.

El líder supremo de Irán, Ali Khamenei; barba nívea de patriarca medioriental, voz grave, vestido de negro o de ocre con sus túnicas flameantes, reza ante miles y miles de chiies que repiten plegarias y expulsan de sí mismos toda disidencia.

Khamenei, turbante siempre, y circunvalado siempre por sus obligados subordinados en la fe y en la teocracia, bajó el pulgar sobre la distante AMIA y 85 vidas inocentes volaron entre esquirlas lacerantes.Y sufrieron otros 300 heridos.

Y millones aquí sentíamos atónitos la profundidad de la bomba.

El terror trasnacional golpeó aquí como por lo menos otros centenares blancos en el mundo.

Irán financió al menos 200 atentados en medio planeta.

Cuando estalló la AMIA hubo celebraciones rituales -discretas pero evidentes- en Teherán y también en Buenos Aires. No se explica aquel horror sin un puente explícito entre clérigos iraníes y cómplices argentinos.

Y no se entiende la historia argentina, sin la historia de la impunidad, escudando tantas injusticias.

Hay manos tatuadas con la sangre de los otros, liberadas de toda culpa 31 años después.

Los juicios en ausencia que ahora pueden realizarse son substanciales.

Los heraldos de la muerte blindados en su propio totalitarismo miran de lejos.

Agresores en la Argentina. Protectores de sí mismos.

El fiscal Nisman ya no existe.

Deberán dar su testimonio ahora 90 militares que trabajaron en torno a Cesar Milani, jefe del ejército cuando la bala liquidó a Nisman. El general chavista tenía entonces más poder que nadie en el turbio mundo del espionaje . Todo estaba vinculado al eje pavimentado de negocios sospechosísimos entre Caracas y Buenos Aires. Y por carácter transitivo, entre Caracas y Teherán.

¿Quién podría soportar en el régimen de Caracas y en los áulicos círculos que rodeaban a Khamenei, la denuncia de un fiscal que tenía aún mucho por decir y que ya no pudo decirlo?

Hay claves por desentrañar todavía.

Y muchos misterios se refugian en la alianza entre los ideólogos kirchneristas del Pacto con Irán, los narcotiranos venezolanos y -precisamente- el narcotráfico que ha financiado históricamente a Hezbollah desde sus reclutas en Latinoamérica.

La Guerra del Medio Oriente no ocurre lejos.

El acuerdo militar entre Irán y Bolivia, es sólo un ejemplo de los peligros cercanos.

Todo es más grave desde el 7 de octubre del 2023, cuando Hamás invadió, violó, y mató a mansalva en Israel. El antisemitismo se volvió viral y global, como si el odio a los judíos fuera un ejemplo de civilidad.

Uno de los prejuicios más reiterados es el de la doble lealtad. “Los judíos aman más a Israel que a la Argentina”.

Tomemos el siguiente ejemplo imaginario: supongamos que Italia fuera invadida por una horda salvaje, y que ipso facto fuera bombardeada desde siete frentes en simultáneo.

Si miles de Argentinos de ascendencia italiana se pronunciaran ante ese horror y se expusieran públicamente con banderas argentinas e italianas unidas y defendieran el contraataque italiano, nadie los acusaría de doble lealtad.

La herencia cultural no implica traición a la patria. Al contrario, las culturas diversas de la Argentina la han enriquecido y fortalecido.

Necesariamente, como ocurre en toda democracia, en Israel se discute con airada intensidad cada paso de las acciones bélicas emprendidas y se enmarcan errores y se proponen correcciones.

Y es lógico que más allá de Israel todo sea discutido.

Es cierto, nadie aquí ni en la mayor parte del mundo discutió por ejemplo las guerras civiles del Congo, que comenzaron en 1993 y continúan. Produjeron más de 5 millones de víctimas.

Se percibe demasiado lejano todo.

El antisemitismo a la vez no discute ni debate. Afirma y sentencia arraigado en mitologías milenarias que renacen con la plenitud de su oscuridad letal.

Las barbaridades se repiten y basta navegar por las redes sociales.

“Que expliquen los judíos por qué lanzaron las bombas contra la embajada y contra la AMIA”.

“¡No se victimicen más!”. “Fueron ustedes contra sí mismos”, claman miserablemente muchísimos en ese tono y volviendo estridentes esas barbaridades.

El antisemitismo afirma y sentencia, arraigado en mitologías oscuras y petrificadas.

En las redes sociales, los espantos se multiplican.

Pero también en las calles. Hinchas del club All Boys se pavonearon hace pocas semanas con alaridos pregnados de ignorancia y de odio anti judío, aplaudidos por centenares de fans.

Estudios diversos, entre otros el de la Anti-Defamation League en 2024, revela que aproximadamente el 38% de los argentinos (12,8 millones de adultos) albergan prejuicios antisemitas, que esos prejuicios aumentaron un 14% desde 2014. El 46% cree que los judíos controlan las finanzas del mundo, y el 23% los responsabiliza de las guerras mundiales.

Y muchos, asombrosamente, manifiestan simpatías por Irán y por Hamas, entre ellos integrantes de minorías que serían liquidados en esos espacios geopolíticos.

Hay tantos justos asesinados, y tantos asesinos alardeando de sí mismos…

Los difuntos ya no podrán ver justicia alguna.

Es simple pero parece difícil de comprender para muchos. Los homicidas son los culpables.

Y los masacrados los mártires inocentes.

fuente: CLARIN

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