
La inteligencia artificial ya es una realidad y su avance parece no tener un horizonte claro. Algunas personas se han familiarizado con ella con mayor facilidad y todavía existen quienes se resisten a utilizarla. Lo que es indudable, para ambos casos, es la incertidumbre que subyace de su imparable irrupción.
En ese contexto, su avance representa todo un desafío para los estados modernos. Mientras los algoritmos multiplican su influencia en las esferas de los discursos públicos, los poderes legislativos del mundo intentan trazar reglas para un fenómeno que, en muchos casos, no comprenden. Regulación o barbarie: pareciera que por allí circula la regulación parlamentaria.
El principal dilema que se plantea a la hora de poner alguna suerte de manto regulatorio a la IA radica en una regulación temprana que, en algunos casos, pueda resultar demasiado asfixiante o una regulación tardía en donde se pierda el control sobre los riesgos.
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Indudablemente la tarea no parece sencilla pero el desafío reside en la construcción de normas que tengan cierto grado de flexibilidad y que puedan adaptarse a la diferente evolución de la tecnología. En ese contexto, es prudente recordar que, pese a los diferentes avances y beneficios que ha traído a nuestra vida, “la inteligencia artificial que tenemos estos días es la peor lA que vamos a experimentar”, tal como contó el periodista Sam Guzik en la Media Party del año pasado. Es decir que el enfoque en el futuro, las diferentes “formas” que pueda adoptar la lA tiene que ser objeto de análisis de cara a la producción de algún marco normativo.
Entre los diferentes problemas que surgen de las diferentes regulaciones -o intentos de- parlamentarias existen las insuficiencias con las cuales se define a la IA, su confusión con los diferentes softwares automatizados y el riesgo de una sobrerregulación que pueda ahogar la innovación.
Estos errores comunes son algunos de las tantas imprecisiones que ha tenido el proyecto de ley “Marco Normativo y de Desarrollo de los Sistemas de lA”, presentado por el diputado nacional Daniel Gollán hace algunas semanas en el Congreso de la Nación. En el afán de brindar un marco legal para el desarrollo, implementación y uso responsable de la IA, el proyecto cae en muchos riesgos que podrían mejorarse para brindar un marco regulatorio más abierto y acorde a los tiempos que corren. Y que, sépanlo, correrán.
El sueño del algoritmo soberano
Entre las fallas, el concepto del “alto riesgo” es un término que dependerá mucho de reglamentaciones posteriores de las que poco y nada podremos conocer y presenta una inevitable caída en lagunas legales o, en su defecto, en sobrerregulaciones.
Considerar las diferentes herramientas de IA como elementos de “alto riesgo” implica que cualquiera de las compañías que desarrollen deberán pasar por muchísimos procedimientos burocráticos que no solo impactan en el encarecimiento de los costos sino que además demandan mucho tiempo para sus proveedores.
Por otra parte, la carga regulatoria, más allá de la contemplación a un especial cuidado con las PyMEs, muchas veces termina desalentando la innovación local de ese mismo nicho de empresas, debido a los altos costos en materia de las exigencias de transparencia, auditoría y rendición de cuentas, entre algunos de los tantos ítems que muchas veces ahuyentan la producción e innovación. En un país en donde reina la poca seguridad jurídica y el constante cambio de reglas de juego, alejando a los inversores y poniendo un manto de incertidumbre constante a cada inversión, poner este tipo de trabas resulta, cuando menos, riesgoso.
Como si fuera poco, a ello también se le suman potenciales conflictos respecto de lo que puedan suscitar las modificaciones propuestas al Código Civil y Comercial, al Código Penal y a la Ley de Protección de Datos Personales, además de riesgos posteriores a la implementación de la norma como sanciones demasiado severas o las mencionadas burocracias que desalienten los usos buenos de la lA y de desarrollo de proyectos útiles en la materia.
El proyecto presentado en el Congreso de la Nación busca aglutinar, de alguna manera, los diferentes proyectos que se han presentado en los últimos meses. La IA es un tema que está de moda y del que todos quieren armar algo, aunque no tengan ningún tipo de conocimiento técnico.
En materia parlamentaria representa toda una complejidad el proyecto, al igual que las diferentes iniciativas de todo el mundo, porque la tecnología avanza mucho más rápido que los procesos legislativos porque cuando una norma de este calibre entra en vigencia, el propio ecosistema tecnológico de la lA ya cambió.
En definitiva, la regulación de la inteligencia artificial no puede pensarse como un acto legislativo cerrado, sino como un proceso vivo, dinámico y en constante revisión. Los poderes legislativos, lejos de intentar encorsetar lo inabarcable, deberían asumir un rol de articuladores entre innovación, derechos y responsabilidades. La tarea es titánica pero necesaria.
La clave estará en generar marcos normativos que protejan a la sociedad sin ahogar la creatividad y que permitan que el país no quede relegado frente a una de las transformaciones tecnológicas más profundas de la historia.
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fuente: Inteligencia Artificial: Regular lo que casi es irregulable – Perfil”> GOOGLE NEWS