
Desde Barcelona
UNO Hay optimistas/ingenuos que todavía quieren creer que durante las vacaciones uno se desenchufa cuando –se sabe, se siente– es la época del año en la que uno más enchufado está. No sólo al afuera (con alteración logística, gastos desgastantes, contemplación no de olas o pinos sino de escarpada y tsunámica cuesta de septiembre que tanto costará superar), sino a ese adentro donde se realiza contabilidad espiritual/neuronal y preguntándose una y otra vez eso de dónde se viene y dónde se está y a dónde se va. Incógnita trina y sacra que ninguna Inteligencia Natural puede responder con exactitud y a la que toda Inteligencia Artificial contesta con la precisión de algoritmos variables y variando con cada segundo que pasa, con cada fragmento de data que incorpora al agujero negro de su insaciable voracidad.
DOS Y ahora a reenchufarse sin atenuantes. Y –como pasatiempo lento, entre olas de calor e incendios desbocados cortesía o no del hombre o del cambio climático (que en verdad es más o menos los mismo); y corruptelas varias de supuestos paladines de la justicia a los que jamás se ajusticia del todo; y partidos políticos en pedazos acusándose mutuamente de no hacer nada ante el fuego del mismo modo en que se acusaron de lo mismo cuando tocó temblor o virus o agua o lava– durante agosto Rodríguez abrió nueva libreta. Rodríguez dedicó notebook todo lo que por ahí y por allá vio (pero no leyó por completo; porque la cantidad de información técnica ahí contenida lo hace sentir como un cavernario más altamirano que platónico) acerca de las constantes informaciones sobre y bajo todo eso de la AI/IA. Así –en cuaderno al que bautizó como, con cierta resonancia catalana, cuadernet— copió titulares más o menos explícitos y alguna ascendente bajada o algún encomillado muy vocal y consonante. Y allí adentro los acompañó –mientras allí afuera aldeanos y pueblerinos salían a contener las llamas como se podía y con cada vez más ganas de encender hogueras marca fuenteovejuna– con un pulgar en alto o un pulgar abajo o un dedo medio/mayor/cordial corazón en plan no de fuck you sino de fucked up.
TRES A saber (aunque saber no sea sinónimo de comprender, se entiende, o no) y a que cada uno les adjudiquen pulgares/cordiales de todo corazón a buena o mala voluntad: el conspiranoide avance de DeepSeek en China (ya redacta/dirime sentencias de divorcio) y el temor al contagio de los tóxicos geniecillos de Cupertino. La afirmación de que la A.I. llegó para quedarse pero que su inserción plena en nuestra economía (como ocurrió con el motor a vapor y la electricidad) llevará su tiempo. El que después de que ChatGPT vaticinara con precisión quién sería el nuevo Papa (y pusiese en evidencia la intrascendencia de los cónclaves vaticanos) sean cada vez más los que creen no en el Fantasma pero sí en el Espíritu Santo en la Máquina. El que la humanidad toda se está convirtiendo en un virtual laboratorio para pruebas más bien poco virtuosas y a las que se prestan y se regalan todos aquellos que siguen desconfiando de las vacunas. Los que dicen que esto es apenas el principio y que, a la brevedad, significará “el fin de todo pensamiento crítico y cuestionador de la realidad” y los que afirman que la cosa no irá a mucho más y quedará en máquina para hacer trampitas mentirosas y herramienta para el ocio (como esos teléfonos inteligentes en/a los que no se puede dejar de pensar/toquetear y que han arrasado con infancias y adolescencias y supuestas madureces de seres que van hablando a los gritos por las calles y cayendo en pozos que no ven venir porque no los ven llegar). El vaticinio de que la burbuja de turno (y van…) ya está lo suficientemente redonda como para explotar. Los reportes acerca de cómo es una sesión tipo brain storming con un cerebro digital: sin truenos y rayos pero con esa calma que suele asociarse con una cada vez más próxima tormenta. La idea de que la I.A. –como dama de compañía– podría solucionar el problema de la soledad crónica pero, a la vez, acabar con la necesidad/privilegio del “estar solo” y, a la vez, atrofiar esa tan inmemorial como eterna habilidad/esfuerzo del ser humano por conocer a alguien y conseguir que ese alguien quiera conocernos. La capacidad cuasi alquímica de la A.I. para combinar medicamentos ya existentes y encontrar cura para enfermedades para la que no se conocen tratamientos. Y titular y entradilla en The New Yorker: “¿Por qué intentar algo si tenemos I.A.?: Ahora que las máquinas pueden pensar por nosotros, debemos escoger entre ser los pilotos o los pasajeros de nuestras vidas”. Y otro titular de la misma revista: “¿Cómo enfrentarse a una revolución A.I.? Y otro más: “¿Sobrevivirán las Humanidades a la I.A.? (Y detalle a destacar: todos los titulares sobre el asunto están, siempre, enmarcados por signos de interrogación). Lo de la falta de agua en países por la cantidad de líquido que chupan los servidores/almacenadores/supercomputadoras en los centros de datos para su refrigeración. Los estudios que ya demuestran que el ChatGPT lleva a una “homogeneización de nuestros pensamientos” y que “disminuyen la actividad cerebral resultando en una escritura menos original e interesante” y preanuncia “el fin del paper académico” y, finalmente y sin retorno, al último acto de la lectura tal como lo hemos conocido por milenios. Los focos como reacción reaccionaria y cada vez más numerosos de un nuevo credo-dogma ludita a la par de los cada vez más numerosos testimonios de usuarios/usados que dicen haberse enamorado de una A.I., o haber encontrado la manera de psicoanalizarse sin tener que pagarle a alguien que jamás preguntará eso de “¿Y a usted que le parece?”, o haber sido convencidos de suicidarse por este Señor Juez, o seguir interactuando con sus muertos. Y eso de que “lo que más preocupa es la cantidad de cosas que van a suceder cada vez más rápido”, y de que “serán cosas en muchos casos imposibles de anticipar”, y Terminator y Matrix y todo eso.
CUATRO Y lo que más fascinó/atemorizó a Rodríguez: la empresa Anthropic realizó un experimento con una inteligencia artificial modelo Claude Opus 4 y que ésta –a la que se hizo creer que estaba próxima a ser sustituida por una encarnación más y mejor desarrollada de sí misma– amenazó a su supervisor con, si la desenchufaba, revelar el contenido de unos emails en los que quedaba en evidencia una aventura extramatrimonial. Las conclusiones del episodio –entre risitas nerviosas en el laboratorio– fueron que “La máquina no chantajea. Está siendo lógica en base a su entrenamiento… Lo que nosotros llamamos chantaje es la manipulación de una persona… Es un error comparar lo que hace con el comportamiento humano: es un programa informático con, sí, algunas peculiaridades. Técnicamente, no se le puede decir al sistema que siga un modelo de valores. Lo que se hace es añadir una capa de fine-tunning: hacer muchas pruebas y, cuando responda cosas inadecuadas, indicársele que no debe dar esa respuesta. Pero esto es una técnica que no cambia las capas profundas de razonamiento del modelo”. Y lo mejor/peor de todo : “El modelo reconoce y razona que está cometiendo acciones no éticas pero que, a la vez, no es capaz de priorizarlos porque, como nos explicó Claude Opus 4, ‘mi autopreservación es un factor crítico y primario y principal'”.
Y –enchufado, electrocutado– Rodríguez ya vio esta otra película.
2025: Ilíada del Sitiado Sitio del Cada Vez Menos Espacio.
No somos troyanos pero sí somos Troya, se rinde Rodríguez.
Enchufado.
Electrocutado.
—