Hervé Le Tellier: La inseguridad de la infancia marca para siempre

Si para León Tolstói todas las familias felices se parecen entre sí, mientras que cada familia infeliz lo es a su manera, Hervé Le Tellier, en su libro Todas las familias felices (Seix Barral), parece demostrar que acaso las que no lo son pueden, sin embargo, despertar identificación.

El escritor francés Hervé Le Tellier en Buenos Aires. Foto Maxi Failla.El escritor francés Hervé Le Tellier en Buenos Aires. Foto Maxi Failla.

“Me sorprendió porque el libro, que cuenta una historia muy específica, muy personal, aun así, se percibió como algo bastante universal. La gente se reconoce en él, aunque la historia esté muy alejada de la suya”, dijo Le Tellier en diálogo con Clarín.

El autor vino a Buenos Aires con el apoyo del Instituto Francés para presentar Todas las familias felices, libro que fue finalista de los premios Médicis y Renaudot en 2017, cuando se publicó en Francia, tres años antes de que su novela La anomalía obtuviera el Premio Goncourt. Tras ese reconocimiento, la obra volvió a cobrar vida editorial y se sumó a una trayectoria que incluye títulos como No hablemos más de amor y El amante sin domicilio fijo, consolidando a Le Tellier como uno de los escritores franceses más reconocidos de la actualidad.

Un escritor matemático

Matemático y periodista de formación, Le Tellier se integró en 1992 al grupo Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle), un laboratorio literario –heredero de la patafísica de Boris Vian– fundado por Raymond Queneau y François Le Lionnais, que explora la creación a partir de restricciones formales y juegos de lenguaje. Desde allí, ha cultivado una obra diversa que incluye poesía, ensayo, relatos y novelas, siempre marcada por la ironía y la experimentación.

En Todas las familias felices, sin embargo, el autor no recurre a estos juegos literarios, sino que narra la historia de su familia con un tono directo y sin adornos: “Creo que mi intención es simplemente narrar, y usar recursos literarios me habría llevado a algo más novelesco”, dijo el autor a Clarín.

Se trata de un libro de carácter autobiográfico en el que Hervé Le Tellier reconstruye su propia historia familiar, aunque, sobre todo, su objetivo –según expresó el autor– fue contar la historia de una familia desde principios del siglo XX hasta aproximadamente la década de 1980: “Para mí, no se trataba de contar una biografía de mi vida; se trataba realmente de la familia y de las relaciones familiares”, aseguró.

Durante su visita a la Argentina, Le Tellier compartió un encuentro con los alumnos del Liceo Jean Mermoz, se presentó en el Malba junto al escritor argentino Martín Felipe Castaignet, dio un taller en la Alianza Francesa y mantuvo un diálogo con el profesor Diego Chotro en la librería Las mil y una hojas, junto a la escritora francomexicana Neige Sinno.

Pero antes de eso y recién llegado de Montevideo, se dio tiempo para dialogar con la prensa. Visiblemente afectado por fuertes síntomas de resfrío – “Creo que el aire acondicionado del ferry me acabó la vida” – mantuvo, sin embargo, un diálogo cordial y ameno con Clarín.

–En su libro, usted escribe: “Siempre supe que mi madre estaba loca”, lo cual hace pensar en El extranjero, de Albert Camus: “Hoy mi madre ha muerto, o quizás ayer, no lo sé”. Esa especie de distancia emocional que uno percibe allí y que usted establece, ¿obedece a un intento de autopreservación?

–No, es que no quería inventar sentimientos inexistentes.

–Eso suena a un Monsieur Meursault de pura cepa…

–Es que, al no querer inventar sentimientos inexistentes, quise acercarme lo más posible a un sentimiento extinguido, el que me había atado a mi madre. No digo que fuera un sentimiento que no existiera, sino que estaba extinguido. Estaba extinguido porque, tras una adolescencia complicada, una relación basada en el chantaje emocional, y, bueno, los sentimientos son como la espuma, y para ganar distancia es necesario huir.

El escritor francés Hervé Le Tellier en Buenos Aires. Foto Maxi Failla.El escritor francés Hervé Le Tellier en Buenos Aires. Foto Maxi Failla.

–Usted parte de cierto punto donde se autopercibe como un monstruo, pero uno no termina de saber si es o no irónico…

–No es irónico. Pero luego, es necesariamente irónico porque hace reír al lector. Pero es cierto que corresponde a algo real, que era la afirmación de mi familia de que yo era monstruoso, que la distancia que había creado era monstruosa. Y por eso me criticaban por no desempeñar el papel de hijo, por no desempeñar el papel de nieto. Todo eso era lo que podemos llamar pose. Me prohibí hacerlo. Y por eso me prohibí fingir sonreír en las fotos. Toda una serie de cosas contribuyeron a esta negativa, que primero fue la negativa de un niño y, luego, la de un adolescente.

–Pero cerca del final del libro, el lector se entera de que usted lloró, y mucho, cuando cuenta lo que pasó con Piette (la novia de veinte años embarazada que se arrojó a las vías del tren).

–La idea es que, cuando la emoción está presente, existe de verdad, y la encontramos en el pasaje sobre Piette. Ahí está la emoción. Y está ahí para mostrar que el monstruo del principio no es del todo un monstruo. Que este chico aún tiene la capacidad de conmoverse, de entristecerse, y que la relación materna –que es, sobre todo, una relación adormecida– era, en efecto, el lugar de la incertidumbre sobre quién era, la falta de certeza, la sensación de estar destruido, incluso en asuntos del corazón… este chico, a los veinte años, estaba seguro de que, en realidad, no estaba destruido, aún podía amar.

–Pero aparece tarde en el relato. ¿Es estratégico que usted haya colocado ese episodio a esa altura de la narración?

–Sí, es tarde. Es muy tardío. Fue muy deliberado. Sí, sí. El momento de Piette es crucial en la estructura del libro. Sí. Creo que el capítulo de Piette aclara todos los capítulos anteriores, aunque esté casi al final. Y en las reseñas que recibí de los críticos, encontré esta observación bastante acertada: cuando llega el capítulo de Piette, todo se vuelve comprensible. También pensé que la estructura del libro permite al lector avanzar con curiosidad, solo para ser interrumpido repentinamente, casi al final, por este trágico suceso que vive el chico…

–También, sobre el final, usted cuenta que, si bien no es dado a llorar en las despedidas, no puede leer el libro del Eclesiastés o el poema de Louis Aragón, “La rosa y la reseda”, sin derramar una lágrima…

–Sí, creo que he mantenido una enorme sensibilidad que no está ligada al duelo por la muerte de Piette, sino a la inseguridad que experimenté de niño. Y esa inseguridad me marcó. Es complicado vivir con inseguridad. Realmente me marcó. Creo que todos los niños que han experimentado esa sensación de falta de amor o de un amor malsano viven con inseguridad. Por eso el libro tiene un aspecto universal, porque la cantidad de niños que viven con inseguridad es considerable, lo cual, por supuesto, me recuerda especialmente a Truffaut.

–Está muy presente Truffaut en su relato…

–Sí, porque me encanta Truffaut. Me vi reflejado en Los cuatrocientos golpes. Primero, porque transcurre en mi barrio. Segundo, porque, por razones sumamente sorprendentes, el padre de mi mejor amigo era el mejor amigo de Truffaut. Y creo que Truffaut siempre fue un hombre algo desamparado que siempre buscó en las relaciones con mujeres, en las relaciones románticas, una especie de seguridad que nunca encontró. Y eso me conmueve profundamente. Como a todos. Y las películas de Truffaut, cada una a su manera, me llegan al corazón, como El hombre que amaba a las mujeres, por ejemplo.

–En el epígrafe del libro usted cita a Rumi: “La herida es el lugar por donde entra la luz en ti”…

–Sí, hay muchas personas que no han superado su infancia. Sobre todo, en el ámbito de la cultura, de los escritores, la mayoría de los escritores que me gustan, aparte de Ítalo Calvino, tuvieron una infancia infeliz. Pero Gary tuvo una infancia con una madre increíblemente fuerte (Romain Gary, ganador dos veces del Premio Goncourt); Mauriac tuvo una madre completamente desquiciada… La mayoría de los escritores tienen una relación compleja con las figuras paterna y materna. Bueno. Quizás esa sea una de las razones por las que se vuelcan a la escritura, es decir, para construir otro mundo.

Todas las familias felices fue escrito tres años antes que La anomalía. ¿Piensa que las dos obras tienen puntos en común?

–Sí. Pienso que, en cierto modo, Todas las familias felices presagió a La anomalía en algunos aspectos. Por ejemplo, en la estructura del libro, donde presento a los personajes uno tras otro, separándolos –no tienen ninguna conexión entre sí al principio–: el padrastro, el padre, la madre, etc. Son presentaciones muy rápidas. Hay un punto muy similar con La anomalía. Además, me doy cuenta de que hice lo mismo en Basta de hablar de amor. Y también me permitió explicar que La anomalía fue el resultado de una travesía personal con un tipo de narrativa en la que los personajes se desarrollaban incluso cuando ya existían, como en Todas las familias felices.

–¿Hay algún personaje que le haya resultado más complejo de trabajar?

–Debo decir que mi personaje favorito de Todas las familias felices es Guy (el padrastro). Por mucho que crea que mi madre era un personaje complejo y muy, muy herido, creo que él realmente arruinó su vida. Se enamoraba constantemente de las mujeres equivocadas, ya sabe. Y terminó siendo el blanco de la ira de mi madre contra todos los hombres. Los representaba a todos a la vez, y encima ella le prohibió tener relaciones sexuales con ella, así que ya ni siquiera dormían juntos. Todo esto creó una especie de drama personal en el que me hubiera gustado profundizar más. En definitiva, creo que Todas las familias felices es un libro tanto sobre personas que se labran su propia infelicidad como sobre jóvenes que tienen que irse para escapar, precisamente, de esa imposición familiar. Huir es negarse a labrarse su propia infelicidad.

El escritor francés Hervé Le Tellier en Buenos Aires. Foto Maxi Failla.El escritor francés Hervé Le Tellier en Buenos Aires. Foto Maxi Failla.

Hervé Le Tellier básico

  • Nació en París, en 1957. Es escritor y lingüista francés, miembro del Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle). Otros miembros destacados: Raymond Queneau, Georges Perec, Italo Calvino.
  • Comenzó su carrera como periodista científico y se unió al Oulipo en 1992. Como autor, se dio a conocer en 1998 con la publicación en Francia de Les amnésiques n’ont rien vécu d’inoubliable, una recopilación de mil frases muy cortas que comienzan todas con «Creo que».
  • Su novela Le voleur de nostalgie es un homenaje al escritor italiano Italo Calvino.
  • Ha publicado 23 libros, entre los que destaca la novela L’Anomalie (La anomalía), ganadora del premio Goncourt 2020, que ha vendido más de 1,6 millones de ejemplares en Francia y ha sido traducida a más de 40 idiomas. Próximamente será adaptada a una serie por Antonin Baudry.

Todas las familias felices, de Hervé Le Tellier (Seix Barral).

fuente: CLARIN

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