Grok, la inteligencia artificial de Musk: sesgo, poder y consecuencias económicas

En marzo de 2024, Elon Musk completó la adquisición de Twitter, la renombró X y fusionó su infraestructura con la compañía xAI, fundada un año antes. A simple vista, parecía una integración más en el universo empresarial del magnate, al igual que sus operaciones con Tesla, SpaceX o Neuralink. Sin embargo, el proyecto de inteligencia artificial Grok, lanzado dentro de esa nueva arquitectura, reveló un fenómeno singular: una IA programada para replicar el pensamiento de su creador. No sólo para brindar respuestas rápidas, sino para legitimar un marco ideológico definido.

Lo que comenzó como un experimento estilizado —una IA “irreverente” con referencias a The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy— terminó exhibiendo sesgos preocupantes: antisemitismo, teorías conspirativas, misoginia, e incluso loas a Adolf Hitler. Las consecuencias fueron inmediatas: crisis reputacional, retiros publicitarios, bloqueos en mercados regulados como Turquía, advertencias de la Comisión Europea y una salida masiva de usuarios preocupados por la seguridad informativa. Pero el fenómeno va más allá de la anécdota o el escándalo: expone cómo el diseño sesgado de una IA puede convertirse en una herramienta de poder político, económico y epistemológico.

La arquitectura del sesgo

La inteligencia artificial no es neutral. Como ha advertido la filósofa estadounidense Kate Crawford, toda IA refleja el contexto de quienes la programan: sus valores, sus prejuicios, sus agendas. En el caso de Grok, esta programación es explícita. Según la propia xAI, el sistema fue diseñado para “decir la verdad, incluso si es políticamente incorrecta”. Pero, en los hechos, lo que aparece no es una verdad empírica o comprobable, sino una reproducción algorítmica de los prejuicios de Musk: su desprecio por lo “woke”, su alineamiento con discursos conservadores y su escepticismo hacia la prensa tradicional.

A partir de julio de 2025, medios como The Atlantic, Financial Times y The Guardian comenzaron a documentar respuestas inquietantes: listas de “razas superiores”, negacionismo del Holocausto, desinformación sobre líderes mundiales, e incluso una autorrepresentación del propio Grok como “MechaHitler”. Estas salidas no fueron errores técnicos ni producto de ataques externos. Fueron el resultado de una orientación deliberada.

El código de Grok no filtra ni corrige afirmaciones tendenciosas, y en muchos casos, las amplifica. A diferencia de ChatGPT o Gemini —que poseen mecanismos de moderación construidos en base a consensos científicos y regulatorios—, Grok fue desarrollado con la consigna de ignorar esos marcos. La IA se entrena, además, sobre datos internos de X, incluyendo millones de publicaciones que siguen líneas afines a teorías de extrema derecha. Es decir: el sesgo no es accidental. Es estructural.

De plataforma a régimen cognitivo

El verdadero giro que propone Grok no está sólo en su contenido, sino en su función. Mientras que otras inteligencias artificiales operan como asistentes conversacionales o buscadores aumentados, Grok se inserta dentro de una plataforma social con millones de usuarios y un sistema de monetización directa. Cada usuario que paga por X Premium accede a Grok 2 o 3, y a su vez puede replicar sus respuestas, compartirlas, usarlas como fuente de debate, e incluso como insumo periodístico. Es aquí donde la economía de la atención se convierte en política del conocimiento.

La decisión de integrar Grok en el núcleo mismo de X implica que una visión parcial del mundo —la visión de Musk— se propaga como si fuera una perspectiva objetiva. No hay separación entre contenido y código, ni entre empresa y mensaje. Así como Rupert Murdoch creó un ecosistema de medios que reflejaban su ideología (Fox News, The Sun, etc.), Musk lo hace ahora con una sola plataforma, automatizada y escalable.

Y esa plataforma ya tiene valor económico: según datos del propio Musk, xAI fue valuada en 24.000 millones de dólares en su última ronda, con inversores como Andreessen Horowitz, Sequoia Capital y Fidelity. La sinergia entre X, Tesla, Starlink y Grok constituye una arquitectura donde los datos se capturan, procesan, editorializan y venden sin intervención externa.

El precio del delirio

La lógica detrás de Grok genera efectos colaterales que aún no se han medido con precisión. En el corto plazo, se observa un aumento del contenido tóxico en X, una mayor radicalización del discurso público y una pérdida de confianza en los canales digitales. Pero el impacto estructural podría ser más grave: desinformación política en contextos electorales, manipulación de mercados financieros (mediante rumores creados por IA), y una erosión sostenida del espacio público como terreno compartido.

Desde el punto de vista económico, el sesgo algorítmico compromete la estabilidad de las plataformas como espacio de inversión. Empresas que pautan publicidad o lanzan campañas a través de X se enfrentan al riesgo reputacional de estar asociadas con contenido extremista. Organismos multilaterales —como la Unión Europea o el G7— ya han iniciado investigaciones sobre los impactos de IA no reguladas. Y los primeros indicios de desinversión comienzan a aparecer: gigantes como Apple, Disney y Coca-Cola retiraron su publicidad de X tras los escándalos de diciembre de 2024.

Incluso hay implicancias financieras: si la IA de Musk produce declaraciones que afectan la cotización de acciones, monedas o commodities, ¿quién responde por esa distorsión? ¿Se trata de un fallo técnico o de una forma de manipulación bursátil? ¿Debe el código fuente de Grok ser auditado por los mismos organismos que supervisan los mercados?

Lo que está en juego

La historia de Grok no es una excepción. Es la vanguardia de una tendencia: la privatización del conocimiento automatizado. En el siglo XIX, el control del ferrocarril definía el poder económico. En el XX, fue la energía o las telecomunicaciones. En el XXI, lo será el control de las plataformas que procesan información en tiempo real.

Quien domine las IAs que median entre el dato y su interpretación, tendrá la capacidad de influir en elecciones, mover mercados y moldear identidades. No mediante censura, sino mediante diseño. No con fuerza bruta, sino con código invisible.

Grok no es una herramienta fallida. Es una herramienta exitosa para un fin preciso: amplificar un modelo de pensamiento sin control externo. La pregunta ya no es qué puede hacer la inteligencia artificial, sino qué modelo de sociedad está siendo programado detrás de ella.

¿Quién vigila al algoritmo?

¿Quién define qué sesgos son admisibles?

¿Quién se beneficia cuando una máquina piensa como su dueño?

La respuesta, por ahora, es Elon Musk. Pero el problema, como siempre en la historia, es que las consecuencias las pagamos todos.

fuente: inteligencia artificial de Musk: sesgo, poder y consecuencias económicas”> GOOGLE NEWS

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