
La reciente aprobación de la Política Nacional de Construcción Naval 2025–2040 representa un avance estratégico de gran calado para Chile, que va mucho más allá del impulso industrial o económico. Este plan robusto y de largo plazo fortalece la autonomía operativa y la proyección soberana en un entorno marítimo regional y global cada vez más dinámico y competitivo.

Con más de 4.000 kilómetros de costa y una presencia significativa en el Pacífico Sur y la Antártica, Chile se configura como un país marítimo por excelencia. El control efectivo de estas aguas, que incluyen rutas comerciales vitales y áreas con importantes recursos naturales, es fundamental para la seguridad nacional y la economía. La política busca garantizar que la Armada cuente con unidades modernas, construidas en territorio nacional, que permitan un monitoreo efectivo y una respuesta oportuna ante cualquier contingencia, asegurando así la soberanía marítima chilena.
El entorno geopolítico marítimo en Sudamérica y el Pacífico Sur es cada vez más complejo. Potencias globales como Estados Unidos, China y Rusia han incrementado su presencia y actividades en la zona, con intereses que van desde la proyección de fuerza hasta el aseguramiento de rutas comerciales estratégicas. En paralelo, la región enfrenta amenazas transnacionales como la pesca ilegal, el narcotráfico y el tráfico de personas, lo que exige contar con plataformas versátiles y tecnología avanzada para responder a estos desafíos.
La Antártica como foco estratégico

El diseño y construcción de buques multipropósito con capacidad para operar en condiciones antárticas, como los contemplados en el proyecto Escotillón IV, refuerzan la capacidad chilena para mantener presencia efectiva en esta zona de alta relevancia científica, ambiental y estratégica. Estas unidades permitirán apoyar operaciones de vigilancia, rescate y logística bajo condiciones extremas, asegurando la continuidad de la participación chilena en los procesos multilaterales y científicos que se desarrollan en el continente blanco.
Hacia la autonomía tecnológica y la innovación
Si bien parte de los sistemas y tecnologías navales se importan, la política fomenta la colaboración con universidades, centros de investigación y la industria privada para avanzar en capacidades locales de diseño, desarrollo y producción, fortaleciendo la soberanía tecnológica. Este proceso es clave para que Chile pueda no solo mantener y modernizar su flota, sino también responder de manera autónoma a los desafíos futuros, incorporando tecnologías emergentes como sistemas autónomos, inteligencia artificial y digitalización.
En este contexto, la Región del Biobío se ha consolidado como el centro neurálgico de la construcción naval chilena. ASMAR, junto con astilleros privados y centros de formación técnica, da forma a un ecosistema productivo capaz de sostener la renovación y mantención de la flota. Este polo genera empleo especializado, impulsa desarrollo tecnológico y potencia la formación de recursos humanos altamente calificados. Al mismo tiempo, Chile promueve la cooperación con países de la región mediante ejercicios conjuntos, intercambio tecnológico y coordinación en seguridad marítima, lo que refuerza la estabilidad y el desarrollo colectivo de capacidades, manteniendo siempre la autonomía estratégica como principio rector.

Para lograr los objetivos, será necesario enfrentar desafíos clave: garantizar un financiamiento estable y de largo plazo; fortalecer la formación, capacitación y retención de talento técnico y científico; integrar tecnologías avanzadas —incluyendo ciberseguridad y sistemas autónomos— en las plataformas navales; y coordinar de manera eficiente la colaboración entre ASMAR, industria privada, academia y el Estado.
En conclusión, la Política Nacional de Construcción Naval 2025–2040 es un paso decisivo para que Chile consolide su condición de potencia marítima regional, articulando soberanía, tecnología e innovación. En un escenario geopolítico donde el mar gana protagonismo estratégico, esta política asegura que la Armada chilena cuente con los recursos y capacidades para proteger los intereses nacionales y contribuir al desarrollo sostenible.
El aumento de la competencia naval en el Indo-Pacífico y el Pacífico Sur —con potencias como China, Estados Unidos, Rusia y actores regionales— obliga a Chile a fortalecer su flota para mantener autonomía estratégica y capacidad de disuasión. Al mismo tiempo, la acelerada innovación tecnológica redefine los estándares de la construcción naval, con la incorporación de inteligencia artificial, vehículos autónomos, energías limpias y procesos digitales. La política chilena abre espacio para avanzar en estas áreas, fundamentales para la competitividad futura.



La cooperación internacional también se ha transformado en una tendencia global. Alianzas estratégicas y proyectos conjuntos ofrecen a Chile la oportunidad de participar y liderar iniciativas regionales en tecnología y seguridad marítima. Pero los desafíos derivados de la cadena de suministro global —que ya mostró su fragilidad durante conflictos y pandemia— refuerzan la necesidad de autonomía y diversificación, validando la decisión de apostar por capacidades propias.
Este contexto global no solo justifica sino que exige avanzar con decisión en la Política Nacional de Construcción Naval. Un camino que, alineando soberanía, innovación y responsabilidad ambiental, posiciona a Chile como un actor naval relevante, resiliente y con proyección en el Pacífico Sur y la Antártica.
*Fotografías empleadas a modo de ilustración – Créditos Armada de Chile.
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