
En estos días la dirigencia europea supone, por default, que el Mercosur está dispuesto a coexistir mansamente con los vicios de su cultura ambientalista (la religión verde), a ignorar su eterno torpedeo a la liberalización del comercio agrícola y a digerir la salvaje idea de que la hostilidad de sus productores rurales hacia el Acuerdo de Libre Comercio UE-Mercosur (ALC) del año pasado, es un problema de todos.
En otras palabras, Bruselas nos invita a compartir, con infinita generosidad, los conflictos que los líderes del Viejo Continente no saben, no quieren o no pueden resolver.
Y si bien es cierto que en estos tiempos el Mercosur sorprende a propios y extraños al sobreestimar los méritos y la importancia del antedicho contrato de adhesión que suscribió en diciembre de 2024, también nos desconcierta más de una vez cuando su cúpula tarda en reaccionar ante daños como la manipulación de las concesiones agrícolas que intentan aplicar nuestros socios del Viejo Continente.
Como mencioné repetidamente en anteriores columnas, tres ex Comisionados de Comercio de la UE, empezando por Cecilia Malmström (actual colaboradora externa del Instituto Petersen de los Estados Unidos) reconocieron, con gran naturalidad, que las concesiones agrícolas otorgadas por Europa al Mercosur, en el marco del presente ALC, no son significativas.
Aunque nos gustaría creer que esos comentarios no fueron dirigidos a los miembros sudamericanos del Acuerdo, sino a los gobernantes de los países miembros de la UE, a los legisladores del Parlamento Europeo y al ruidoso lobby de los productores rurales de esa región, es evidente que a Bruselas le pareció descortés dejarnos fuera de sus conflictos domésticos.
Así las cosas, al evaluar estos hechos resulta fácil advertir que el complejo mamotreto firmado hace diez meses no aportó la sustantiva mejora de acceso al mercado comunitario que era lógico esperar de un ALC que se cocinó a fuego lento durante un cuarto de siglo y aún no está totalmente aprobado. Tampoco es una prueba de amistad birregional el picarón reajuste que Bruselas pugna por introducir en este proceso.
No menos cierto es que el Mercosur parece olvidar que el objetivo central de los ALC es ampliar el volumen y la calidad de las oportunidades preexistentes de comercio, no hacer un manual de buena conducta, ni absorber las artimañas políticas o los dogmas proteccionistas que son habituales en la cultura europea.
Imagino que este brete puede tener arreglo si todos apostamos al antiguo don Pirulero y cada cual se dedica en serio a atender su juego. No me parece lógico ni inteligente que tras negociar durante una generación entera cómo reparar las baldosas flojas de nuestro entendimiento comercial, lancemos otra ronda de estúpida autocomplacencia.
Lo anterior no excluye concebir y aceptar reglas sobre las supuestas “preocupaciones no comerciales”, si al hacerlo dejamos intactos los atractivos del comercio birregional.
¿Eso quiere decir que las partes tienen que suprimir las reglas supuestamente no comerciales del ALC sobre el Cambio Climático, la administración del patrimonio biodiverso o la defensa del medio ambiente? .
De ninguna manera. Nos basta con entender de una buena vez que cada uno de esos temas se discute en un foro especializado, razón por la que no conviene traer al ALC, o la OMC, los conflictos irresueltos de otros vecindarios.
El secreto es no mezclar las legítimas reivindicaciones de la religión verde con la ilegítima protección y los subsidios que entraron por la ventana en los textos del ALC.
Quienes seguimos las alternativas de la batalla contra la desertificación de la Selva Amazónica, sabemos que el debate bilateral entre Brasil y los europeos nunca fue exactamente verde. El eje de tales negociaciones se orientó a combatir la anárquica expansión de la frontera agropecuaria y debilitar o neutralizar la llegada de la oferta altamente competitiva del Mercosur al mercado europeo.
Pero la actual prioridad del Mercosur es resolver otra fechoría más urgente y lamentable. El pasado 8 de octubre la Comisión y el Consejo de la UE volvieron a jugar fuerte, y no muy limpio, con mezquinas concesiones agrícolas que esa región le otorgó al Mercosur en el marco del ALC.
Ambos órganos de la UE enviaron en forma conjunta al Parlamento Europeo una propuesta de Regulación concebida para a frenar, con modalidades bastante tramposas, las exportaciones de una canasta de veintitrés “productos sensibles” originados en los territorios del Mercosur, como la carne vacuna, porcina y aviar.
Y aunque está claro que esa movida se refiere a la “necesidad” de reglamentar las reglas sobre “Salvaguardias Comerciales” incluidas en el texto del ALC, el enfoque suena a irresponsable provocación. A ningún profesional bien entrenado le pasa por la mente que los niveles de exportación que pueden alcanzar las exportaciones del Mercosur con las reglas de juego y los compromisos adoptados en el marco del ALC, justifica el despliegue de restricciones tipo Armada Brancaleone que montó Bruselas.
Un estudio encargado por el Comité de Comercio Internacional del Parlamento Europeo (el INTA), distribuido el 10 de agosto de 2025, destaca que el crecimiento que puede surgir de los estímulos y reglas introducidas en el futuro ALC, no permiten esperar un cambio económico sustantivo (game changer) en los vínculos de esas regiones.
El texto indica que, dados los diferentes niveles de exposición al comercio de sus miembros, sólo es dable estimar una expansión económica del 0,1 por ciento en el PBI anual de la UE y del 0,3 por ciento en el PBI de las cuatro naciones del Mercosur. Una conclusión similar a la que llegó, hace unos cinco años, la London School of Economics (LSE).
Los “23 productos del sector agrícola y agroindustrial considerados sensibles” en el marco de ese proyecto de Regulación, y por lo tanto elegibles para invocar la mencionada cláusula de salvaguardia, definen con claridad el carácter mezquino de la medida.
La nueva propuesta intenta demostrar que la UE está dispuesta a frenar de inmediato la oferta del Mercosur si, a juicio de los afectados, las exportaciones desde ese territorio tienden a perjudicar sustancialmente a los productores locales del Viejo Continente.
La lista completa de los productos sensibles que define esta medida incluye a las distintas variantes de carne vacuna, porcina y aviar (carne de pollo); a la leche en polvo, los quesos y las fórmulas infantiles; el maíz, arroz, azúcar y variantes del azúcar. Y los huevos, la miel, el ron y las bebidas espirituosas obtenidas de la caña de azúcar; así como el almidón, etanol, los ajos y el biodiesel.
Ese menú no incorporó, por ahora, a la soja ni a sus derivados, a pesar de que en los últimos años la Comisión de la UE quiso sustituir con producción local las importaciones que tradicionalmente provienen de Estados Unidos, Brasil y la Argentina.
Pero lo llamativo de todos estos malabares de la política, es su debilidad argumental.
A quienes pudimos observar desde temprano esta negociación, nos tomó por sorpresa ver que los representantes de la UE alegaran con frecuencia que conceder al Mercosur una razonable cuota de carne vacuna sería una decisión difícil y contraproducente. Sostenían que las carnes rojas estaban predestinadas a sufrir una pronunciada caída de la demanda global, lo que resultó cierto durante algún tiempo.
Era una época en la que los consumidores estaban hipnotizados por las dietas modernas y otros conceptos psico-sanitarios.
Esa percepción acaba de implosionar. Según el Financial Times del pasado 25 de octubre (edición europea), la industria cárnica y el empresariado que emplea tales insumos en la elaboración y comercialización de alimentos terminados, observan una furiosa demanda con signo opuesto.
Por lo pronto, los precios promedio del ganado (peso muerto) aumentaron, en los doce últimos meses, en 27 por ciento. En la actual normalidad, el precio de un bife de 325 gramos como los que se sirven en una famosa cadena europea de restaurantes, es de casi 76 dólares. Una ganga.
A evaluar esta corriente económica, la gente del oficio sostiene que el insólito costo de la carne es parte de una estampida general de precios que reconoce varios factores, entre otros la vertical caída de la oferta generada en las naciones del Atlántico Norte debido a que el Cambio Climático impide criar y engordar ganado con métodos tradicionales.
Por otro lado, los consumidores decidieron resucitar de hecho la teoría del fruto prohibido, ya que hoy se registra una gigantesca demanda de proteínas cárnicas.
Esto nos induce a reiterar que el Mercosur fue injustamente “agraciado”, en el contexto del Acuerdo, con una miserable cuota tarifaria anual de 99.000 toneladas de carne vacuna (55.450 tns de carnes frescas y 44.450 tns de carnes congeladas).
Ese volumen rinde apenas 72.000 tns al preparar la carne que llega al consumidor, un síntoma de que la apertura comercial del Viejo Continente no va a cambiar la vida de nadie.
Tan “desestabilizadora cuota” equivale al 0,7 por ciento de la producción normal del Mercosur y al 1,6 por ciento de la oferta europea. En otras palabras, el riesgo de catástrofe sectorial que vienen mencionando los actores del Viejo Continente, es apenas una lamentable superstición colectiva.
Ante este cuadro, resulta imposible eludir un interrogante político. ¿A qué estrategia de cooperación birregional le podemos atribuir tan insólitas y brutales reacciones proteccionistas? .
Y, por si faltara algo, tanto los foros que no entienden gran cosa del tema, como algunos centros de reflexión, le están dando manija a los debates sobre la seguridad alimentaria, un tema que en el Viejo Continente se asocia sucesivamente con la necesidad de recurrir a la “soberanía alimentaria” y, en última instancia, a la autosuficiencia alimentaria.
Entonces aparece la mayor pregunta ¿desde cuándo resulta serio y cuerdo suponer que el equilibrio del sistema de abastecimiento alimentario global se puede lograr sin el histórico y sano aporte del comercio exterior? .
Al llegar a este peldaño viene al caso recomendar la lectura del capítulo cuarto de la declaración de la Cumbre sobre la alimentación de la FAO realizada en 1996, un texto que en su mayor parte redactamos con un colega de la Comisión de la UE.
Paralelamente, en Bruselas y Estrasburgo suenan cada vez más fuerte los mantras sobre “autonomía estratégica”, otra de las nociones mágicas concebidas para descartar importaciones.
Y, por si escaseara el culto al disparate, las potencias del Atlántico Norte priorizan el valor del principio precautorio, un enfoque que tiene en Pascal Lamy, un ex Comisario de Comercio de la UE y ex director General de la OMC, a uno de sus más brillantes expositores. Él nos explicó que ese enfoque, incorporado con armas y bagaje al ALC suscripto entre la UE y el Mercosur, constituye el método de proteccionismo más eficiente y sutil del planeta.
De modo que, tras recorrer con mi GPS artesanal esta parodia, me queda por saber si quienes auspician estos esfuerzos de genialidad destructiva, logran dormir en paz. Hace muchos años se decía que “la verdad nos hará libres”; hoy me parece que la verdad sólo multiplica la población carcelaria.
Jorge Riaboi es diplomático y periodista
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