Envidiosa 3: qué nos enseña la serie sobre el amor, la soledad y la envidia

Quienes hayan compartido suficiente tiempo con otro, donde la ilusión, la proyección y el amor marcaron camino, saben que el final del amor es un desmoronamiento. No sólo de un vínculo, sino del mundo que ese vínculo representaba. Como un rompecabezas que se desarma y se convierte en un montón de piezas mal recortadas.

En este tiempo, las personas nos llevamos mal con lo incierto, con los fracasos y con las frustraciones. Solemos creer que la vida les toca a los demás, que es una fiesta a la que no nos han invitado. En ese contexto, separarse —casi a los cuarenta— es una experiencia dolorosa de la que no se sale ilesa.

Además del duelo por la pareja, está el duelo por quien una fue, por la vida que se desarma y por el abrupto baño de realidad que implican las apps de citas y el reencuentro con los otros. Todo exige un curso acelerado para entender un mundo que cambió demasiado en poco tiempo: los roles de género, el uso de las tecnologías, las formas en que construimos familia, intimidad o libertad.

Se estrena en Netflix la tercera temporada de Envidiosa, una serie que logró captar un malestar de época. Lo hizo a través de un arquetipo contemporáneo: la mujer de cuarenta que, aunque en muchos aspectos se siente realizada, sufre profundamente por eso que aún le falta: el combo de la maternidad y la familia tipo. Vicky, la protagonista, siente que se está quedando afuera. Y el reloj biológico suena de fondo, como un zumbido que podría volver loca a cualquiera.

En una época en la que la palabra deconstrucción se ha usado tanto que parece un destino al que hay que llegar, la serie muestra cómo el amor romántico sigue filtrándose como el agua en nuestro modo de amar y de sufrir por amor. La que no tenga contradicciones que tire la primera piedra. Entendemos que el amor romántico es una construcción que promete un ideal inalcanzable y, al mismo tiempo, podemos sentirnos frustradas en la odisea de armar un vínculo con alguien. Saber de nuestras contradicciones no nos ahorra nada, pero nos vuelve más lúcidas.

Todas sufrimos por Vicky: la amamos por momentos y, por otros, nos cuesta verla. Le diríamos: ‘amiga, no es por ahí’. Ella se obsesiona, se humilla, padece, toma pésimas decisiones, pierde el norte en su afán de encontrar a la pareja ideal. Pero detrás de sus tropiezos hay algo más profundo: el terror contemporáneo a la soledad.

Vivimos en un tiempo en que los lazos sociales se debilitan y los grupos de pertenencia se disuelven. La soledad se ha convertido en una epidemia global. En su último informe, publicado en 2025, la Organización Mundial de la Salud advierte que una de cada seis personas en el mundo experimentó soledad entre 2014 y 2023, y que esta condición está asociada a más de 870.000 muertes anuales. La falta de vínculos significativos incrementa el riesgo de enfermedades cardíacas, depresión y muerte.

Ya no alcanza con decirle a Vicky que no sufra, “que ella es suficiente”. El individualismo y el discurso del “querer es poder” nos han hecho mucho daño. En todo caso, podríamos preguntarnos qué otros sentidos posibles existen en el amor, más allá de la pareja. El costo es demasiado alto cuando una se obsesiona, cuando pierde de vista que los duelos tienen razón de ser.

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El tráiler de “Envidiosa”, temporada 3

Los duelos exigen creatividad: la capacidad de introducir novedades, de tomar decisiones, de hacer pequeñas torciones en la trama de lo que se repite. En su obsesión por la pareja, Vicky se olvida del amor en un sentido más amplio: incluso del amor que se precisa para tratarse a una misma con cierta amabilidad y conservar la dignidad frente a lo que no es, o ya se perdió.

El problema del amor, decía Jacques Lacan, es la fantasía de ser uno con el otro. La tragedia romántica encierra ese núcleo: el deseo de completud, el espejismo de que el otro puede suturar nuestra falta. En esa ilusión, el otro deja de ser una persona para volverse una pieza de repuesto de nuestro vacío estructural. El amor, entendido así, disfraza la imposibilidad del encuentro total, la quimera de un nosotros que nunca fue.

El psicoanálisis nos invita a revisar esa escena: a explorar cómo nos relacionamos con nuestro deseo, con el del otro y con las marcas que las figuras parentales dejaron en nuestra manera de amar. El amor sólo se vuelve habitable cuando deja de ser un intento de completud y se transforma en una forma de respeto por la diferencia.

Griselda Siciliani en la piel de Vicky, en la temporada 3 de la serie Envidiosa. Foto: Netflix. Griselda Siciliani en la piel de Vicky, en la temporada 3 de la serie Envidiosa. Foto: Netflix.

Las transformaciones son caminos de dolor. Vicky acude a terapia —en escenas interpretadas magistralmente por Lorena Vega—, donde la palabra hace lugar al silencio, y el silencio —esa pausa tan infrecuente en una época de ruido y exposición— permite empezar a escucharse de verdad. La terapia no ofrece respuestas: ofrece tiempo. La posibilidad de implicarse en aquello por lo cual se sufre, de conciliarse con el propio camino, de sostener la pregunta sin correr detrás de un ideal.

Poco a poco entendemos que el amor no es un camino lineal ni sencillo, y que cuando el otro aparece, todo se complejiza —por suerte—. Nadie tiene garantizada la felicidad; ni Vicky es una condenada ni sus amigas son tan felices como ella cree. La vida no es sin fisuras.

Pero hay algo más que la serie deja entrever, y que le da su título: la envidia. Esa emoción incómoda, casi vergonzante, que se esconde detrás de la queja o del resentimiento. La envidia no es solo querer lo que otro tiene, sino querer que el otro no lo tenga. Es la imposibilidad de tolerar que el otro goce donde una sufre.

Griselda Siciliani y Esteban Lamothe en la tercera temporada de Envidiosa. Foto: Alina Schrwarcz / Netflix.Griselda Siciliani y Esteban Lamothe en la tercera temporada de Envidiosa. Foto: Alina Schrwarcz / Netflix.

Como señala la filósofa Florencia Abadi, la envidia no es solo deseo frustrado: es el punto de partida del deseo. El brillo ajeno despierta en nosotros la conciencia de lo que no tenemos, y en esa carencia se gesta el movimiento de desear. En ese sentido, la envidia es una experiencia fundante: es el reconocimiento de la falta, y por tanto, del deseo mismo.

El punto por pensar es: ¿qué hacemos con esa envidia, con esa falta, con esa soledad? Porque no se trata de negarlas ni de taparlas, sino de ponerlas a trabajar. El espacio analítico es ese lugar donde se puede ser y sentir en libertad, donde encarnar la herida no es signo de debilidad, sino el inicio de una transformación.

Es un gesto valioso, en una época en la que el “tóxico” siempre parece ser el otro, que la protagonista de esta serie sea el sujeto que se enreda en su propio veneno. Ya no se trata de señalar al otro, sino de hacerse cargo. Quizás esa sea la invitación más profunda: dejar de mirar afuera y empezar a preguntarnos qué lugar le damos al deseo y a los vínculos que todavía nos sostienen y por nuestra relación con la falta.

Envidiosa 3, el gran estreno de noviembre de Netflix. Foto: Alina Schrwarcz / Netflix.Envidiosa 3, el gran estreno de noviembre de Netflix. Foto: Alina Schrwarcz / Netflix.

El amor es un camino de transformación, pero sólo si una se implica. No es un logro ni un trofeo: no se tiene, ni se busca. Y sólo se madura en la capacidad de amar cuando dejamos de perseguir ideales y nos animamos a entrar, de una vez por todas, en la profundidad de la transformación que la vida nos pide.

Por Alaleh Nejafian. Lic. en Psicología, psicoanalista vincular. Autora de Por amor, Por qué pasamos de soportarlo todo a no soportar nada (V&R Editoras). En Instagram, @alalehnejafian.

fuente: CLARIN

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