
Fátima siempre tuvo en claro que la maternidad no era para ella. Se casó, tuvo sobrinos, viajó, creció en su trabajo y hoy, con 50 años, no se arrepiente. Aunque confiesa que le gustaría dejar de recibir las indirectas (bastante directas) de su madre por no “haberle dado nietos”.
Y no es un caso aislado, todo lo contrario: cada vez se dan más este tipo de situaciones. Según un estudio del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral (UA), la natalidad en Argentina ha disminuido significativamente a partir del año 2014. Ello implica una caída de más del 40% en menos de una década.
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Ahora bien, ¿cómo afecta esta decisión de los hijos adultos en sus padres, que sueñan con tener nietos? Graciela Zarebski, doctora en psicología, directora de la maestría en psicogerontología de la Universidad Atlántida Argentina y del Instituto Iberoamericano de Ciencias del Envejecimiento (InICiEn), indica que se puede plantear como un duelo: “Cuando uno habla de un duelo no es solamente la pérdida de un ser querido. Como decía Freud, se refiere también a la pérdida de un ideal, de algo que no va a poder ser”.
—¿Es recomendable un acompañamiento terapéutico?
—Existe lo que se llama “Abuelidad esclava”, que son esas personas que viven para cuidar. Ya sea porque lo eligen o porque la familia las instaura en ese lugar. Estos casos, sobre todo “mujeres cuidadoras”, que se formaron para eso y no tienen nietos para cuidar (tampoco la perspectiva de cuidar a otras personas), son lo que llamo “un factor de riesgo”. Es apoyar la vida en un único bastón. Y pueden necesitar una terapia. Una buena longevidad implica renovar el sentido de la vida a medida que va pasando el tiempo y estas personas no pueden porque quedaron aferradas a esa función “cuidadora”. Estos son derrumbes de la identidad, porque no encuentran sentido para vivir.
—¿Cómo evitar una crisis entre los adultos mayores que desean nietos y sus hijos que no quieren ser padres?
—Siempre la perspectiva de que en la familia no se produzcan crisis tiene que ver con el respeto a la autonomía de cada uno de sus miembros. Entonces, los padres pueden transmitir su deseo de ser abuelos, preguntar por la perspectiva, pero siempre con el respeto a la autonomía de lo que deseen hacer sus hijos. Quizás prefieren realizarse en otros aspectos o a lo mejor su decisión tiene que ver con las circunstancias de un país a nivel económico, que después se superan y se deciden a ser padres.
Los factores protectores
Zarebski recomienda entonces que, ante esta situación, la persona mayor se diversifique en vínculos e intereses. “Es lo que vengo desarrollando como uno de los principales factores protectores para una longevidad saludable”, especifica.
Y agrega: “La diversificación en vínculos e intereses da cuenta de una identidad flexible que se va reinventando a lo largo del paso de los años. Por eso no depende solo de un vínculo familiar deseado (como tener nietos) sino que, al no lograrlo, se buscan otros desarrollos de vínculos y se participa de actividades”.
La especialista manifiesta también que otro de los factores protectores propios de una identidad flexible son los vínculos intergeneracionales, en la comunidad. “Es lo que llamamos ‘la abuelidad social’. Ejercer la abuelidad no con nietos biológicos sino con jóvenes o niños a través del trabajo comunitario, del voluntariado. Son maneras de sublimar ese deseo que no se pudo realizar”.
La profesional además hace hincapié en el denominado “legado intergeneracional”, donde el adulto mayor se ubica como transmisor de lo que le legaron sus antepasados y lo que él aspira legar a las generaciones que le siguen. Cuando esto queda trunco, está la posibilidad de hacerlo con jóvenes no biológicos.
“Hay múltiples legados que se realizan en la comunidad. Por eso se organizan desde ámbitos comunitarios (centros de día o residencias de larga estadía) a actividades intergeneracionales. Las personas mayores van a contar cuentos a los jardines de infantes o toman el rol de transmisores de la historia del barrio, del país, de la ciudad. Es decir, hay mucho para volcar de ese legado que se desea transmitir cuando no se puede a los propios nietos”, señala Zarebski.
Por otro lado, menciona la actual tendencia a la crianza de animales por parte de quienes deciden no tener hijos. Y aclara que es muy bueno el vínculo de las personas mayores con las mascotas porque les permite volcar este deseo de crianza y sentirse acompañados y reconocidos en el amor que les devuelven.
“Entonces, hay distintas maneras de volcar ese amor. Ya sea en una mascota o en vínculos intergeneracionales”, sostiene la doctora, aunque aclara que, muchas veces, el deseo de tener nietos no se trata solamente de una necesidad de dar amor sino también de sentirse protegido por un grupo familiar con suficiente red de apoyo.
Cuando los nietos no llegan
¿Qué sucede cuando hay un deseo de agrandar la familia, pero no sucede? Es decir, si los adultos mayores no son abuelos porque sus hijos lidian con cuestiones médicas o tratamientos de fertilidad que no funcionan. En ese caso, la asesora remarca que son justamente los hijos quienes tienen la mayor frustración y lo principal es apoyarlos, ser empáticos. “Acá se juega la cuestión del narcisismo. No poner siempre en perspectiva el propio deseo como el más importante. El apoyo es fundamental. Entender el dolor del otro”.
Por último, cuenta que el de la abuelidad es un tema que aparece en todos los grupos. Desde cómo se ejerce, al deseo de serlo y no poder. Y eso ayuda a la elaboración del duelo. “Les da lástima no poder cumplir su deseo, pero por lo general no quedan instalados en el dolor. Se dan cuenta de que la vida se realiza de múltiples maneras”.
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