
Intentando comprender cómo quedan las relaciones económicas entre países después del “lustro fatídico”-que comenzó en 2020 con el Brexit y se extiende hasta las actuales nuevas políticas arancelarias en EEUU, e incluye -en el medio- a la pandemia y sus lockdowns, la guerra en Ucrania y sus impactos en cadenas de suministros y sanciones económicas a Rusia, la aceleración del cambio climático y sus efectos a través de políticas regulacionistas en ciertos mercados (como la Unión Europea), conflictos geopolíticos -como en Medio Oriente- que dificultan el tránsito de buques cargueros en rutas marítimas, y las luchas por el liderazgo tecnológico -que ha llegado a prohibiciones de intercambios u operaciones de empresas en diversos países–, una primera conclusión es que el planeta ha perdido la capacidad de organización global y se encuentra en una situación de “no-régimen”.
Por un lado, el unilateralismo, la imposición de la fuerza y la fricción han ganado presencia; mientras, por el otro, las negociaciones y pactos entre algunos para generar espacios delimitados de integración -constreñidos a ellos- aparecen como lo máximo de organización posible. Es un “no-régimen”. Cuando consulté a la IA sobre el antónimo de “régimen” su respuesta fue “anarquía”.
El mundo logró el máximo nominal en intercambios comerciales entre países en 2024 (casi 33 billones de US$) y de stock de inversión extranjera directa en todos los territorios (más de 46 billones). Y ahora todos anuncian una desaceleración en 2025.
Pero, mirando el mapa entero, puede agruparse a los países en seis tipos: los afectados por la “guerra arancelaria”, las zonas más abiertas en materia de aranceles pero regulacionistas en normas no arancelarias, las (varias) zonas que mantienen una alta apertura general, los países que históricamente se mantienen proteccionistas, las zonas alteradas por conflictos no económicos que padecen -por ello- limitantes económicos y los países que mantienen integración reciproca a través de tratados de libre comercio.
La mala noticia es que no son irrelevantes los que crean o padecen obstrucciones y la buena noticia es que los que no están dentro de la guerra arancelaria son mayoría. Especialmente los que actúan dentro de los 374 tratados de integración comercial (“Regional Trade Agreements, según OMC) o los 181 tratados de promoción y protección de inversiones.
Ante la emergencia de la guerra arancelaria lo más probable es que, mientras se reduzcan los intercambios entre los afectados, también se desvíe comercio y crezcan intercambios entre los más facilitantes.
El mundo está heterogéneo. Según OMC, en los últimos dos años, mientras en el mundo se tomaron medidas restrictivas del comercio internacional con impacto en negocios por 1,3 billones de dólares; a la vez se tomaron medidas de facilitación del comercio con impacto en 2,4 billones de dólares.
Y cada uno es cada cual: Asia genera alrededor de 40% del comercio mundial, Europa algo más de 30%, Norteamérica casi el 20%, y Latinoamérica y África alrededor de 5% cada una. Y como cada país maneja sus criterios (según los seis tipos referidos), la performance será diversa según el impacto para cada uno.
Deberíamos esperar una desaceleración, modificaciones en precios internacionales, relocalizaciones, triangulación comercial, caídas en valuaciones de empresas (algo ciertamente riesgoso más allá de lo comercial) y afección en cadenas de valor. Pero, también, el mundo tenderá a consolidar comercio e inversiones entre países integrados a través de los tratados facilitadores ya mencionados (trust-shoring).
Ahora bien; no debería despreciarse a un actor critico que ha sabido transitar el “lustro fatídico” con creciente resiliencia y ha generado atributos para seguir creando valor: las empresas internacionales. La revolución tecnológica ha permitido que, en estos últimos años, mientras las condiciones fueron peores, los negocios resistieron. Solo como ejemplo, vale advertir que la internacionalidad digitalizada se apoya en una capacidad computacional que creció en lo que va del siglo 12.000.000% y el costo de memoria y almacenaje computacional es hoy 70 veces más bajo.
Mientras en la parte pública (normas) el mundo se rompe, en la privada (empresas) se están viviendo tres revoluciones: la de la información (que hace del innovativo capital intelectual el más poderoso motor de la nueva economía), la de las biociencias (que transforma nuestra relación económica y social con la naturaleza) y la organizacional (que hace de las empresas y sus conglomerados -ecosistemas- espacios con agilidad y anticipación admirables).
Por ende, la pregunta es: ante el desquicio de las políticas, ¿cómo reaccionarán las empresas que han logrado sobrepasar ya anteriores factores del lustro fatídico? (el comercio internacional durante la pandemia cayó 5 veces menos que lo anticipado y apenas la mitad de lo que había caído en la crisis financiera de 2008/9; y las sanciones económicas impuestas a Rusia después de la invasión a Ucrania fueron mucho menos efectivas que lo esperado).
Tenemos más preguntas que respuestas.
¿Estamos ante un cambio de geografía económica (con consolidación de Asia)? ¿O ante una desaceleración internacional más intensa en zonas afectadas (guerra arancelaria) pero relativizada en el resto del mundo? ¿O ante un inminente un contagio negativo generalizado? ¿O asistimos a un “choque de titanes” entre el superpoder de las empresas adaptativas y lo pernicioso de las guerras, los aranceles y las sanciones? Pocas veces la historia ha prestado tan poca ayuda para predecir el futuro.
Marcelo Elizondo es presidente del Comité argentino de la International Chamber of Commerce (ICC) y Director de la Maestría en Dirección Estratégica y Tecnológica en el ITBA
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