
Cine y series
Considerado como uno de los mejores directores de la actualidad, Anderson también tiene sus detractores. Aquí, una mirada sobre su último filme.
14 de junio de 2025, 15:23
Javier Mattio
El tan celebrado como criticado preciosismo de Wes Anderson se asoma a un inédito grotesco en El esquema fenicio, de parte de un Benicio del Toro que personifica al peor estereotipo actual. Por más que la fecha sea 1950, su megalómano “Zsa Zsa” Korda simboliza ese uno por ciento que viaja en avión privado, dispone de naciones subdesarrolladas como de fichas de Monopoly y le anexa ceros a su patrimonio por vías abyectas, aunque sin jamás ensuciarse.
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Aunque eso es un decir, ya que este ser bíblico le suma también golpes, heridas y vendajes a su cuerpo tras salir tambaleante pero indemne de atentados aéreos, disparos de bala y combates físicos, haciendo de este el filme acaso más violento de Anderson hasta la fecha.
Si bien el llamado a empatizar con alguien así podría ser una provocación, Korda no es un mafioso de Scorsese: se debe a la farsa, a la caricatura y a la postal naíf, como prueban esos libros sobre armas o arquitectura renacentista que lee en su jet o en su bañadera mientras fuma un habano, o en sus regulares incursiones a un cielo kitsch en el que Bill Murray es Dios.
Anderson logra transformar cualquier sentencia ideológica o trascendental en una historia de superficie paradójicamente plagada de comunistas, espías, terroristas, sicarios, eclesiásticos y políticos, entre los que el turbio Korda luce como un antihéroe utópico que reniega de pasaportes y nacionalidades y termina aboliendo el hambre y la esclavitud (cabe recordar que Del Toro supo interpretar al Che Guevara).
Tal revolución invertida se sostiene en un artesanado dandy que interviene cada uno de los aspectos del cine, por más que esta sátira global luce ciertamente menor en comparación con los mejores filmes de Anderson, esos que al tejano le ganaron un lugar seguro en el magnánimo cielo del séptimo arte.
Jesús Rubio
Wes Anderson encontró su quiosquito perfecto, simétrico, de planos precisos y estética preciosa (entre retro y vintage), ideal para captar la atención y la adhesión de un público que aspira a distinguirse de los espectadores con gustos más populares.
El esquema fenicio es la prueba más contundente de que su puesta en escena personal lo encegueció a tal punto que olvidó la trama y, sobre todo, al espectador que lo supo venerar como uno de los mejores directores de comienzos de siglo, gracias a películas entrañables como Tres son multitud (1998), Los excéntricos Tenenbaums (2001), El fantástico Sr. Zorro (2009) o, incluso, Moonrise Kingdom (2012), en la que empieza a acentuar su estilo y a manejarlo de una manera que lo muestra como un obsesivo de la forma, como un director ensimismado en su propia creación.
La película tiene una trama rebuscada y sin gracia, con un Benicio del Toro que parece perdido en el papel de “Zsa-zsa” Korda, ese hombre de negocios y estafador al que distintos funcionarios y empresarios quieren eliminar.
Korda regresa a la vida tras sufrir un atentado en un avión y nombra heredera de su fortuna a su única hija, interpretada por Mia Threapleton. Y eso es todo. Lo que sigue es la típica aparición de actores estrella que intentan aportar gags graciosos, pero en realidad todo pertenece al orden de lo soporífero y de lo insípido.
Anderson parece no darse cuenta de que su manera de mover la cámara, sus tonos cuidadosamente elegidos, el humor y los personajes que lo caracterizan no bastan para hacer una buena película. Quizás ya sea hora de desenmascarar a quien es uno de los autores más sobrevalorados del cine norteamericano, un farsante hipster que aprendió unas cuantas destrezas con el encuadre para hacernos creer que es un genio.