El difícil recorrido de la argentina que está entre las 100 personas más influyentes del mundo en IA

Milagros Miceli estudió Sociología de la Comunicación, se doctoró en Ingeniería Informática y lleva años estudiando la realidad de los trabajadores que están detrás de la inteligencia artificial. Su camino profesional, sin embargo, dista mucho de haber sido el clásico recorrido académico. En palabras de ella: “Pasé por todo: desde trabajar como camarera a vender chucherías en la feria de San Telmo los domingos, antes de llegar a estudiar y trabajar en Alemania”. El esfuerzo tuvo su recompensa: recientemente Miceli fue reconocida por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo en la IA (en un listado en el que aparecen personalidades como Elon Musk, Sam Altman y Mark Zuckerberg).

La investigadora arrancó su carrera estudiando Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires, en el año 2000, pero rápidamente una sucesión de obstáculos frenaron su andar: “Llegó la crisis del 2001, mi viejo se quedó sin laburo y tuve que dejar la carrera y salir a trabajar. Con el tiempo, tuve una hija y a los dos años enviudé, por lo que laburé de lo que se podía, para mantener a mi bebé y a mi familia”.

Miceli permaneció en esta situación por varios años, hasta que un día un amigo le habló de unas becas que estaba ofreciendo el gobierno de Alemania: brindaban ayudas económicas para ir y estudiar alemán y, quienes alcanzaran cierto nivel del idioma, podían postularse después a estudiar en la universidad. “Era como un nuevo comienzo después de todo lo que había vivido en la Argentina. Nos fuimos para ese país solas con mi hija y me esforcé mucho, para poder continuar después con una carrera universitaria”, cuenta Miceli, que detalla que tenía 25 años cuando cruzó el charco. “Alemania no me atraía especialmente, pero fue un modo de progresar y de saciar el hambre de estudiar que tenía y que no había podido concretar”, agrega, y señala que así completó primero la carrera de Sociología de la Comunicación y luego una maestría en Sociología y Ciencia Política.

Milagros MiceliPETROSTEKA – Petros Teka

Cuando estaba terminando los estudios, empezó a buscar trabajo y se encontró con un aviso del Instituto Alemán de Internet: habían abierto una convocatoria para investigar en distintas ramas de las ciencias. “De caradura me postulé y entré al equipo que se especializaba en inteligencia artificial. Les fascinó lo que tenía para decir con respecto a esto. Mucho me lo habían aportado mis estudios, pero otra gran parte era mi experiencia de vida”, señala Miceli, y brinda detalles de sus inicios en un mano a mano con LA NACION.

-¿Cuál es el enfoque que elegiste para estudiar el fenómeno de la IA?

-Dentro de mi grupo de investigación había mucho entusiasmo por los algoritmos y por todo lo nuevo que traía la inteligencia artificial, pero a mí me inquietaba quién estaba detrás de eso, quién trabajaba en la recolección de datos que hacía posible esa tecnología. De alguna forma llegué a esta investigación por la experiencia de mi vida: vengo de una familia de laburantes, en la que se han intentado muchas cosas, hemos puesto locales que se fundieron al año, terrenos que compramos pero en los que después no pudimos construir. Mis padres siempre trabajaron, pero junto con una de mis hermanas, fuimos las primeras en ir a la universidad.

-¿Cómo son las condiciones laborales de estos trabajadores?

-Estas personas son las que crean los datos para que la inteligencia artificial exista y se ocupan de su mantenimiento: le hacen pruebas a plataformas como ChatGPT y evalúan las respuestas. Si, por ejemplo, surgen contestaciones racistas, se encargan de corregirlas. En otras palabras, entrenan el filtro de toxicidad de herramientas de IA, para crear un chat digerible para el consumo masivo.

El problema es que les pagan sueldos miserables, los mantienen con contratos precarios o sin contratos, en negro, sin obra social, ni jubilación, en una situación laboral claramente inestable. Además, les asignan objetivos de producción inalcanzables, con la presión que eso conlleva, y, en muchos casos trabajan con contenido perturbador: estamos hablando de gente que por 8 horas al día tiene que revisar imágenes de pedofilia para enseñarle al sistema que no tiene que reproducir eso; otros tienen que recopilar discursos de odio para entrenar a la plataforma sobre qué tipo de mensajes no debe reproducir. Todo genera un daño psicológico enorme, afecta a sus relaciones y les deja secuelas.

Detrás de una plataforma de inteligencia artificial, las empresas siempre tienen que contratar gente para trabajar con estos datos o lo tercerizan en empresas que se especializan en esas tareas. Vale resaltar que el contenido y las condiciones de trabajo son dispares según el lugar en que estén los trabajadores: los moderadores que se encuentran en Venezuela son los que peor contenido reciben. Además, el caso de Amazon, por ejemplo, no paga de igual forma a sus colaboradores: el sueldo de sus trabajadores en Estados Unidos es con dinero, pero paga con gift cards que solo pueden usar en compras exclusivamente dentro de Amazon a los moderadores de Latinoamérica.

Maureen Chiveri, una trabajadora de datos, junto a un miembro del equipo de investigación de Milagros Miceli, el Dr. Adio DinikaData Workers’ Inquiry

-¿Cómo ayudan a los trabajadores desde la investigación?

-El proyecto Data Workers Inquiry (DWI), “Consulta de los trabajadores de datos” en español, es un espacio para que los trabajadores de datos que están detrás de la IA cuenten sus historias. Creamos un lugar seguro con psicólogos, abogados y otros profesionales, para que puedan hablar de lo que les pasa sin temer represalias. Además, les proveemos de entrenamiento en todo lo que es investigación, por lo que “egresan” del proyecto con una certificación de que hicieron cursos de investigación, lo que los habilita a seguir trabajando en ese ámbito.

-¿Cuántas personas pasaron por la organización?

-Hasta ahora colaboramos con 22 trabajadores y trabajadoras, de 5 continentes, provenientes de entre 10 y 12 países. Hay gente que terminó el proyecto y pudo estudiar una maestría; otros hicieron un fellowship o aplicaron para proyectos de investigación en otros lugares.

Sin embargo, vale aclarar que la cantidad de personas afectadas por este trabajo es enorme. Según estimaciones del Banco Mundial, hay entre 150 y 430 millones de trabajadores de este rubro en todo el mundo.

Un caso que se volvió conocido fue el de Fasica Berhane Gebrekidan. Trabajaba como periodista en Eritrea, pero migró a Nairobi, Kenia, para huir de la guerra. Ahí se desempeñó moderando contenido para Meta, desde donde le tocó etiquetar datos del genocidio del que huía, el cual había matado a gran parte de su familia. Fue despedida por intentar formar un sindicato de trabajadores de datos.

Milagros Miceli en el Parlamento europeoThe Left

-¿Qué buscan lograr con la investigación?

-Lo importante de este trabajo no es solo informarnos. Por un lado, buscamos hacer consciente al poder legislativo de los distintos lugares del mundo de esta situación, para que creen legislaciones que protejan a estos trabajadores. En ese sentido, el año pasado me convocaron dos veces al Parlamento europeo para asesorar en el tema. En los dos casos acepté ir, siempre y cuando me dejaran ir acompañada por trabajadores de datos que contaran su testimonio ahí mismo.

Y los efectos se multiplican: el año pasado, por ejemplo, un senador de Estados Unidos leyó el proyecto, se escandalizó y no entendía cómo podía ser que los dueños de estas empresas no supieran las condiciones en las que trabajan estas personas. Mandó una carta a los directores de gigantes tecnológicos (como Google, Meta, Open AI) para que informen sobre las condiciones de los trabajadores de datos y testifiquen en el senado sobre esto.

Por otro lado, queremos que esta información sirva a los trabajadores y funcione como punto de partida para organizarse. Se encontraban en condiciones tan precarias que no se les ocurría movilizarse, pero ahora se dan cuenta que en la colectivización del reclamo hay fuerza.

-¿De dónde viene el nombre del proyecto?

-La metodología que usamos para trabajar está inspirada en una carta que Karl Marx envió en 1880 a trabajadores de fábricas en Francia. El texto tiene 100 preguntas en las que los cuestiona sobre sus condiciones laborales. No buscaba hacer un informe, sino que quería que las charlaran y compartieran entre ellos. De esta forma, se podrían percatar de que la situación de injusticia que vivía cada uno era compartida entre todos. La carta se llamaba “A Worker´s Inquiry” (Una investigación de los trabajadores) y nuestro proyecto fue bautizado como “Data Worker´s Inquiry”, en alusión a eso.

-¿Cuáles fueron los prejuicios con los que te encontraste y los desafíos que hoy tenés que enfrentar?

-No me quiero victimizar, sé que los investigadores no están pasando por un buen momento en la Argentina. Sin embargo, estar en Alemania y ser migrante en Europa no es la panacea, todos los días se viven microagresiones, microrracismos, siempre hay algún comentario o el prejuicio de “esta debe saber menos” al escuchar mi acento distinto. Además, ser mujer en las ciencias de la computación tampoco es fácil, ya que es un campo muy dominado por figuras masculinas; a eso se suma que soy del área de las ciencias sociales en un mundo técnico. Es una combinación letal, pero una vez que ganaste el derecho de piso, ya uno se posiciona desde otro lado.

Milagros Miceli hablando como experta en el Parlamento europeo, en panel con el testimonio de trabajadores de datosDylan Baker – Dylan Baker

-En un tuit recientemente hablaste de que el país está viviendo tiempos de cientificidio y oscurantismo. ¿Cómo ves la investigación en la Argentina?

-Hay un desfinanciamiento de las ciencias. Al mismo tiempo, existe un discurso que habla de que la Argentina se va a convertir en hub de tecnología, cuando no hay financiamiento y apoyo para el desarrollo de la inteligencia artificial ni de cualquier tecnología. Eso necesita de una decisión política, sino nos vamos a convertir en hub de proveer estos servicios, con sueldos paupérrimos.

-¿Qué pensás de las otras personas que reconoció la revista Time como influyentes de la IA?

-No comulgo con todos los que están en esa lista. Luego de ver el sufrimiento de gente que trabajó para Open AI, estar con Sam Altman es un poco irónico. Pero sí es un placer figurar con Paola Ricaurte Quijano, profesora del Tecnológico de Monterrey, o con el Papa León XIV, quien se dedicó a estudiar la cuestión moral y ética de la inteligencia artificial en el trabajo. De hecho, en junio, el Vaticano organizó una reunión sobre IA, ética y gobierno corporativo.

-¿Tenés algún modelo a seguir?

-Mi primer modelo a seguir es mi familia, que es una familia de laburantes. El que trabaja tiene respeto por el otro; la solidaridad, el trabajar pensando en el otro y el entender el trabajo como un aporte a la comunidad, de esos ejemplos hay miles. Además, entre el mundo de la IA hay una persona que me inspira, que tengo la suerte de que sea mi jefa y es la directora del instituto donde trabajo: Timnit Gebru.

-¿Qué te entusiasma y qué te preocupa del futuro cercano de la IA?

-Me preocupa el uso cada vez más generalizado de la inteligencia artificial para decidir si vivimos o morimos. No hablo solo de armas de guerra, también para decidir el acceso a recursos fundamentales, si pasás o no por una frontera, si subís o no a un avión; los oficiales de frontera están escaneando la cara con IA para ver si te deportan o te dejan entrar. Me inquieta la creencia de que la inteligencia artificial sea algo objetivo, cuando sé que no es así, está cargada de orientaciones ideológicas específicas.

También existe el riesgo del uso no supervisado de la IA y de todo el hype que genera, que lleva a pensar que la IA puede hacer cosas que los humanos no pueden. Sí y no: puede hacerlo, pero siempre necesita de personas que supervisen ese trabajo. Siempre la decisión final debe ser del ser humano.

fuente: GOOGLE NEWS

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