
Hay entrevistas que, con el paso del tiempo, dejan de ser una foto y se convierten en un expediente vivo. El reportaje que Economis publicó hace cinco años sobre el estudio de Sergio Santiago -en plena pandemia- pertenece a esa estirpe: no fue solo un retrato de coyuntura, sino la señal temprana de una transformación que hoy se ve con claridad.
Cinco años después, Santiago vuelve a sentarse a conversar junto a sus hijos Sebastián y Facundo. No para reeditar aquella historia, sino para medir el trayecto, ponerle contexto a un quinquenio que sacudió la práctica jurídica, y mirar el mapa del Derecho con una convicción renovada: lo que cambió no fue apenas el procedimiento; cambió la profesión.
Se habla de marcas registradas, patentes, propiedad intelectual, ciberdelito, estafas bancarias, de la federalización de trámites que antes vivían cautivos en Buenos Aires, y de una herramienta inevitable: la inteligencia artificial.
El primero en hablar es el padre. Como corresponde en el relato y como corresponde en el linaje. Sergio Santiago arranca con una frase que parece chiste, pero no lo es: es resumen, es diagnóstico, es resistencia.
“Estamos todavía vivos y molestando. Es cierto”.
Lo dice mientras cuenta una escena reciente: el Colegio de Abogados lo distinguió por un dato que pesa tanto como una sentencia: 40 años de matrícula. En un salón con cientos de personas, el reencuentro con un viejo compañero de facultad (Corrientes, la vida estudiantil, las historias que se congelan y vuelven) termina en un grito que desarma protocolos.
“Me ve, pega un grito y dice: ‘Vos tampoco te pudiste morir’. Así, en todo el salón”.
La risa aparece, sí. Pero lo que se revela es otra cosa: el Derecho, también, es biografía.
Sergio habla de un “retorno a la normalidad” que en el mundo judicial siempre llega con demora y con expedientes: juicios que se cierran, etapas que se clausuran, heridas que dejan de sangrar o aprenden a convivir con el cuerpo.
“La pandemia fue bisagra. Pero también fue un proceso. Y en ese proceso, yo salía de un abismo. Había pasado un montón de cosas. Ese mismo año falleció mi papá, que es una figura indeleble en mi vida. Se sumaron los chicos al estudio”.
“Eso me obligó a reconstruir. Literalmente. Pintar el estudio, mejorar despachos, tirar cosas del pasado: papeles, computadoras viejas, escáneres que no servían. No solo fue limpieza material. Fue simbólica”.
Y entonces aparece una frase que funciona como título dentro del título, porque condensa el núcleo de esta conversación: el estudio se consolidó como marca, y además como marca registrada. Un gesto que en un reportaje jurídico no puede pasar desapercibido.
“Hoy el estudio está absolutamente instalado como marca. Y sí: marca registrada. Valga la redundancia”.
Cuando toma la palabra Sebastián, el tono cambia levemente: es el mayor de los herederos y tiene una mirada más sistemática, más de ingeniería institucional, más de “abogado del día a día” que mira el impacto real del giro digital.

Para él, uno de los puntos centrales del último lustro fue el cambio cultural que implicó la digitalización: lo que antes era una peregrinación a Buenos Aires -especialmente en marcas y patentes- se federalizó de hecho.
“Antes todos los trámites se hacían presenciales en Buenos Aires. Después de la pandemia se digitaliza todo y se abre el juego. Eso disparó el mercado, pero también la toma de conciencia”.
El Derecho, en su lectura, se volvió más preventivo, menos reactivo. Y eso lo cambió todo: el cliente que registra una marca no llega con un conflicto; llega para evitarlo, agrega Facundo, el menor, pero al mismo tiempo, el disparador del eje del estudio.
“El que viene por una marca, muchas veces no viene con un problema. Viene con un proyecto. Con prevención. Quiere evitar que le copien o que esté infringiendo derechos ajenos”.
En esa prevención aparece una pedagogía: explicar qué se protege, por qué se protege, y cómo un intangible puede ser el activo más valioso de una pyme. Un tema que, en Misiones, cobra un relieve particular por la combinación de provincia joven, emprendedurismo, economía regional y creatividad.
“Nos propusimos también hacer docencia: explicar qué significa proteger una marca, qué es una patente, qué valor económico tiene”.
En números, el crecimiento es contundente: el estudio supera las 800 marcas registradas. “Economis fue una de las primeras. Literalmente, segundo, tercero o cuarto cliente”, recuerda Sergio.
De la música a la propiedad intelectual, y de Misiones a Alicante
Facundo entra con una identidad propia: el músico que se volvió abogado y encontró, casi de manera natural, el puente entre creación y norma. El tono vuelve a cambiar: hay entusiasmo genuino, una especie de curiosidad en movimiento.
“Yo entré por la música, por derechos de autor. Y me encontré con un mundo enorme”.
De ese mundo nace una apuesta que hoy estructura al estudio: la especialización en propiedad intelectual en tiempos donde el valor económico se concentra cada vez más en intangibles, marcas, diseños, patentes, autoría, software y reputación digital.
Facundo ya había transitado formación en Buenos Aires y experiencias internacionales. En 2023, Estados Unidos; en 2024, España, Santander. Y ahora viene el paso que lo entusiasma como proyecto personal y profesional: Alicante, en enero, para un curso focalizado en marcas, diseños y derechos de autor, en una ciudad que es, en términos institucionales, un centro neurálgico: allí está la oficina de propiedad intelectual de la Unión Europea.
“Es un módulo de un máster más amplio, centrado en marcas, diseños y derechos de autor. Alicante tiene un peso especial en esto”.
La comparación es inevitable y, lejos de desanimar, le enciende la motivación.
“Europa está diez años adelante. Ir, ver, entender y volver con eso es una forma de aportar más”.

En su mirada, la pospandemia aceleró dos grandes procesos: la digitalización administrativa (que abrió el acceso al registro desde el interior) y la expansión del universo “propiedad intelectual” hacia todo el país.
“Después de la pandemia, estos temas se empezaron a abrir desde Buenos Aires hacia todo el país. Y acá, en Misiones, hay muchísima recepción”.
Ciberdelito: del desierto a la fiscalía especializada
Hay un capítulo que atraviesa la conversación y se impone con fuerza: las estafas bancarias y el ciberdelito. No como moda, sino como realidad económica y judicial que crece y exige respuestas.
Sergio recuerda cómo el tema era, hace pocos años, una especie de territorio sin nombre.
“Cuando arrancamos, nadie le daba pelota. Hoy tenés una procuración enfocada, fiscalía, equipo capacitado. Falta completar con juzgado o secretaría especializada, pero el salto es enorme”.
El ciberdelito como fenómeno no es solo penal; es institucional, tecnológico, económico y cultural. Y exige una justicia que entienda la materia.
“A los bancos esto también los obliga. No por mérito nuestro, sino porque la justicia empezó a aceptar el problema y eso impone inversión en software y hardware”.
La frase que tira Sergio es de esas que piden resaltador: “Hoy el ciberdelito maneja más guita que la droga”.
El volumen del daño económico se vuelve un argumento de política pública. Si el sistema no responde, no solo pierde la víctima: se erosiona la confianza social en la justicia.
Inteligencia artificial: el nuevo compañero de escritorio (con correa)
En el tramo final, aparece el tema que, inevitablemente, ya está reescribiendo el oficio: la inteligencia artificial. No como ciencia ficción, sino como herramienta diaria.
“La usamos todos los días”, dice Sebastián. “Pero siempre pasando por el cedazo, porque la inteligencia artificial todavía divaga”.

Sergio suma un detalle que pinta el cambio de época: habla de trabajar con asistentes como Copilot y de exigirle que cite fuentes, pero también de no delegar el criterio.
En su visión, la profesión va a cambiar inexorablemente. Algunas ramas pueden perder protagonismo; otras se van a reconfigurar por completo.
“La abogacía no desaparece si se adapta. Lo humano -empatía, creatividad, criterio- sigue siendo insustituible”.
Y abre una discusión fuerte, propia de debate jurídico de época: la regulación.
“Hay que regular el algoritmo antes, no después. Poner límites éticos antes de que el daño ocurra”.
Trabajar en familia, dicen, es una mezcla de amor y fricción, pero también de método.
“Nos queremos, nos puteamos… las dos cosas”, suelta Sergio, y se ríen.
Pero el núcleo es otro: el estudio funciona como un taller donde el escrito circula, se debate, se afina. La corrección colectiva no es un gesto: es política interna.
“No hay tema que no discutimos en el grupo”, dice Sergio. “Cuando terminamos un escrito, circulamos. Todos opinamos. Todos nos corregimos”.
Facundo aparece como motor de una especialidad que obligó a todos a estudiar más.
“De propiedad intelectual, mucho de lo que ellos manejan lo aprendieron de lo que yo fui trayendo. Y a mí eso me obliga a sostener una actualización permanente”.
Sebastián suma el valor agregado de la experiencia del padre: esa intuición que no se aprende en manuales.
“Hay cosas que no están en los libros. Es roce, oficio, lectura del caso”.
Sergio lo ilustra con un caso concreto: una ejecución prendaria por plan de ahorro, pocos días para reaccionar, y una estrategia que desplaza el eje hacia derecho del consumidor, cláusulas abusivas, contexto contemporáneo.
“Fue la primera vez que, según el abogado de la firma, alguien le cambió el eje de discusión”.
El Derecho también es creatividad jurídica aplicada en un entorno más complejo, más tecnológico, más veloz.
El cierre se arma solo: cinco años después, el estudio consolidó su presencia como marca, amplió su campo técnico, se metió en la agenda dura del ciberdelito y apostó a la propiedad intelectual con formación internacional. Pero, sobre todo, entendió que el Derecho ya no se ejerce en un mundo estable: se ejerce en una época de aceleración.
Sergio lo dice con una vocación que no busca publicidad personal, sino cultura jurídica:
“Nosotros no vamos a los medios para que vengan al estudio. Vamos para que la gente vaya al abogado. Como el que va al médico”.
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Periodista, director de Economis
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