
El verano europeo es siempre una carta fuerte y millones de turistas ponen el ojo en las islas del Mediterráneo, promesa de mar, playa y mucha diversión. En este mar ubicado al sur del continente hay miles de islas, aunque sólo unos centenares están habitados. Y no todas son igual de famosas.
En el listado de las más visitadas, Ibiza, Mallorca y Menorca, en las Baleares (España) atraen por sus calas, sus rutas de senderismo, su cocina y, por supuesto, porque, como dicen, allí “la fiesta está servida”.
Italia no se queda atrás, porque ofrece tres islas de ensueño: Sicilia, Cerdeña y Capri. La primera se ha puesto de moda en los últimos años, Cerdeña es famosa por sus playas y Capri fue el centro del glamour histórico hasta ser desplazada por Marbella (España) o Saint Tropez (Francia).
Promesa de tranquilidad, Creta, Santorini y Mikonos son las más famosas de las islas griegas, con sus casitas encaladas y sus puestas de sol inolvidables. En esta propuesta de sol y playa, hay otra isla, menos visitada pero igual de atractiva.

Las estadísticas afirman que unos tres millones de turistas llegan cada año a Córcega, la patria chica de Napoleón Bonaparte, que pertenece a Francia, pero con aires de autonomía (tienen su propia lengua, por ejemplo).
El periódico de referencia de la isla, Corse Matin, publicó en 2024 un artículo donde dice que mientras en Mallorca quieren que vayan menos turistas, en Córcega ocurre todo lo contrario.
¿Y por qué, siendo una isla con tanta belleza no es tan visitada? El problema mayor: los precios que, como en el resto de Francia, son más altos que en España, Italia o Grecia.

El problema de Córcega se hace más palpable si acentuamos la comparación con Mallorca, la encantada isla española.
Córcega es una isla con gigantes 8680 km cuadrados (cuarta isla del Mediterráneo por su tamaño) y una población de 351.276 habitantes frente a los escasos 3640 km² de Mallorca y sus 900 mil habitantes. Pero mientras a Córcega la visitan 3 millones de turistas al año, por Mallorca pasan 13 millones al año nada menos.
La revista Travesías afirma que “para entrar a Córcega, hay que olvidar todo lo que creemos saber del Mediterráneo y también quitarse la idea de que estamos en Francia, porque esta isla no se parece demasiado ni a uno ni a otra”.

Como la isla estuvo en manos de varios pueblos, tiene una cultura muy particular. “No solo hay un marcado ánimo independentista, sino que, conscientes de la belleza de sus alrededores, los corsos también se han vuelto resistentes, casi por decreto, al turismo masivo y así han creado uno de los destinos más verdes y sustentables de Europa, donde la naturaleza es protagonista”, agrega Travesías.
Ideal para el turismo de aventura
A diferencia de otras islas, en Córcega el paisaje es muy montañoso y todo lo que no está al borde de la costa es en altura. “Este paisaje convoca a aficionados del trail y la bicicleta de montaña. Incluso hay un legendario sendero, el GR20, que cruza Córcega de norte a sur y se puede recorrer a pie o en bicicleta. Entre las montañas también se van formando lagos de altura, como el Lac de Melu o el Lac de Capitellu”, describe la revista.
Claro que también hay playas. Los Calanques de Piana, unas impresionantes formaciones de granito, son un monumento natural, testigo del encuentro entre la montaña y el mar.

Ahí empiezan cerca de 1000 kilómetros de costas paradisíacas, con playas secretas, como Lotu y Rondinara, o más populares, como Palombaggia y Santa Giulia.
La capital es Ajaccio, donde se hace palpable la diferencia con el resto de Francia. Parece, más bien, el simulacro de una ciudad italiana, después de todo lo fue hasta bien entrado el siglo XVIII. Sucede lo mismo en las otras grandes ciudades, como Bastia, Calvi y la lujosa Porto Vecchio, pero también en pequeños pueblos de la montaña, como Sant’Antonino.
—