
Si hay un músico entre los pioneros del rock argentino que puede mirar atrás sin ira, y más aún con lucidez, gratitud y gracia, ese es David Lebón. Fue un “pionero precoz” que de muy chico tocó en los años ’70 con todos: con Pappo en Pappo’s Blues, con Spinetta en Pescado Rabioso o como invitado de Sui Generis. Pero, además, su historia previa es extraordinaria (creció e hizo los primeros palotes rockeros en Estados Unidos, con una madre que supo ser espía en la Segunda Guerra Mundial), y la posterior a esa agitada década del ’70 es mítica: socio fundamental de Charly García en Serú Girán y dueño de una sólida carrera solista.
Ahora acaba de publicar sus memorias, donde repasa con candidez y sinceridad esa vida, esa magia de estar aquí. La edición cuenta con un sentido prólogo de Pedro Aznar y esta dedicatoria de Charly García: “David, tengo muy presente tocar y componer con vos. Siempre seré tu amigo del alma. Esas motos que van a mil fueron nuestra compañía en Buzios y nos hicieron sentir esa amistad que desafía el tiempo y el espacio. Ojalá podamos volver a compartir nuestras vidas en paralelo con las melodías y las letras que nos hicieron hermanos y cómplices”.
La introducción de David
“Hoy estoy al filo de los 73 años y agradezco todo lo que viví. A veces siento que estoy perdiendo un poco la memoria y quiero dejar todo escrito antes de perderla en serio. Así que fui recordando todo, repasando desde mi infancia hasta la actualidad, a veces de manera ordenada y muchas veces desordenada, como soy yo. Recordé mi adolescencia en Estados Unidos, los recitales de rock que vi allá y mis ganas de, finalmente, quedarme a vivir en la Argentina. Amo este país con toda mi alma, aunque a veces parezca perdido y que no despega. También me acordé de las bandas, mis hijos, los discos, mis guitarras y Prem Rawat, a quien conozco desde hace 50 años. ¡Hay muchas cosas que quiero contar!”.
Hoy estoy al filo de los 73 años y agradezco todo lo que viví

El recuerdo de su madre
“Mi vieja se llamaba Alexandra. Nació en China y sus padres eran rusos que estaban escapando de la revolución bolchevique. De a poquito iban pasando de un país a otro. Cuando mi mamá ya era más grande, fue a Londres, se enamoró de un piloto inglés y se casaron, pero al día siguiente lo mandaron a hacer un vuelo de reconocimiento y lo derribaron. Entonces ella decidió ser paracaidista y ser espía para los Aliados. Vivió historias increíbles.
En el que iba a ser su último salto, cayó justo en medio de un campo de concentración alemán. La agarraron, quedó presa, la torturaron. Era invierno y nevaba, así que para no pasar frío le daba un par de besos a un tipo que a cambio le pasaba heroína para sobrellevar el hambre. A todo esto, los Aliados que estaban encerrados le decían que era una vendida. A los pocos meses los liberaron y ahí mismo mi vieja agarró un revólver y mató a los tres o cuatro nazis que la habían torturado. Al regresar a Inglaterra la recibieron como una heroína, y en Argentina conoció a Manolo, mi padre”.
Asma y viaje a Estados Unidos
“Una de las cosas que me agradó mucho en la vida fue haber tenido la experiencia del viaje a Estados Unidos. Fue como una cuestión de destino, porque quién sabía si ahí me iba a curar del asma que me agarró cuando falleció mi viejo. Empecé a tener problemas respiratorios, una especie de asma fuertísimo, y el médico le dijo a mi madre que me tenía que llevar al campo o a un lugar cálido y tropical. Ella no se decidía, porque suponía que en el campo me embolaría y ella no tendría dónde trabajar. Tuvo que repensar todo. Y Miami resultó ser el mejor lugar, porque le habían ofrecido enseñar paracaidismo allá. Apenas llegué, automáticamente me sentí bien. Seguro que mi asma fue algo psicológico”.
El regreso a la Argentina
“En 1969 nos vinimos a Buenos Aires para ver a la abuela. Para mí, la escena de acá era muy loca: venía de ver a Frank Zappa y a Jimi Hendrix, ¡y el primer recital que vi en Buenos Aires fue The Walkers, con flequillos Beatles y cantando en inglés! Era como la prehistoria, pero me copaba la onda que había. Y cuando salió Almendra con ‘Gabinetes espaciales’ y esos temas medio raros, sentí que ahí estaba la cosa. Empecé a tenerle fe al rock argentino e iba a todos los recitales del Coliseo a la mañana, donde tocaban Almendra, Manal y Engranaje con Pappo. Me partieron la cabeza y me parecieron tan buenos como muchos grupos que había escuchado en Estados Unidos. Sentí que definitivamente no quería volver a Miami. Entonces dije: ‘Me quedo, ma, porque siento que acá hay cosas para hacer y que allá ya están hechas. Ya están los Beatles allá. ¿Viste los grupos que se armaron acá? Quiero tocar eso, así que me quedo’. Me salió del alma. Mi vieja me dijo que estaba bien, se tomó el avión al otro día y me quedé con mi abuela y mi hermana Lidia”.
Almendra, Manal y Engranaje me parecieron tan buenos como muchos grupos que había escuchado en Estados Unidos.
El ingreso al rock argentino
“El lugar donde me abrieron las puertas para tocar con los más famosos rockeros del momento fue Manzana, un club que tenía Billy Bond en Recoleta. Iban desde los Manal y los Almendra hasta Pappo, Black Amaya, Vitico, Pajarito Zaguri, Litto Nebbia y Tanguito. Las zapadas eran impresionantes y aprendí mucho, pero en un principio no me dejaban zapar porque no me conocían. Ellos eran los dioses y yo un pibito más que iba a verlos. Por suerte, una vuelta entró Héctor Starc, vio que nadie me daba bola y dijo: ‘Vos quedate acá al lado mío, y cuando viene el solo de la viola, yo te paso la guitarra’. Fue tal cual, me la dio y me puse a hacer un solo de blues. Toqué con toda mi alma y les gustó. Esa misma noche Pappo me preguntó si quería integrarme a su nuevo grupo, Pappo’s Blues, tocando el bajo. ¡Agarré viaje enseguida! También me invitó Billy Bond a grabar en un disco de La Pesada como guitarrista. ¡Esa noche conseguí dos laburos: bajista de Pappo y guitarrista de La Pesada del Rock and Roll! No lo podía creer, estaba en otro mundo. Eso sí, ninguno me pagaba, pero al menos me daban porro”.

Tocar con Spinetta
“En esos tiempos andaba mucho con Héctor, Luis Alberto Spinetta y Emilio del Guercio. Charlábamos, tocábamos y nos quedábamos juntos hasta cualquier hora. Todos nos estábamos buscando y nos queríamos conocer. Aunque éramos de distintos grupos, no había celos y a mi casa de Artilleros también venían Pappo, Alejandro Medina, Jorge Montes y Carlos Cutaia con Carola. Ahí fue surgiendo una especie de enamoramiento, una gran camaradería con Luis, y le dije que quería tocar con él, aunque fuese el bajo, porque Pescado Rabioso estaba sin bajista tras la partida de Bocón, y Cutaia hacía los bajos con el órgano Hammond. ¡Me daba lo mismo tocar un triángulo porque lo que quería era tocar con él! Me contestó: ‘¡Empezamos mañana!”’. Es increíble que me haya permitido entrar. Me enseñó el amor profundo por el arte. Componía quince canciones por día, mientras yo amasaba el pebete y salía con minitas o me iba a comprar ropa y boludeces. Estaba todo el tiempo con la guitarra, dándole a las letras, los dibujitos y las melodías. Lo empecé a admirar muchísimo, lo tomé como un ejemplo y me copé también en componer y desarrollar mi onda”.
“Siempre digo que la música es el perfume de Dios. Tuve una búsqueda espiritual desde los nueve años, cuando fui monaguillo. Busqué mucho. Sabía de los Hare Krishna por George Harrison, y de Sri Chinmoy por Santana, que era devoto y cuando tocó acá tenía una fotito suya en el escenario. Eso me inspiró y pensé que yo también debía tener un gurú. Empecé a buscar a Prem Rawat sin darme cuenta y sin saber que iba a ser él. Menos mal que existe, porque de lo contrario no seguiría acá. Sin él, no puedo imaginarme vivo: también fui un tipo vicioso, muy heavy. De pura casualidad caí en el mejor lugar, con un tipo que te enseña cosas que están dentro tuyo, a entrar y a salir. Una llave perfecta. Dejé todas las pesadillas y las cosas que en realidad me alejaban de esto que hago. Fue como llegar a una puerta, abrirla y encontrar lo que estaba buscando”.
Siempre digo que la música es el perfume de Dios

El viaje de Serú Girán
“Todo comenzó en 1977, cuando La Máquina de Hacer Pájaros se había separado y Charly García apareció por casa y me dijo: ‘Me gustaría que toquemos juntos, porque no me siento bien y sé que vos andás en una buena onda y podrías ser un balance para mí’. Fue supersincero. Yo no quería formar un grupo, tocar y tener miles de compromisos. Charly tampoco, pero ambos queríamos tocar con amigos y por eso planeamos el Festival del Amor, en el Luna Park. Después, Charly quiso que fuéramos juntos a componer a Brasil. Inicialmente no quise, pero vino dos días seguidos a casa para proponerme hacer un grupo. Me preguntaba qué necesitaba, porque quería que lo acompañara, hacer temas juntos y que tuviéramos una banda. Yo no quería. Al tercer día que vino, trajo medialunas y al final acepté. Nos fuimos un mes a Búzios, alquilamos una casita cerca del mar en un lugar llamado Ferradura, con dos montañas grandes a los costados y la playa ahí nomás. Teníamos un kilo de merca y lo único que yo hacía era tomar gin-tonic”.
De Mendoza al amor por Pato
“A fines de los años ’90, después de un tiempo tocando shows y grabar un disco en vivo que me propuso Afo Verde, un día le pedí a un amigo que me dejara en Mendoza, porque me habían invitado a quedarme toda la temporada del verano y me pagaban muy bien para tocar en un pub llamado Cacano Bar. También me dieron un auto y una casa con pileta en Chacras de Coria. ¡Al final me quedé doce años! Hacia el final de esa etapa, Héctor Starc me llamaba todo el tiempo y me preguntaba: ‘¿Dejaste de tomar, no?’. Porque él ya había dejado, entonces se sentía un campeón. Tuve que hacer lo mismo, con toda la vergüenza del mundo, aunque no me da vergüenza decirlo: tuve que ponerme bien y limpiarme.

No fue un psiquiatra el que me curó, fue Patricia ‘Pato’ Oviedo, mi actual novia, una genia. La conocí en Rosario en un show que organizó Lito Vitale. Ella había ido con Marcela Morelo, porque es su mánager. La vi conversando con alguien y me gustó su look medio Tina Turner y su forma de hablar. Empezamos a salir hermosamente y con el tiempo se dio cuenta de que estaba consumiendo y me ayudó aguantándome. Hubo noches de conversaciones y peleas fuertes, donde yo defendía a muerte lo que consumía, hasta que me di cuenta de que si seguía así iba a perder todo. Desde entonces estoy más que feliz con ella. La amo. No es fácil trabajar y convivir, porque estamos juntos hace más de quince años y fue siempre un desafío. Ella me empuja hasta el límite y yo soy medio fiaca”.
No fue un psiquiatra el que me curó, fue Patricia ‘Pato’ Oviedo, mi actual novia.
El momento actual
“En 2022 cumplí 70 años y los llevo con orgullo. Al mes siguiente de mi cumpleaños llené por primera vez el Luna Park y para mí fue un logro enorme. Fue como agotar los dos River con Serú. Salió muy bien, todos me dijeron que la banda era buenísima, y es verdad, no la quiero perder nunca. Recién ahora, gracias a mi señora, tengo una casa propia. Tengo muchas ganas de vivirla, disfrutarla y que vengan mis nietos a jugar. Tengo un estudio y puedo grabar y producir, así que nunca voy a parar de hacer cosas. No me quiero perder lo que me está pasando. Quiero seguir disfrutando”.
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