
La transformación digital llegó también a los pasillos corporativos. Lo que hace pocos años era una tarjeta plástica o una firma en papel, hoy se reemplaza por sensores, cámaras y sistemas de inteligencia artificial capaces de identificar a cada persona por su rostro, su voz o su huella. La biometría se presenta como el nuevo estándar de eficiencia: evita fraudes, elimina contraseñas, mejora la trazabilidad. Pero su expansión trae consigo un dilema ético profundo.
En su artículo The Ethical Risks of Employee Biometric Data, Harvard Business Review analiza los riesgos de esta tendencia y alerta sobre los peligros de recolectar información que define nuestra identidad física y emocional. Lo que en apariencia es un avance tecnológico puede transformarse —sin controles adecuados— en una amenaza para la privacidad y la confianza laboral.
La promesa de la eficiencia, el costo del control
El argumento inicial es tentador: sistemas más seguros, menos errores humanos y control absoluto de accesos y asistencia. Con una huella o un escaneo facial, el ingreso es inmediato, y las auditorías de seguridad se simplifican.
Sin embargo, el costo invisible está en el tipo de información que estos sistemas almacenan. A diferencia de una contraseña, una huella dactilar o un patrón de iris no pueden modificarse. Si los datos biométricos se filtran o se usan indebidamente, el daño es permanente. En palabras simples: una clave se cambia, una identidad no.
HBR advierte que la recolección masiva de datos biométricos multiplica los riesgos legales y reputacionales. A la exposición técnica se suma un problema de fondo: el exceso de vigilancia puede alterar la cultura laboral. La línea entre proteger y controlar se vuelve difusa.
Cuando la vigilancia erosiona la confianza
Según el artículo, el problema ya no es solo legal, sino psicológico. Los empleados que sienten que están siendo observados todo el tiempo desarrollan una actitud defensiva. Pueden volverse más obedientes, pero también menos creativos. La innovación se debilita en entornos donde el error se percibe como peligro y la privacidad como una concesión.
La confianza —ese intangible que sostiene toda relación laboral— se erosiona de manera silenciosa. Cuando los equipos perciben que cada movimiento es medido, el compromiso se transforma en miedo. Y un clima basado en el miedo genera productividad de corto plazo, pero destruye lealtad y pertenencia a largo plazo.
En un entorno donde las organizaciones buscan atraer y retener talento, ese impacto cultural puede ser mucho más costoso que cualquier brecha de seguridad.
Cómo evitar la “distopía de oficina”
El artículo de Harvard Business Review propone tres principios básicos para equilibrar eficiencia tecnológica y respeto humano:
- Consentimiento informado.
Los empleados deben entender con claridad qué datos se recolectan, con qué propósito y quién tendrá acceso a ellos. No basta con una cláusula genérica en el contrato: la comunicación debe ser transparente y continua. - Propósito limitado.
Los datos biométricos solo deben usarse para seguridad o salud laboral, nunca para evaluar desempeño o productividad. El riesgo de “gamificar” el control convierte la herramienta en una forma de supervisión excesiva. - Custodia ética y trazabilidad.
Toda empresa que maneje información biométrica debe establecer protocolos de almacenamiento, encriptación y eliminación. También definir qué ocurre si un proveedor externo accede a esos datos. La protección no puede tercerizarse.
Estos tres principios pueden parecer básicos, pero su cumplimiento distingue a las organizaciones que ven la tecnología como medio —no como poder— de aquellas que cruzan la línea de lo aceptable.
América Latina: innovación con vacíos legales
En América Latina, la adopción de tecnologías biométricas crece más rápido que la regulación. Algunos países han avanzado en leyes de protección de datos personales, pero pocos contemplan de manera específica el uso de información biométrica en entornos laborales.
Esa falta de claridad legal deja a las empresas en una zona gris. Y en esa zona, la prudencia se vuelve una ventaja competitiva. Las compañías que decidan aplicar estándares éticos internacionales —como el principio de minimización de datos del Reglamento Europeo de Protección (GDPR)— podrán evitar conflictos futuros y fortalecer su reputación.
El prestigio digital se construye sobre confianza, no sobre control. En contextos de competencia por talento, los profesionales eligen organizaciones donde se respeta su autonomía y su privacidad.
Liderazgo responsable en la era del dato
La gestión de datos biométricos no puede quedar solo en manos de los departamentos técnicos. Requiere liderazgo ético desde la alta dirección. Los CEOs y responsables de Recursos Humanos deben establecer políticas claras, revisar contratos con proveedores y crear instancias internas de auditoría y diálogo.
La tecnología, bien aplicada, puede fortalecer la seguridad y simplificar procesos. Pero su éxito depende de una gestión transparente y humana. Comunicar cómo se usan los datos, responder inquietudes y corregir errores a tiempo son gestos que reconstruyen la confianza y muestran que la empresa no solo innova: también cuida.
Conclusión
La modernidad no se mide por la cantidad de sensores, sino por la calidad de las decisiones. La biometría puede ser una herramienta poderosa, pero sin ética se transforma en vigilancia. Cuidar la identidad de las personas —sus datos, su privacidad y su dignidad— es, en última instancia, la forma más avanzada de cuidar el negocio.
Las compañías que entiendan esta ecuación no solo evitarán crisis reputacionales: estarán construyendo el activo más valioso del siglo XXI —la confianza.
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