
A lo largo de la historia, filósofos, poetas y científicos se han preguntado por la relación entre la razón y la pasión. Platón hablaba del hombre como un carro tirado por dos caballos, la razón y la emoción.
Durante miles de años, nuestros antepasados dependieron para sobrevivir de la rapidez emocional más que del análisis racional. El sobresalto frente a un ruido en la selva podía salvar la vida. Ese legado evolutivo aún existe y por eso primero se siente y después se razona.
La estructura del cerebro hace que la reacción emocional siempre sea más rápida que la reflexión. El sistema límbico (donde se procesa el miedo, la ira, el deseo o el placer) actúa antes que la corteza prefrontal, encargada de pensar, evaluar consecuencias y tomar decisiones.
La influencia social también colabora al predominio de las emociones. A diario, se puede apreciar cómo se apela más a la emoción que al argumento, porque se sabe que la pasión moviliza más que la reflexión crítica.
Los estímulos rápidos en redes sociales, la valoración de la cultura del consumo o la exaltación del éxito rápido, son también factores efectivos en reforzar las conductas irreflexivas.

Otro factor muy importante es la estructura de la personalidad. Los individuos con baja tolerancia a la frustración, inseguridad, experiencias infantiles traumáticas, malos vínculos parentales o estrés prolongado son más vulnerables a que las emociones gobiernen su vida.
Cuando el pensamiento reflexivo se debilita, el Yo queda a merced de las emociones intensas que toman el timón de la vida y lo transforma en más egocéntrico, persiguiendo la descarga inmediata, aunque perjudique a otros.
La emoción, cuando es excesiva, bloquea la reflexión y la mente, así dominada, pierde la capacidad de ver matices o buscar soluciones creativas ya que el pensamiento se vuelve rígido y poco productivo.
Algunas enfermedades, como el trastorno bipolar en su fase maníaca, los trastornos de control de impulsos o la adicción, ejemplifican cómo la pasión desborda al pensamiento. En estos casos, ya no se trata solo de una tendencia humana normal, sino de un desajuste clínico que requiere tratamiento.

Cuáles son las consecuencias
1) Las decisiones impulsivas llevan a actuar sin medir las consecuencias. Una compra innecesaria o una palabra hiriente surge en segundos, deja huellas duraderas y el arrepentimiento posterior muestra cómo la razón llega tarde, cuando el daño ya está hecho.
2) Los celos, la ira, el deseo, la envidia, si no son moderadas por el pensamiento, deterioran los vínculos personales. Una pareja dominada por escenas de celos, o una amistad marcada por la envidia, se terminan desgastando.
3) Cuando la emoción prevalece, todo individuo es más manipulable. La propaganda política que apela al miedo o la publicidad que despierta deseo inmediato funcionan, precisamente, porque logran que la pasión anule la reflexión. Esto genera sociedades más reactivas, menos críticas y más polarizadas.
4) El predominio constante de vivencias como la ira o la ansiedad mantiene al cuerpo en un estado de alerta sostenido. El aumento crónico de cortisol y adrenalina favorece hipertensión, el insomnio y la debilidad inmunológica. Lo emocional repercute en lo corporal y puede enfermar al organismo.
EM
Mirá también
Mirá también
Siete decisiones clave para tener un envejecimiento saludable
Mirá también
Mirá también
Cuál es el significado psicológico del dinero
Mirá también
Mirá también
Cómo repercute y afecta a la salud la preocupación económica
—