Hubo un tiempo en que estudiar programación era un pasaporte al futuro. “El que sepa programar nunca se va a quedar sin trabajo”, repetían los gurús. Hoy, apenas un par de años después, la inteligencia artificial ya escribe el código mejor y más rápido que el mejor programador.
No es la primera vez que pasa. Cuando las computadoras aprendieron a jugar al ajedrez y derrotaron al campeón mundial, muchos creyeron que había llegado el fin de la competencia. Pero el tablero entre humanos siguió. Los maestros se adaptaron y el software se convirtió en un entrenador perfecto, no en un verdugo. El ajedrez sobrevivió no por resistencia al cambio, sino por su capacidad de integrarlo sin perder su esencia.
Ese es el punto. La inteligencia artificial no va a dejar nada igual, y sería ingenuo creer que habrá territorios intocables. Sin embargo, hay algo que sigue siendo irremplazable: lo humano en su forma más pura. La chispa de la empatía, la creatividad que no se puede reducir a patrones, el liderazgo que no se programa. Y, sobre todo, la competencia física entre personas.
La Velada del Año
El fenómeno La Velada del Año.
Porque cuando todo es digital, lo analógico se vuelve un espectáculo. No hay más que mirar fenómenos como La Velada del Año de Ibai Llanos, o la Kings League. Streamers y gamers, nacidos en el mundo virtual, generan audiencias récord no cuando juegan online, sino cuando se enfrentan en un ring, en una cancha o en un deporte “de la vieja escuela”. El público quiere ver el sudor, los nervios, la imprevisibilidad que ninguna máquina puede imitar.
La revolución también está transformando los espacios más serios y formales del conocimiento. Lo vivo en primera persona: mientras termino una maestría y escribo mi tesis, la asistencia de la IA ha cambiado todo. La “página en blanco” es ya un fósil académico. Con un dominio profundo del tema, hoy se puede interactuar con asistentes artificiales que rastrean y procesan bibliografía en segundos, sugieren hipótesis, estructuran capítulos y ayudan a depurar la redacción. Las búsquedas profundas permiten abarcar casi todo el estado del arte en tiempo récord. Lo que antes requería semanas o meses de investigación se condensa en jornadas intensas. El rol del tesista dejó de ser un explorador solitario para convertirse en el director de un equipo invisible de inteligencias artificiales, marcando la hoja de ruta, decidiendo qué se queda y qué se descarta. El desafío ya no es encontrar la información, sino tener el criterio para guiarla hacia un aporte real.
La lección es clara: en un futuro donde la IA pueda hacerlo casi todo, lo más valioso será aquello que exija cuerpo, emoción y riesgo real… y también lo que demande pensamiento crítico para liderar a las máquinas, no para competir contra ellas. No se trata de ponerle freno a la tecnología, sino de entender que su avance nos obliga a redefinir qué significa competir, aprender y sobresalir.
Si el ajedrez nos enseñó algo, es que incluso en un mundo dominado por máquinas habrá lugar para la humanidad.
—
fuente: inteligencia artificial invada todo, qué nos quedará? – Diario UNO”> GOOGLE NEWS