
Hace más de 45 años, una brutal masacre carcelaria marcó el surgimiento del Comando Vermelho, hoy una de las organizaciones criminales más temidas de Brasil. El Instituto Penal Cândido Mendes, en la Isla Grande de Río de Janeiro, fue el escenario donde convivieron presos políticos y delincuentes comunes, tras un decreto de la dictadura militar que modificó la Ley de Seguridad Nacional en 1969.
Esta mezcla forzada creó un entorno de violencia extrema que, paradójicamente, permitió a los internos políticos organizarse y establecer normas de convivencia. Crearon despensas colectivas, bibliotecas y farmacias comunitarias para sobrevivir a la precariedad y la brutalidad del régimen. La convivencia enseñó a los futuros líderes de la facción, entonces llamada Falange Vermelha, la importancia de la unión y la estrategia para protegerse y sobrevivir.

En 1979, una sangrienta pelea entre internos selló el destino de la prisión: seis reclusos murieron, y quedó claro que todos debían unirse a la facción o enfrentar la muerte. Fue el nacimiento del Comando Vermelho, que tras la salida de los presos políticos centró sus actividades en fugas masivas y el tráfico de drogas. Para 1985, controlaban cerca del 70% del mercado de drogas de las favelas de Río.
Con el tiempo, la organización se consolidó y diversificó sus ingresos, incluyendo venta de combustible, oro y alcohol, y utilizó tecnologías como drones en enfrentamientos armados. Su estructura descentralizada le permite resistir la captura de líderes y extender su influencia a más de 20 estados, incluyendo la triple frontera con fuerte presencia en el Norte y Nordeste de Brasil.
Desde su origen en una prisión de la dictadura hasta su expansión por las favelas y el tráfico internacional, el Comando Vermelho sigue siendo un actor clave del crimen organizado brasileño y un desafío constante para las autoridades.




