
En la Argentina profunda late una fuerza que transforma territorios y arraiga identidades. Las economías regionales son un entramado productivo que combina paisajes, tonadas y agroindustrias que nacen en pequeños pueblos y proyectan al país hacia el mundo.
La diversidad es tan amplia como el territorio multicolor. La vid —que convirtió a Mendoza, San Juan y Salta en polos vitivinícolas globales— hoy se expande a regiones menos tradicionales, como la Patagonia o la provincia de Buenos Aires; la yerba mate y el té del NEA, sostén de miles de productores familiares; los cítricos del NOA, con un complejo limonero que ubica a Tucumán entre los líderes mundiales; o la manzana y la pera del Alto Valle, emblemas frutícolas de Río Negro y Neuquén.
A ellas se suman la caña de azúcar —columna vertebral de Tucumán, Salta y Jujuy— que no solo impulsa una histórica agroindustria sino que hoy es clave para la transición energética por sus aporte a los biocombustibles; el maní cordobés, uno de los productos argentinos con mayor prestigio global; el algodón chaqueño; los porotos del NOA, que sostienen una cadena exportadora consolidada; las lentejas y arvejas de la Región Centro, con creciente demanda externa; la papa de la zona de Mar y Sierras Pampeanas; y los olivos y nogales de Catamarca y La Rioja, donde árboles centenarios recuerdan que estas economías forman parte del país desde mucho antes de que se constituyera como tal.
Estas actividades no solo producen alimentos: emanan cultura. La Fiesta de la Vendimia, símbolo mendocino, es hoy una de las celebraciones populares más importantes del país. Y en Río Negro, la tradicional Fiesta Nacional de la Manzana llegó a coronar a figuras como Teté Coustarot, recordada reina que llevó el espíritu frutícola del Alto Valle a la escena nacional. Cada cultivo es un relato territorial que explica por qué estas producciones están arraigadas en el ADN argentino.
También son clave para el desarrollo. Muchas de estas cadenas generan decenas de miles de empleos directos, dinamizan pueblos enteros y aportan divisas en momentos donde el país las necesita. Argentina es líder mundial en limón industrial, exportador relevante de vino, maní alto oleico, yerba mate, peras y manzanas, porotos y aceite de oliva. En varias regiones, más del 70% de la actividad económica depende de estas producciones, que sostienen fiscalmente a provincias y municipios y son el corazón de un entramado de pymes asociadas al proceso, empaque y logística.
A lo largo de las últimas ocho décadas —las mismas que celebra este año Clarín—, las economías regionales han sido un termómetro del desarrollo argentino: crecieron con la industrialización de los ’60, padecieron los vaivenes macroeconómicos y hoy vuelven a posicionarse como exportadoras de sabores, colores e historias en un mundo que busca alimentos diferenciados, sostenibles y con trazabilidad.
El futuro también las encuentra en un punto de inflexión. El avance tecnológico, la apertura de nuevos mercados y la valorización de los alimentos de origen les abre la puerta a un salto cualitativo. Argentina tiene, en estas producciones, una oportunidad estratégica: desarrollar territorios, sumar valor agregado y ofrecer al mundo una geografía productiva donde cada región cuenta su propia historia.
En un país diverso por naturaleza, las economías regionales siguen siendo una de las mejores formas de entender quiénes somos y hacia dónde vamos.
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