
En distintos puntos del país, la alfalfa vuelve a cobrar protagonismo. No solo porque sigue siendo la reina de los forrajes —tres millones de hectáreas la respaldan— sino porque ahora aparece en el centro de una discusión que atraviesa a la ganadería argentina: cómo producir más y mejor en un contexto de costos crecientes, suelos exigidos y consumidores que piden sistemas cada vez más sustentables.
En ese escenario, un ensayo realizado durante la campaña 2025 volvió a poner sobre la mesa el potencial de los bioinsumos, una tecnología que viene creciendo de forma sostenida en la agricultura pero que en los últimos años empieza a ganar lugar en la producción forrajera.
La prueba consistió en aplicar, de manera foliar, un biofertilizante formulado con Gluconacetobacter diazotrophicus, una bacteria endófita capaz de fijar nitrógeno atmosférico dentro de la planta. El objetivo era simple: medir si, bajo condiciones reales de campo, el producto podía mejorar los rindes y la calidad del cultivo. El resultado llamó la atención.
Los lotes tratados mostraron un 33% más de materia verde y un 29% más de materia seca respecto del testigo sin aplicación. En números concretos, eso significó 602 kilos adicionales de materia seca por hectárea, un dato que no pasa desapercibido para los productores que buscan estabilizar la oferta forrajera en momentos donde cada corte cuenta.
Pero los datos no quedaron ahí. Los análisis de laboratorio también registraron mejoras en la composición del forraje: 3,6% más de proteína cruda, menor FDN —que favorece la digestibilidad— y un aumento en la energía disponible para el animal, tanto para producción de carne como de leche. Es decir, más volumen y mejor calidad.
¿Por qué esto importa? Porque en la Argentina la ganadería depende fuertemente del desempeño de sus pasturas. Y en un sector donde los fertilizantes nitrogenados tienen precios volátiles y un impacto ambiental creciente, la posibilidad de incorporar microorganismos que aportan nitrógeno de manera natural empieza a ganar atractivo.
Los bioinsumos no son una novedad, pero su uso en forrajes abre una puerta interesante: la de reducir la dependencia de insumos químicos sin resignar productividad. Además, permiten trabajar con una lógica más alineada a los mercados internacionales, que reclaman trazabilidad y prácticas sostenibles.
Los técnicos que participaron del ensayo señalan que no se trata de una solución mágica, sino de una herramienta más dentro del manejo integral del cultivo. Pero reconocen que los resultados “invitan a seguir investigando”, especialmente en un contexto donde la ganadería necesita ganar eficiencia para sostener su competitividad.
Mientras tanto, la alfalfa —un cultivo histórico, resistente y clave para la economía rural— vuelve a mostrar que aún tiene margen para seguir evolucionando. Y los bioinsumos, que hasta hace poco se asociaban más a la horticultura o a la agricultura extensiva, empiezan a perfilarse como un aliado posible en la construcción de una ganadería más productiva y sustentable.
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